Y hagamos nosotros lo mismo

URUGUAY-

Por Oscar Geymonat-

Puse la cara contra el piso. Imaginé las manos cruzadas en la espalda, las esposas en las muñecas y traté de sentir la patada en la cara. De solo pensarlo, el mundo se volvió un lugar insoportable lleno de enemigos, generador de rabias sin rumbo ni destinatario fijo. Se me ocurrió que sólo quería liquidar a todo y a todos.

Quise ponerme por un minuto en su lugar pero me fue imposible almacenar tanto abandono, violencia, rechazo, marginación, deseo de otros de que yo no exista.

Es la parte central de la vida de esos jóvenes que aparecen cada tanto en televisión, siempre de espaldas, con la cabeza para abajo en un traslado policial o con la cara pixelada para resguardar su identidad o para buscar ignorarla y que su mirada no corra el riesgo de generarnos alguna empatía. Así los comentarios anónimos en los diarios que los tienen como noticia, pueden ser todo lo lapidarios que quieran. Son estorbos que otro se siente con derecho a eliminar. No trabajan, no estudian, delinquen, agreden. A la hora de tomar partido nadie lo hará por ellos.

Fueron noticias de este agosto y el video de la golpiza se volvió «viral». Gracias a Dios hay quienes se horrorizan, pero hay quienes dicen que está bien, que así se aprende. Hay quienes sienten verdadera compasión, por ellos y por sus golpeadores para quienes la deshumanización no ha sido menor. Necesitan afecto, consideración, amor, pero pueden dar lo que han recibido: violencia. Y esa violencia dada no puede generar más que violencia a recibir.

La realidad es una telaraña que ovilla las razones y los sentimientos hasta volverlos tan contradictorios que ni siquiera se reconocen. Lo más sencillo es ponerse fuera del problema y juzgar tranquilamente. Cualquier atisbo de seriedad ahonda el problema y relativiza las respuestas.

Lo cierto es que somos también esta realidad. No tenemos las soluciones, sí la certeza de que del desamor y de la violencia no surge nada nuevo y que el amor al prójimo como a nosotros mismos es el único principio para mirar la realidad con otros ojos. Y preguntar quién es mi prójimo, tiene sus riesgos. Podría ser aquél a quien despreciamos, una versión renovada del samaritano de la parábola, aquél que a pesar del odio, del desprecio y de la marginación, usó de misericordia con el caído, lo vio, consideró que merecía vivir, se arriesgó a acercarse, bajó hasta él, le dio lo que tenía y consideró su necesidad como propia.

Por algo Jesús termina la parábola diciendo: «ahora ve y haz tú lo mismo».

Fuente: Cuestión de Fe-Setiembre- Boletín de las Iglesias Valdenses de Colonia y zona (Uruguay)

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