La senda inagotable de la libertad

Sancho

ARGENTINA-

El libro “Emancipación de la Religión”, de Carlos Valle, es publicado en sucesivas entregas por Prensa Ecuménica y ALC Noticias. Ya publicamos:

INTRODUCCIÓN- Emancipación de la religión

Los principios infalibles

El camino de la pregunta

El atajo de la duda

Emancipación de la religión. Capítulo IV

La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida. Miguel de Cervantes

Indagar sin condicionamientos en los misterios de la vida, es una tarea compleja. Los trasfondos culturales tienen su impronta en todo sendero que busque nuevos e inexplorados caminos. Siglos de dominios culturales que modelaron la vida de la sociedad lograron asentar ciertos fundamentos que han llegado a ser considerados inamovibles.

Es difícil procurar una mirada que deje a un lado ese bagaje que puede constituirse en un lastre para cualquier emprendimiento aventurero de plena libertad. Los recursos físicos que poseemos para emprender cualquier prueba que exija cierta destreza, no pueden soslayar las limitaciones que cada uno posee. Esos límites condicionan el accionar y no pueden obviarse. Los parámetros culturales se han ido constituyendo en los condicionantes de nuestra vida y de la vida de la sociedad. Hay ciertas cosas, que son básicas en la vida, que se dan por sentado y no se discuten o cuestionan. Todos sabemos que un día vamos a morir. Lo que va a pasar con nosotros, si es que pasa algo, constituye parte de los variados mitos que circundan la vida social. La inaccesibilidad a lo que nos pudiera suceder después de la muerte ha inducido a las religiones a proponer variadas respuestas. Estas, se reciben, se  aceptan o no, pero raramente se acude a la búsqueda de una comprensión que vaya más allá de las respuestas tradicionales. Seguramente entrar a cuestionar o indagar sobre temas que sospechamos puedan movilizar zonas del ser que presumimos no estamos en capacidad de indagar, producen un hondo temor inconsciente que paraliza para atreverse a comenzar a andar en esa senda inagotable de la libertad.

Es indudable que, en este contexto, el tema religión juega un papel de cierta importancia. El mundo de la religión envuelve la magia, lo trascendente, lo inasible, lo desconocido que causa sospecha y temor. No obstante, las manifestaciones de quienes descreen de la existencia de Dios no son una novedad. En el pasado, a quienes se animaban a declarar abiertamente su rechazo a la religión les esperaba una cruenta respuesta. Hoy, las réplicas son mucho más atenuadas. Salvo casos más notorios que, con ayuda de la moderna comunicación, suelen lograr una instantánea notoriedad de la que se aprovechan ciertos medios para su beneficio. ¿Es este el efecto esperado por quienes hoy enarbolan las banderas del no a Dios?

Muchas afirmaciones estimadas como premisas religiosas hoy están seriamente cuestionadas y van perdiendo su influencia. Tal es el caso de buena parte de las historias bíblicas que reflejan un mundo mítico lejos de ser tomadas como hechos reales. No obstante se reconoce que los mitos no son simples elucubraciones fantasiosas sino expresan ciertas verdades, mayormente relacionadas como producto de una particular cultura, como lo es el mundo religioso. Las religiones, en general, son reacias a reconocer el carácter mítico de los relatos con los que construyeron su andamiaje dogmático. Si se ponen por caso los relatos del Antiguo Testamento (AT), por ejemplo, en los referidos a la creación del mundo hoy es corriente considerar que estamos frente a un relato poético de carácter litúrgico y no a una explicación científica sobre el origen del universo. Pero esta aceptación no es unánime. Aún hoy, mayormente en  los EEUU, se arguye sobre la historicidad de esos relatos míticos y las banderas se alzan contra Charles Darwin como un hereje que socava los fundamentos de la fe, que lleva a creacionistas y evolucionistas a discusión de nunca acabar.

La controvertida “Palabra de Dios”

Otra mención se podría hacer sobre las repetidas cruentas historias que marcan el derrotero del pueblo judío. Se destaca el hecho que atribuyen mayormente la muerte y la destrucción que ellos producen sobre los hombros del Dios que los salva o los estimula a tomar las tierras.  Los cánticos de los salmos sobre la necesidad de la venganza resuenan repetidamente. Leer algunas de estas historias causa preocupación y temor, y levanta muchas preguntas acerca del Dios a quien se le atribuye una voz que muchos pueden escuchar directamente. Por otra parte, la influencia del pensamiento del AT sobre los escritos e interpretación del Nuevo, son más que evidentes. El reclamo del pueblo de Israel como un pueblo privilegiado tiñe la interpretación del mundo al que son llamados los seguidores de Jesús. La reiterada mención a la “palabra de Dios” que certifica hechos, demandas y reclamos, se va expandiendo hasta dominar el texto completo de la Biblia. De allí se entiende que es un sinónimo de Biblia hablar de “la palabra de Dios”. Una traducción de la Biblia tiene este subtítulo: “Dios habla hoy”. Es decir, la autenticidad que se le da al texto como una comunicación genuina de Dios en el pasado tiene su repercusión  hoy. Es más, no solo tiene repercusión en el hoy sino se convierte en una palabra actual no del pasado. De esta manera cualquier duda o controversia sobre una historia o afirmaciones que se produzcan sobre su texto tienden a ser consideradas inválidas. La afirmación “lo dice la Biblia”, condensa textos desperdigados en el tiempo, la mayoría de autores desconocidos, junto a todas las complejidades sobre autenticidades, como una expresión que borra todas las barreras del tiempo y de la variedad de posiciones teológicas diseminadas en los más de sesenta libros compilados. Quienes se aferran al texto como una verdad sin errores, asumen su propia comprensión como la única aceptable, lo que cierra el camino a cualquier tipo de discusión. El carácter autoritario atribuido al texto bíblico se expresa en el autoritarismo de quien comunica.

Argumentaciones racionales sobre buena parte de los Evangelios, tienen el trasfondo de una defensa apologética difícil de sostener más allá de una postura de fe. Se plantea, por ejemplo, que los relatos sobre el nacimiento virginal de Jesús, los milagros, la resurrección de Jesús, pilares de una enseñanza milenaria, son difíciles de sostener desde una perspectiva histórica. Generalmente se opta por recurrir al recurso de dotar al texto escrito con el sello de  la autoridad divina incuestionable. Aquí se apela a la formula “Palabra de Dios”, que se convierte en la rúbrica con que se autentifican las lecturas bíblicas en los servicios religiosos.

Rever esta posición presupone un cambio copernicano que la religión institucionalizada no parece estar dispuesta a dar ni a considerar. Fernando de Orbaneja, en su libro Jesús y María, Lo que la Biblia trató de ocultar, expresa su malestar por las que considera mentiras que ha recibido de la religión con una cita del Código de Hammurabi “Di una mentira, después di una verdad y todos creerán que es mentira.”

Una explicación de la pretendida popularidad buscada en pro o en contra de la existencia de Dios se  podría trazar a partir del descrédito de la religión institucionalizada Sin embargo, hay que considerar como uno de los factores de esta situación a la trivialización que permea la sociedad presente y perturba un genuino acercamiento al tema religioso. Se podría hablar del creciente secularismo de un mundo que ha pasado por profundos cambios sociales, repetidas guerras, creciente abismo entre sociedades opulentas y miseria y abandono en otras. Se podría hacer referencia a los mismos presupuestos religiosos, cargados de un aparato mítico difícil de sostener en una sociedad que se han vuelto más cínica y con tendencia a archivar aquellos aspectos de la vida humana que podría perturbarlos. Las religiones oficiales tienden a ocupan un lugar protocolar y siguen usufructuando de las arca de los estados. Por otra parte, la multiplicación de expresiones religiosas que demandan ser la única autoridad para hablar en nombre de Dios, terminan por causar más daño y división que beneficio a las personas. Al mismo tiempo la búsqueda de la unidad de las iglesias, los acercamientos entre las religiones parecen haber alcanzado solo un peldaño protocolar de expresiones de buena voluntad.

La tendencia en boga en la sociedad moderna tiende a magnificar protagonistas, comercializar sus reclamos o simular ignorarlos, lo que hace que, a la larga, en la vertiginosidad de la comunicación mediática, todo tienda a reducirse a lo que hoy puede interesarme porque mañana lo habré olvidado.

Esto se puede ilustrar con hechos puntuales que han buscado llamar la atención sobre el tema de Dios. Con distintas modalidades plantean sus objeciones con las que se podrá disentir pero no ignorar, y son reflejo de cierta trivialización que permea la discusión religiosa. ¿Cómo es que se ha llegado a considerar el tema religioso o la idea de Dios de esta manera tan exenta de preocupación genuina? Para algunos manifiesta rasgos de una cultura individualista, centrada en la felicidad lúdica, impulsada por una propaganda mediática que la estimula.

Fe y razón, un interminable debate

Hay otros varios ámbitos de discusión sobre el tema religión a los cuales hacer referencia. Por ejemplo, la que se manifiesta en  las discusiones teológicas y filosóficas que se debaten en el mundo de las confrontaciones racionales. No es extraño encontrar que se reviven discusiones de siglos, se recurre a los mismos argumentos y, quienes arguyen, están convencidos que cuentan con toda la verdad de su lado.  Así puede mencionarse al debate que Benedicto XVI y el filósofo Paolo Flores d’Arcais sostuvieron en el año 2000 sobre la existencia de Dios. La controversia fe y razón era la clave del diálogo. Benedicto XVI, como lo manifestó reiteradamente –basta recordar su debate con Jürgen Habermas- está convencido de que los seres humanos buscan “una religión auténtica que esté, al mismo tiempo, acorde con nuestra razón.” De la misma manera cree que “hay algo que precede a cualquier decisión de la mayoría y que debe ser respetado por ella.” Su argumentación es que existen “valores permanente que brotan de la naturaleza del hombre y que, por lo tanto, son intocables para todos los que participan de dicha naturaleza.”

Junto a estas afirmaciones que condicionan cualquier intento de diálogo encontramos que, en todo este debate, hay mucha reticencia, por parte de aquellos que sostienen una mirada científica, para aceptar la posibilidad de abordar el tema religioso desde una perspectiva que exceda el ámbito racional. Consideran que lo desconocido es básicamente un camino todavía no descubierto por el desarrollo de la ciencia. De allí que, desde esta perspectiva, aquello que decía Otto sobre el temor reverencial ante aquello que siendo desconocido al mismo tiempo sobrecoge y atrae en forma casi irresistible, resulta inaceptable. Hay que preguntarse si esta posición a priori muestra aprehensión a todo lo que concierne al mundo de los sentimientos que escapa a una caracterización racional. Extraña que no haya margen para la sospecha y la duda en el contexto de una posición científica que reconoce el carácter provisorio y siempre cuestionable de las llamadas verdades reconocidas,

Hace poco Gianni Vattimo afirmaba en una entrevista: “Mis amigos ateos pretenden que deje la religión en nombre de la racionalidad científica. Pero ¡por favor! Esas son estupideces. Religión viene de “re-ligare”, me religa una tradición y no veo razones fuertes para abandonarla.” Vattimo valora las tradiciones porque hacen a la esencia de él mismo, casi como que forma parte de su misma naturaleza. Se puede establecer una distancia con los ancestros por mil razones pero no se pueden negar los rastros que perduran de ellos.  Mirar con libertad a esa herencia es parte de la búsqueda de nuevos caminos que ayuden a descubrir tanto la riqueza como la limitación que imponen al presente. De esta manera no se puede negar la herencia de los antepasados pero no pueden ser considerados aportes inamovibles e incuestionables que impiden ir a la búsqueda de nuevas verdades.

Quién tiene la verdad

Para sortear este insoluble problema: fe y razón, hay quienes comienzan por aceptar que es posible tener fe sin una intención definida ya que se trata de un acto voluntario. Esa difusa concepción de una fe religiosa que se basa en la libre elección de quien la sostiene, tiene sus límites, cuando se considera la concepción, por ejemplo, del Catolicismo Romano que se asume como el único depositario e intérprete de todo lo referente a Dios. Los límites de cualquier propuesta de diálogo colisionan con los límites de un indiscutible dogma que afirma ese exclusivo copyright para hablar de Dios Por lo tanto, se considera que esa difusa concepción de la fe carece de una adecuada dirección. Eso se traduce en que no hay indicio de un necesario y posible diálogo, ni mucho menos de crítica interna. Esta posición, por cierto, no es exclusiva del catolicismo. Otras tradiciones del cristianismo sostienen una posición similar. Por otra parte, las más recientes y crecientes críticas al mundo musulmán están marcadas por una concepción de que de allí proviene una concepción fundamentalista de la fe.  A partir de la misma se intenta comprender qué es lo que sucede con ciertos grupos terroristas a quienes se les adjudica motivaciones religiosas como movilizadores de sus acciones extremistas. Es evidente que las motivaciones políticas afloran en toda esta caracterización y la argumentación de que se trata de una cuestión de religiones. Para la comprensión general este es un argumento lo suficientemente apelativo para sentir esta situación como una amenaza que obnubila una perspectiva más amplia de todos los factores económicos y las luchas por el poder que están en juego.

Los textos sagrados

En todos estos casos lo que prevalece como determinante de todo conocimiento religioso reside en los textos que consideran sagrados. La necesidad de contar con una verdad garantizada se  convierte en un factor esencial. Si se piensa en los reformadores protestantes, ellos acentuaron fuertemente que los fundamentos de la fe residen en tres elementos esenciales: sola fe, sola gracia y sola Escritura. El valor de la Biblia como texto sagrado era compartido con la Iglesia Católica Romana de la que se distanciaban. No apelaban a una nueva comprensión del valor del texto sino acentuar que la única fuente de doctrina proviene de la Escritura por lo que se relativizan los aportes que pudieran provenir de la tradición a la vez que introducían la libre lectura e interpretación de los textos. Es decir que, ella no necesita ser interpretada por la tradición que se refleja en el llamado magisterio de la iglesia, como es el caso de la Iglesia Católica Romana. Ello conlleva a hacer accesible la Escritura para todos porque puede ser comprendida sin el requerimiento de un intérprete.

Este marcado acento en “sola” afirma su rechazo a todo camino de tergiversaciones o desvíos y se lo considera un principio que integra y preserva. El cambio radical que significó esta formulación venía a romper siglos de dominación religiosa y abría un camino de enormes dimensiones. Desde el siglo XVI esto es más que evidente. Los aires de libertad que conlleva prescindir de la tradición como hermeneuta garante de una adecuada interpretación, abrían un camino de libertad que muchos se atrevieron a transitar. Las críticas a tal apertura no se hicieron esperar. Quienes tenían la autoridad de la interpretación la veían desafiadas pero también estuvieron quienes dudaban de la capacidad de los lectores para hacer una correcta interpretación.  No obstante, surge la pregunta si ese cambio drástico no conllevaba, como todo cambio de raíz, el presupuesto de lo incuestionable y establecía un límite que no se podía trasponer. Cualquier camino que intente ir más allá del texto recibido o cualquier planteo que ponga en discusión los presupuestos básicos que expresa el texto, entran en el terreno de la heterodoxia.  El texto por sí mismo cierra todo cuestionamiento a la libre búsqueda y  se convierte en un muro más allá del cual no se puede ir.

La Biblia, como su nombre lo indica, es una biblioteca de muchos libros producidos en distintas épocas, por personas y grupos diversos. Había muchos más textos de los que las iglesias, con diferencias, aceptan hasta hoy.  En cierto momento de la historia se acordó un número determinado y pasaron a tener para esas iglesias una autoridad que no puede ser cuestionada. Pero este acuerdo no fue tan sencillo. A Fernando Vallejo, en un provocativo libro (La puta de Babilonia), le resulta sospechoso que las copias más antiguas del Nuevo Testamento en su totalidad (códice Sinaiticus y Alexandrinus) sean del siglo IV y V, tan cercano al Tercer Concilio de Cartago que fija el canon ratificado en el Concilio de Trento, desechando una enorme cantidad de los ahora considerados textos apócrifos. ¿Por qué, se pregunta, se debe confiar en textos que solo se conocen varios siglos después de escritos, en un idioma que no era el de los discípulos de Jesús, y a quienes se les atribuye la autoría?

Sus cuestionamientos sobre la autenticidad de los textos bíblicos esgrimen argumentos que no deberían ser obviados. No olvida los largos años de crítica bíblica, de investigación arqueológica, y de los numerosos investigadores que fueron a la búsqueda del Jesús histórico. Tampoco olvida la reticencia de la Iglesia a tomar en serio la investigación de la ciencia bíblica. Una encíclica papal la calificó de “veneno mortífero”. A pesar de que esas posiciones extremas se han ido atenuando, no es menos cierto que la afirmación dogmática prima por sobre todo, puesto que se interpreta que la fe adquiere su propia validez aparte de los resultados que provea la crítica bíblica.

Como bien lo ha visto Balardini, aunque hoy acordemos rechazar la interpretación literal de las Escrituras, lo que se ha instalado en la gente es “una modalidad de lectura textual del mundo.” La reiterada aceptación a lo largo de los años, ha hecho que los textos se conviertan en textos verdaderos y, por lo tanto, exentos de todo cuestionamiento. Los contenidos mitológicos de muchos textos  reflejan una cultura que trata de interpretar, con los parámetros que posee su propia comprensión del mundo, desde su perspectiva religiosa. La pregunta es por qué esa interpretación cultural tiene que seguir siendo la que domine toda elucidación.

Más preguntas que respuestas

Por otra parte, hay quienes rezuman optimismo entendiendo que la fe religiosa está viva en la sociedad por que en varios lugares los templos se llenan. Una reciente investigación del CONICET en Argentina sobre creencias y actitudes religiosas registra un altísimo número que afirma creer en Dios, pero cuyo compromiso dominical  es más bien escaso. Llama la atención que sume al Gauchito Gil, como un ejemplo de “para-católico”, lo que lamentablemente suena como una vieja expresión de coloniaje religioso.  Estas manifestaciones optimistas culminan con el lugar que le asigna a la ICR, “con sus propias contradicciones internas”, como “la única Iglesia que puede acompañar al poder político o desafiarlo desde un discurso en el plano ético.”

Manifiesto de un pastor ateo

Klaas Hendrikse es un ministro de la Iglesia Protestante de Holanda, a la que ha servido como pastor por más de 20 años. A fines del año pasado publicó un libro que está en la lista de los “bestsellers” y ya está  en su tercera edición. Su título: “Creyendo en un Dios que no existe: Manifiesto de un pastor ateo”. Esta paradójica afirmación refleja la incertidumbre, la búsqueda y los callejones en los que incursiona un pastor cuya honestidad parece manifestarse en un contexto que indudablemente le provoca muchas reacciones y no todas positivas.

“La no existencia de Dios no es para mí un obstáculo sino una precondición para creer en Dios. Soy un ateo creyente.” afirma en su libro, lo que suena como un eco de las palabras de Luís Buñuel “Ateo, gracias a Dios”. ¿Qué es lo le lleva a expresarse de esta manera? “Dios no es para mí un ser, pero una palabra para lo que puede suceder entre personas. Alguien te dice, por ejemplo, “No te abandonaré” y entonces hace que esas palabras lleguen a ser verdaderas. Bien podría ser que llamemos a ello (esta relación) Dios.”

La reacción a este planteo no se ha hecho esperar. Ha suscitado rechazos tanto de creyentes como de ateos. Un diario secular holandés, Volksrant, considera que la posición de Hendrikse es “bizarra”  y comparó al pastor con un vegetariano que trabajara en una carnicería. Para la Secretaria General de la Iglesia Protestante de Holanda Hendrikse trata al cristianismo “como un dogma que se puede sacar con la basura.” De todas maneras la Iglesia está tomando una actitud de espera indicando que, por el momento, no planean tomar acciones legales o disciplinarias contra el pastor, no solo porque no condice con la postura de la iglesia sino porque no es efectivo. No obstante es solo un aspecto formal de la relación institucional. Como acción directa entiende que “Lo que como iglesia debemos hacer ahora sobre todo es dar testimonio personal de nuestra fe.” No se hace ninguna mención, que se hubiese procurado establecer un diálogo, ni su argumentación mereciera un análisis y consideración.

Las religiones tradicionalmente parecen dar por sentado que la formulación doctrinal y su posición en la sociedad son argumentos suficientes y válidos para toda comprensión acerca de Dios que pudiera hacerse. Hendrikse parece moverse entre un trasfondo doctrinal que lo comprime y una genuina búsqueda de afecto concreto y cercano. La protesta en los buses aduciendo la no existencia de Dios e incitando a vivir libremente, que se mencionan en el capítulo anterior, asume un carácter más popular pero no menos agudo. En ambos casos las estructuras institucionales no muestran señales de estar seriamente afectadas, salvo para una reacción apologética que no intenta detenerse a considerar el contenido de los reclamos. La postura de lo políticamente correcto, que tiende a resumirse a considerar que cada uno piensa lo que le parece, ha permitido a la religión refugiarse en sí misma y, ya que no puede castigar al “hereje” puede, contradiciendo su responsabilidad por el prójimo, ignorarlo.

¿Hasta dónde es dable aceptar que los presupuestos doctrinales y la carga de la tradición teológica asuman tal preponderancia? ¿Hasta dónde puede tensarse, por ejemplo, la cuerda de los mitos –lo que Borges llama ese eterno hábito de las almas- para reclamar autoridad final y verdad indiscutida? ¿Cuál es el papel  que juega el poder y sostén de la institución eclesiástica para no atreverse siquiera a considerar la crítica a sus fundamentos? ¿Cómo se desarrolla una genuina fe que sepa mirar sin anteojeras al espectro amplio de la realidad? ¿Cómo reconocer en el camino de las convicciones aquello que es fantasía, poesía, cultura, que debe ser reconsiderado a la luz de las evidencias de la realidad presente?

Las manifestaciones de quienes descreen de la existencia de Dios no son una novedad. En el pasado, a quienes se animaban a declarar abiertamente su rechazo a la religión les esperaba una cruenta respuesta. Hoy, las respuestas son más veladas y, con ayuda de la moderna comunicación suelen lograr una instantánea notoriedad de la que se aprovechan ciertos medios para su beneficio. ¿Es este el efecto esperando por quienes hoy enarbolan las banderas del no a Dios?

Las repercusiones de un hecho no necesariamente están en relación directa con el hecho mismo. Muchas veces distorsionan el objetivo buscado. Esta tendencia a magnificar protagonistas, comercializar sus reclamos o simular ignorarlos hace que, a la larga, todo tienda a reducirse a lo que hoy puede interesarme porque mañana lo habré olvidado. Esto se refleja en dos hechos que han vuelto a llamar la atención sobre el tema de Dios. Con distintas modalidades plantean sus objeciones con la que se podrá disentir pero no ignorar

El espejismo de Dios

Cuando Nietzche lanzó su muchas veces malinterpretada afirmación “Dios ha muerto”, estaba desnudando los límites que había alcanzado una comprensión anquilosada y manoseada sobre la idea de Dios que había llegado a su fin. Sin la desgarrada y definitiva noticia sobre el Dios que era pero ha dejado de ser, el aviso en los buses anunciando que es “probable” que Dios no sea, retoma mucha de esa protesta, en un gesto de liberación para gozar la vida. G. Vattimo, hablando de su experiencia religiosa, lo afirma: “reivindico el derecho a escuchar de nuevo la palabra evangélica sin tener por ello que compartir las auténticas supersticiones, en materia de filosofía y de moral, que todavía la oscurecen en la doctrina oficial de la Iglesia.”

Estas manifestaciones acerca de Dios, cargadas de reclamos, requieren ser consideradas con todo respeto y atención. Gianni Vattimo en su libro “Creer que se cree” parece indicar un camino. Después de recorrer el peregrinaje de su vida entre la fe y el desencanto, donde ha buceado seriamente en estos planteos como parte de una sociedad de miradas múltiples y sin ataduras dogmáticas,  está convencido que si el amor ha de permanecer cuando la fe y la esperanza ya no sean necesarias “justifica plenamente la preferencia por una concepción “amigable” de Dios y del sentido de la religión. Si esto es un exceso de ternura, es Dios mismo quien nos ha dado ejemplo de ello”

La religión: la cuestión de la cuestión

Este amigable acercamiento a la religión que propone Vattimo  no parece ser el camino emprendido otros pensadores que van en busca de otra comprensión del mundo religioso en su complejidad y su presencia en la vida humana. Este planteo no necesariamente debe ser considerado como una defensa sin más de la religión sino, por el contrario, una disposición a indagar y preguntar, de quebrar la barrera de un racionalismo que limita su propia dinámica y no está dispuesto a la aventura de atreverse libremente a encarar el tema.

La famosa frase de Jacques Derrida: “La cuestión de la religión es, ante todo, la cuestión de la cuestión”, le suscita a Nicolás Casullo preguntar “¿Se llega a lo religioso? Ella, la religión, está aquí, antes de mi interrogar, al lado de la pregunta que la inquiere.” Casullo, en su póstumo libro Las Cuestiones, plantea la necesidad de encarar el tema religioso. Así, le da bienvenida al lugar que la discusión sobre la religión ha empezado a ocupar, aunque manifiesta ciertos cuestionamientos  al hecho que el racionalismo haya determinado en su momento que el tema estaba agotado. Su reflexión, plena de interrogantes que abren caminos, a los que se acerca con ciertas vacilaciones propias de una búsqueda en la bruma de este tiempo tumultuoso. Se entrecruza con su propia experiencia religiosa, que recuerda con aprecio. Intenta retomar la reflexión en un ámbito de lo religioso donde se rescate la memoria, se revalorice el mito, “la palabra mítica pobló los inicios entró hace mucho en infinito silencio explicativo social” y se enfrenta al desconocido mundo de lo impredecible “Y tal vez sea el camino del arte del misterio de lo bello – y no de la filosofía-“. En la valoración de su experiencia en la Iglesia Metodista, comparte “los recuerdos traicionan detalles, pero no esa calidez o sensación de inmensidad pregnante, de esa incandescencia de lo sagrado que hoy diría – no en aquel entonces- permitía reunir los dos mundos., abrazarlos, escucharlos, como si las palabras de aquel otro, a todos los otros.”

Casullo comparte cómo entiende Derrida qué es preguntarse por la “religión hoy en día”. Para él, “Si hay una cuestión de la religión, esta no debe ser ya “una cuestión de la religión”. Así Casullo llega a la conclusión que “Reflexionar ahora la manera de abordar lo religioso; tal vez en eso, fundamentalmente, consiste lo religioso. Nada más.”

Esa reflexión se abre en abanico. Se manifiesta en una variedad caminos que se bifurcan como parte de un pensamiento en clara ebullición de las que rescatan llamativas afirmaciones salpicadas en diversos momentos del texto. Todas hablan como de universos olvidados e inexplorados que desafían y atraen: “Y tal vez sea el camino del arte, el del misterio de lo bello”. Así, “deconstruir lo religioso cristiano sería acompañar una cultura hacedora hasta su límite de sentido.” Porque “también la religión cobra la envergadura de una de las claves de época”. Pero, sobre todo está convencido o consciente de que “lo religioso: un nuevo tiempo del espíritu contradictorio, conflictivo, post-secularización, se abrirá paso hoy a partir de insospechadas circunstancias históricas de pérdida de confianza y fe en un mundo postulado optimistamente en su magno nacimiento ilustrado, entendido como mayoría de edad del género humano.” Y dice algo más en la senda inagotable de la libertad: “lo religioso es la esperanza acumulada y retenida en el pasado.” Y “”abordar lo religioso desde sus sentidos huyentes, pero que dibujan a veces la noche estrellada sin el menor atisbo de filosofía” + (PE)

(*) Teólogo, con estudios en Alemania y Suiza. Pastor (j) de la Iglesia Metodista Argentina. Director del Departamento de Comunicaciones del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), Buenos Aires, 1975-1986. Presidente de Interfilm, 1981-1985. Secretario General de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana (WACC), Londres, 1986-2001. Autor de los libros Comunicación es evento (1988); Comunicación: modelo para armar (1990); Comunicación y Misión; En el laberinto de la globalización (2002).

valleferrari@gmail.com

 

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