“El Adviento es un tiempo de Dios en el tiempo de los hombres”, afirma CEICA

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ARGENTINA

Buenos Aires

Las Iglesias miembros de la Comisión Ecuménica de Iglesias Cristianas en la Argentina-CEICA, comparten, con todos los hermanos y hermanas de nuestra Patria, este mensaje, fruto de su reflexión común para el tiempo del Adviento que vivimos.

1.      El Adviento es un tiempo de Dios en el tiempo de los hombres.

“Por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria…” (Lucas 2:1-2).
En realidad, Augusto es el primer emperador de Roma, en la bisagra donde deja de ser República y empieza el Imperio. Roma es el centro del mundo, allí donde está el poder. Pero el Evangelio habla de que Dios le mandó un ángel a uno aquí, a otro allá, a toda gente insignificante de un rincón perdido del Imperio. Lo de Augusto pasó y lo de la gente insignificante llegó a nosotros. Dios habló y llegó a nosotros. El Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros. Es la Navidad que celebramos.

2.      El Adviento es un tiempo de espera particular.

El Adviento es una espera en medio de la oscuridad, con nuestra pequeña luz encendida, “hasta que despunte el día y el lucero de la mañana se  levante en nuestros corazones” (Cfr 2 Pe 1:19). No se trata de las grandes luces que encandilan, sino de la pequeña luz que nos permite ver la oscuridad en que estamos, nuestra oscuridad.

3.      El Adviento es también un camino de encuentro.

El Verbo inicia su descenso al seno de María y, cobijado en el seno de María, hará el camino hacia Belén. Y nosotros también nos ponemos en camino; estamos convocados al pesebre; tenemos que llegar a tiempo. Hay un lugar y un tiempo privilegiado para el encuentro. El gran desafío es llegar adonde
el Señor nos espera.

4.      El Adviento es un tiempo de separar entre ovejas y cabritos.

¿Dónde nace Jesús hoy? ¿En un garaje? ¿Habrá un hospital que atienda a una virgen? ¿Habrá pañales? ¿Alguien acercará algo de comer? En el Capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, se muestra el juicio a las naciones. ¿Cuál es el espacio donde se juega la salvación? Las cosas que habremos hecho u omitido no son grandes ni espectaculares; son simples y cotidianas: dar de comer, vestir, visitar…

5.      El Adviento anuncia la salvación a todos sin excepción.

Navidad es una fiesta a la que todos, no sólo los cristianos, están
invitados. Nadie puede quedar fuera, pues todos están llamados a gozar de las maravillas de la extraordinaria Creación de Dios y de la salvación que Él ofrece.

6.      El Adviento nos prepara al misterio de la vida y de la muerte en Cristo.

Contemplamos en lo que acontece en navidad la dimensión de la Vida en el nacimiento del Señor en un pesebre, pero también la cruz se encuentra en el trasfondo. Es el misterio del amor insondable de Dios que entrega a su Hijo a la muerte por nosotros y nos da vida al resucitarlo.

7.      El Adviento abraza a todos los hermanos que sufren y ofrece la verdadera esperanza.

Nuestro corazón se vuelve hacia Oriente Medio, donde hermanos sufren por su fe, se encuentran perseguidos, y junto a otros, víctimas de la guerra, son refugiados en condiciones inhumanas. Su testimonio parece ser una gestación penosa y dolorosa, pero, para aquél que tiene fe, esta gestación es realmente una esperanza y una luz en la oscuridad. Su sacrificio es una
siembra para la paz. Hacia esta esperanza y luz, nos guían las palabras de San Pablo: “Así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo, e individualmente miembros los unos de los otros” (Romanos 12:5). Pues, estas palabras encuentran su aplicación directa a la realidad que viven hoy nuestros hermanos, especialmente en Siria, Líbano, Irak y Palestina.
Su significado para nosotros en claro: la opresión sufrida por ellos se transforma en gloria, la cual enaltece a los demás miembros del mismo cuerpo, y los nutre de su savia espiritual.

8.      Nuestra oración en el tiempo del Adviento.

Nuestra oración acompaña a nuestros hermanos que padecen miles de sufrimientos y nuestro deseo es ser dignos de esta hermandad que nos une a ellos en Cristo, con nuestra actitud de servicio, de sacrificio y de solidaridad, dando un testimonio de fe, de esperanza y de amor atento a nuestro prójimo.

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
La tierra ha dado su fruto, (ese niño pequeño cuya segunda venida esperamos) nos bendice el Señor, nuestro Dios.
¡Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe!
(Salmos 67: 6/8)

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