Genocidio armenio: el dolor contado por descendientes de las víctimas

Cesar Dergarabedian

Cesar Dergarabedian

ARGENTINA

El 24 de abril se cumplieron 100 años del inicio del genocidio armenio. La fecha se recordó en distintos actos, marchas y celebraciones litúrgicas.

“Uno de los desafíos que plantean el trabajo de recordar y homenajear a las víctimas y damnificados de estas tragedias es encarnar a esas personas para que dejen de ser una cifra, una más entre miles de protagonistas anónimos”, dice el periodista Cesar Dergarabedian– de origen armenio por padre-, quien entrevistó a más de 20 argentinos descendientes de sobrevivientes del genocidio armenio.

“Las respuestas te permitirán comprender las razones del reclamo de memoria y justicia en torno a estos acontecimientos, y conocer diferentes puntos de vista y actitudes de personas contemporáneas ante los hechos registrados antes, durante y después de ese fatídico año 1915”, dice el autor.

En las siguientes líneas presentamos dos de los testimonios que recogió:

Cristina Bedrossian: abogada, profesora en ciencias jurídicas y orientadora familiar, 51 años, residente en Buenos Aires.

-¿Qué parientes tuyos, que conociste en persona, vivieron en carne propia el genocidio?
-Mi abuelo paterno Agop Bedrossian vivió en carne propia el genocidio. Le dieron un hachazo, lo dieron por muerto y lo tiraron en un pozo de cadáveres, del cual pudo salir con algunos otros niños. Su hermanito, si bien también salió de allí, decidió quedarse donde vieron asesinar a su madre

-A partir de tus recuerdos y vivencias, ¿cómo impactó en ellos lo sucedido hace 100 años?
-Creo que impactó en el amor que siempre tuvo hacia la familia movido por el deseo de forjar una descendencia; en el esfuerzo por satisfacer las necesidades de sus hijos y nietos; en la insistencia por tener los alimentos necesarios y en no tirar nada de ellos por el hambre que pasó; en preservar la cultura para que no mueran sus antepasados; en sobrellevar semejante horror humano y otras adversidades que le sobrevinieron (la muerte de su primera hija de dos años en un accidente, entre otras) con la fe cristiana recibida de su madre y ejemplificada por ella en medio de la deportación y la muerte. Ante cualquier prueba dura de la vida y aún, en referencia al genocidio, decía: “Dios sabe”. Nunca lo observé resentido pero siempre insistía en dar testimonio del exterminio para que no se perdiera en el olvido.

-¿Cuál es tu posición y actitud ante el centenario del genocidio armenio?
-Mi posición es de admiración hacia el pueblo armenio que sigue manteniendo los valores de la fe, de la familia, del trabajo, de la hospitalidad y la solidaridad; de tristeza ante la falta de justicia; de indignación frente a la hipocresía de las grandes potencias que por conveniencia no reconocen la verdad histórica y de esperanza porque creo en la justicia divina. Siento orgullo de ser una descendiente de armenios.

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En las siguientes líneas, el testimonio del economista Santiago Romero Manoukian, 25 años, residente en Buenos Aires.

¿Qué parientes tuyos, que conociste en persona, vivieron en carne propia el genocidio?
-A fin de responder a este interrogante, me permito reseñar la historia y genealogía de mi abuelo materno, Pedro Daniel Manoukian, nacido el 17 de agosto de 1933 en la ciudad de Buenos Aires.

Sus padres desembarcaron en Argentina en diciembre de 1922, ya concluida la Primera Guerra Mundial. Arribaron en una embarcación procedente de Marsella (el “Formosa”), tras soportar la deportación forzosa y haber transitado por Siria y Turquía. Fue allí donde al apellido original, Manukian, le añadieron la letra “o”.

Su padre, mi bisabuelo Setrak Manoukian, nacido el 24 de diciembre de 1880, se casó a los 26 años con Seranouche Stamboulian, que tenía en ese momento 19 años. Tuvieron cuatro hijos viviendo en Nevyerdé, Puzant (1907), Aram (1909), Rodzá (1911) y Dikrán (1913).

Ya comenzado el genocidio en 1915, también en Nevyerdé, el 2 de septiembre nació Arousiak. Mi madre y mi tío la conocieron como la “Tía Alicia”. Según palabras de mi tío, “una diminuta pero aguerrida mujer”, que se casó con un armenio en Argentina, Samuel Chalián.

En su paso por Siria, en marzo de 1919 en Aleppo, nacía otra de sus hijas, Clara, a quién también conoció mi madre y mi tío. Luego, en 1921, en Estambul, Turquía, nacía el séptimo hijo, Esteban.

Al llegar a la Argentina, en 1922, Setrak y Seranouche sólo estaban acompañados por tres de sus hijos, ya que los primeros cuatro fallecieron, víctimas directas del genocidio durante la deportación.

Un año después, en 1923, nació María, en 1926, Dikran, en 1929 Araksi (conocida por mi madre y mi tío como Tía Rosita), y finalmente en 1933 mi abuelo, Pedro Daniel, quien nos dejó el 25 de noviembre de 2007.

-A partir de tus recuerdos y vivencias, ¿cómo impactó en ellos lo sucedido hace 100 años?
-Aquí opto por concentrarme en la vida de mi abuelo, con quien compartí momentos inolvidables y a quien llegué a conocer en profundidad. A lo largo y ancho de su vida, reflejó toda la potencia, perseverancia y fortaleza ante las adversidades que entendemos heredó de mi bisabuelo Setrak, quien logró superar situaciones tan límites como las vividas durante el genocidio, y que incluyeron la muerte de cuatro de sus hijos, además de otros familiares cercanos, entre ellos su propio hermano.

Asimismo, concibo que esta capacidad tuvo lugar fruto de la poderosa y constante presencia de Dios en sus vidas, leyendo la Biblia en su camino a Argentina, orando y soportando los unos las cargas de los otros, sin perder nunca la esperanza.

Heredamos de mi abuelo su lucha, optimismo y sentido de superación, y aún con los crímenes de lesa humanidad sufridos por su familia, nunca percibimos sentimientos de rencor, odio o venganza. Jamás escuché palabras o expresiones de ese tenor con relación al pueblo turco, y creo firmemente que la paz de Dios era una realidad en su vida. Tal es así que mi bisabuelo Setrak, que durante la deportación se fue desprendiendo de muchas de sus pertenencias, un poco para alivianar la carga y otro tanto para “comprar” actitudes algo más humanitarias por parte de las milicias turco-otomanas, lo que nunca abandonó y trajo hasta la Argentina, fue su Biblia. Un ejemplar en armenio por demás voluminoso y pesado, que descansa a mi lado al momento de redactar estas líneas.

-¿Cuál es tu posición y actitud ante el centenario del genocidio armenio?
-Ante todo, de homenaje a las víctimas del genocidio, de profunda admiración y respeto a todos los sobrevivientes que demostraron la entereza suficiente para poder superarse en contextos desconocidos y a veces hostiles, y de gran reconocimiento porque a 100 años del genocidio, el primero del siglo XX, el pueblo armenio continua reclamando justicia sin haber respondido nunca violentamente ante los atropellos sufridos. Los acompaño en esa histórica demanda, y aún sigo aguardando el reconocimiento del genocidio por parte de las autoridades de la hoy República de Turquía.

-¿Cómo recordarás el centenario del genocidio armenio?
-El recuerdo de mi abuelo se intensifica en este aniversario, y me inspira a seguir sus pasos y su ejemplo, agradeciendo y honrando día a día la vida que nos fue dada. Recuerdo a ese abuelo que, huérfano de madre a los 6 años, pasó sus días de infancia en un orfanato donde cursó toda su escuela primaria y secundaria, retomando el contacto con su familia escasos días durante los veranos.

Pese a ello, supo encontrar afectos en su familia y en otros, y alimentó esos afectos dando todo de sí. Una persona sin ningún atisbo de rencores, ni resentimientos, que siempre encontró el sustento, y la guía en Dios. Ello lo condujo en su extensa trayectoria y entrega en la defensa de la dignidad, la vida y los derechos del ser humano y de los pueblos de nuestro mundo, siendo pastor y fundador y presidente del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH).

Es por ello que estaré eternamente agradecido a mis padres por haberme registrado con el apellido compuesto, porque de esa forma siento que parte de él vive en mí.

Publicado con permiso del autor

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