No existe timidez cuando el dolor es grande

El Salvador se prepara para la Beatificación (Foto de AFP)

El Salvador se prepara para la Beatificación
(Foto de AFP)

COSTA RICA

Instantáneas de la beatificación de Monseñor Romero [Nº 2]

Por Harold Segura

Su nombre es Anna Romero y Monseñor fue su tío. Antes de la entrevista me explicó que sentía temor de hablar en público y que prefería que lo hiciera Milton, su hermano. Pero él, de figura delgada y baja estatura, mirándome con timidez, como rogándome un favor, me pidió que solo le hiciera preguntas a Ana, porque, me dijo en marcado acento salvadoreño: «no más he venido para acompañarla a ella». Al final, pasaron a la plataforma los dos y, ya teniéndolos «indefensos» ante el micrófono, aproveché para hacerles preguntas a ambos.

Pensé que si la entrevista iba a ser para el personal de World Vision-El Salvador, el tema más apropiado era la niñez de Romero y su trato personal hacia los niños y las niñas. Hasta pensé hacerles preguntas sobre la pastoral de la niñez (ingenuo que es uno). Pero, en mi conversación previa a la entrevista, me di cuenta de que querían hablar acerca del temor reprimido que han conservado como familia durante estos treinta y cinco años, desde cuando su tío fue asesinado en la Capilla del Hospital de la Divina Providencia, aquel aciago 24 de marzo de 1980.

Y así acordamos que yo iniciaría la entrevista preguntándoles: ―¿cómo se sienten ustedes como familiares de Monseñor al saber que a partir de esta semana tienen a un beato en la familia? Anna confirmó que esa era la pregunta que más esperaba, porque, según ella: «todos nos preguntan cómo era Monseñor, pero nadie nos pregunta qué ha pasado con nosotros».

Anna olvidó su temor para hablar en público y respondió con fluidez inesperada. Es que no existe timidez cuando el dolor es grande. Y de eso habló, del dolor con el que han vivido estas décadas escondiendo su identidad como familiares de Romero. Uno no sabe, «a qué horas iban a aparecer los asesinos para continuar con la tragedia». Y siguió: «hasta ahora mis amigas se sorprenden cuando les revelo que soy sobrina de Monseñor»… «!Pero por qué no nos habías dicho, Anita!».

Solo atiné a decir que mientras los admiradores de Romero hemos vestido camisetas con la imagen de su silueta (las venden en San Salvador por cinco dólares y menos), los miembros de su familia han escondido su identidad por el temor de la violencia bruta. De la violencia que siega vidas, esconde rostros y silencia historias.

Para Ana y Milton, así como para el resto de los Romero, la celebración de mañana tiene sabor a resurrección. Resucitan del escondite mezquino al que los sentenciaron los que un día quisieron matar a Óscar Arnulfo y tampoco pudieron.

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