Escuchando de nuevo- Capítulo V

camino-ocaso

ARGENTINA-

El libro “Emancipación de la Religión”, de Carlos Valle, es publicado en sucesivas entregas por Prensa Ecuménica y ALC Noticias. Ya publicamos:

INTRODUCCIÓN- Emancipación de la religión

Los principios infalibles

El camino de la pregunta

El atajo de la duda

La senda inagotable de la libertad. Capítulo IV

El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma. 
Luz en sueños. ¿No tiemblas, andante peregrino? 
Pasado el llano verde, en la florida loma, 
acaso está el cercano final de tu camino. 

Antonio Machado

Señor, yo te amo porque juegas limpio;

Sin trampas-sin milagros-; porque dejas que salga,

paso a paso sin trucos-sin utopías-,

carta a carta, sin cambios,

tu formidable solitario.

León Felipe

El planteo formulado sobre la búsqueda de la emancipación de la religión, presupone una tarea desafiante que. por momentos, puede tornarse agotadora. Delinear cuestionamientos, dudas, e ir a la búsqueda de caminos insospechados, presupone aprestarse a enfrentar momentos de flaqueza y cansancio. Todo cuestionamiento presupone ciertas razonables pausas, especialmente porque no se quiere quedar paralizado por la incertidumbre.

Por otra parte es evidente que con frecuencia los temas religiosos no resultan temas de conversación en el ámbito familiar o social. Hay como un código establecido por el cual la religión tiene que ver con el ámbito privado y no es bien visto inmiscuirse en él. Buena parte prefiere no entrar a analizar un terreno en el que se sienten faltos de autoridad,  o porque lo perciben como muy lejano a sus necesidades cotidianas. Hay  una especie de respuesta tradicional que evade cualquier comentario o indagación posterior. Así, mayormente se afirma creer o no en dios, y con ello dar por concluida cualquier apreciación posterior.

¿El interés por el tema religioso queda, por tanto, mayormente reducido al ámbito de los teólogos o filósofos? ¿Se trata de un ejercicio profesional, porque ellos “se ocupan del tema”? No es el caso considerar aquí aquellos escritos o manifestaciones que solo repiten y afirman posiciones que evitan cualquier cuestionamiento a las consideraciones tradicionales. Los libros o escritos religiosos no son pocos y muchos de ellos describen con diferentes lenguajes los mismos argumentos que se han sostenido por largos años. Al mismo tiempo, como ya se ha mencionado, hay un buen número de libros de quienes descreen de la religión. Mayormente presentan reflexiones críticas que rechazan ciertos presupuestos trascendentes o que producen una ruptura con el llamado orden natural. Generalmente su crítica se enfoca en los reclamos tradicionales de una religión que sostiene sus presupuestos como Inamovibles e indiscutibles. Confían en que hay una audiencia que, por una u otra razón, está interesada en tratar el tema ya sea porque tiene los mismos cuestionamientos o porque simplemente está desorientada en cómo tratarlo.

El tema religioso diluido

Viviendo en una sociedad cuyo trasfondo cristiano la ha ido permeando a todos los niveles, esto ha convertido al tema religioso en un ingrediente diluido de tal forma  en el seno de la sociedad que ha perdido una especificidad propia que pudiera permitir una adecuada comprensión. La afirmación, por ejemplo, que América Latina es un continente cristiano, pareciera ser tomada como un presupuesto indiscutible. Los siglos de su presencia entre los pueblos parecieran otorgarle carta de ciudadanía natural con la sociedad que logró conquistar.

La representación de variadas formas de cristianismo en el continente, que ya cuentan con más de dos siglos de existencia, no siempre ha gozado de plena libertad y expresión dado que la Iglesia Católica Romana se asumió como la única iglesia que representa la fe cristiana. En varios países de América Latina, lamentablemente, eso se manifestó en abierta confrontación y persecución. Las iglesias llamadas históricas provenientes mayormente de Europa fueron consideradas como expresiones foráneas. Por un tiempo solo se les permitió ofrecer sus actividades religiosas en los idiomas de origen.

No es lugar aquí para desarrollar una historia de la presencia de las iglesias en el continente sino explicitar como la religión en general ha ido asumiendo en la sociedad. La preponderancia del catolicismo es más que evidente y se pueden mencionar aportes que ayudaron al desarrollo de las comunidades como otros que las mantuvieron cautivas en un círculo de restringido desarrollo de pensamiento y acción. Es cierto, por otra parte, que muchas cosas han cambiado y la tolerancia religiosa se ha venido desarrollando con el impulso de lo inevitable.

Los cambios irreversibles

Las sociedades han experimentado cambios irreversibles en un proceso de secularización  que ha impactado en la vida de las iglesias. Nuevas generaciones han desarrollado nuevas comprensiones de la fe. La presencia de los movimientos caracterizados por el pentecostalismo tuvieron su impacto especialmente en los estadios más marginados de la sociedad, y su crecimiento ha sido muy marcado. Es reconocido que la participación de sus adherentes es sensiblemente más alto que en cualquiera de las otras expresiones religiosas. Sin entrar a cuestionar algunas de las premisas de varias de estas iglesias, que han servido para criticar su modo de reclutar nuevos miembros, lo que interesa aquí es indagar cómo se produce el acercamiento de las personas al tema religioso, sin entrar a cuestionar las motivaciones personales;  qué es lo que las motiva a  responder a ciertas expresiones religiosas, o qué los torna indiferentes a sus propias tradiciones.

Falta información como para hacer aseveraciones sobre complejos procesos que tienen un componente importante de tradición cultural y están muy influenciados por aspectos emocionales. La tentación es centrarse en los elementos sociales o psicológicos. Sin desconocer la importancia de estas consideraciones, pareciera que lo más probable es que se describa un cuadro que está, muchas veces, influenciado por presupuestos preestablecidos que delimitan una visión que reclama ser más integradora.

De todas maneras es indudable que los cambios producidos en el mundo moderno han afectado la visión religiosa, aun de aquellos que han buscado mantener una relación más permanente con las comunidades en las que participan. Hay muchas iglesias que, en estos tiempos, están sintiendo la ausencia de participación juvenil. Sus servicios religiosos han sentido la merma de su presencia y son las personas mayores aquellas mantienen su vigencia. Las actividades de las congregaciones tienden a ceñirse a los servicios tradicionales y es  escasa o nula cualquier actividad que refleje una indagación, no solo sobre los fundamentos teológicos que sustenta una particular iglesia, como los motivos de la declinación en la respuesta de la gente.

Posiblemente hay que empezar por reconocer la realidad de una visión de lo religioso que es mucho más compleja y confusa no  solo por los cambios experimentados en el mundo sino porque las herramientas utilizadas para hacerlo han ido mostrando sus limitaciones. Seguramente se debe seguir atento a lo que se ha mencionado de Rudolf Otto sobre lo que consideraba de “la consciencia religiosa como algo relacionado con el temor reverencial ante aquello que siendo desconocido al mismo tiempo sobrecoge y atrae en forma irresistible.” Él consideraba que se trata de algo que queda totalmente fuera de nuestra experiencia normal.

El temor reverencial

El problema se presenta cuando las religiones tradicionales instalan una comprensión determinada de ese “temor reverencial”. Resulta muy difícil, por ejemplo, cuestionar muchos de los presupuestos del cristianismo, porque se asume que los siglos de reiteración le dan patente de autenticidad.  Si se plantea, por ejemplo, la validez otorgada a la autoridad de la  Biblia, hasta el punto que cada pasaje que se lee en los servicios tiene como corolario: “Esto es palabra de Dios” ¿Qué es lo que quiere decir? Suena como una declaración que no se puede cuestionar en absoluto. Pero ¿de dónde emana la atribución para aducir que un texto particular tiene la autoría de Dios? En el Antiguo Testamento reiteradamente se hacen aseveraciones de este tipo. Es como una manera de remarcar el valor de lo que se afirma, ya sea una palabra de esperanza como una de condenación. Aceptar que eso es así, va más allá de requerir cualquier tipo de corroboración. Hay que recibirla aceptando la autoridad de quien lo comunica. Se considera que, por ser una manifestación de fe que, como tal, no requiere ser revalidada.

La comprensión de ciertas afirmaciones del Antiguo Testamento se inscribe en el seno de una cultura particular que, en su momento, también enfrentaban otras manifestaciones religiosas que, a su vez, reclamaban que su dios o dioses también hacían oír su voz.  Darle hoy a la Biblia el nombre de Palabra de Dios, es hacer un salto interpretativo que deja de lado que la Biblia es una compleja colección de escritos acumulados durante siglos que tienen valor testimonial. Un valor que incluye admoniciones y preceptos morales y sociales que contradicen la más genuina expresión de lo que se quiere comunicar. El tratamiento degradante de la mujer, los repetidos y ejecutados motivos de venganza, por poner solo dos casos, no pueden compararse con otros textos donde se clama el cuidado de los más necesitados y se defiende la justicia como elemento esencial de la vida del pueblo.

Darle a la Biblia ese carácter monolítico nos lleva a recordar lo que mencionaba Bruno Ballardini, que se ha llegado a darle a la Biblia un carácter tan peculiar que ha llevado a entender la realidad a través de ella. En sus palabras: “De tal manera, que nunca hemos entrado en relación con la realidad, sino con la Escritura. La realidad está, y sigue estando en otra parte.” Esta postura tan afianzada hace que todo intento por ir más allá de los textos recibidos sea considerado como una traición a verdad. Pero lo cierto es que la verdad está más allá de los textos, aunque los textos intenten señalar a esa verdad. De otra manera se confundiría un testimonio con una verdad indiscutible y perdería el valor legítimo de una experiencia a valorar y respetar.

Atreverse a cuestionar

¿Es necesario establecer límites a la búsqueda de esa atracción “que sobrecoge y atrae en forma irresistible”? Resulta más atractivo apoyarse en lo que otros han pensando y establecido que animarse a hacer planteos que pudieran no ser bien apreciados. Atreverse a cuestionar la historia recibida es un camino duro a recorrer y muchos han preferido ignorarla y asirse a los planteamientos teológicos sostenidos reiteradamente por relatos mitológicos que, sin tener una corroboración histórica, apelan a expectativas esperadas o deseadas. Pero, las críticas a ciertas historias míticas no son impedimentos para conocer su esencia.

La compresión de la divinidad o de lo que se representa con el nombre Dios, se lo describe como un poder inconmensurable cuya presencia invisible se hace presente en todas las esferas de la vida del universo. Esa figura de dimensiones inabarcables e inasibles se presenta como manifestadas en un número limitado de revelaciones en el pasado que determinan y limitan las que pudieran acontecer en el presente. La determinación al llamar “palabra de Dios” a acontecimientos que registra la historia de los testimonios bíblicos tiende a sacralizar experiencias que determinan una problemática en su correspondencia con la realidad. Los amplios e ignotos caminos de una auténtica religiosidad se ven constreñidos por una determinada posibilidad de experimentar la atracción del misterio de la vida. Nicolás Casullo pareció intuir la presencia de una prisión en la historia que ha retenido esa posibilidad y por eso habla de “la esperanza acumulada y retenida en el pasado”. ¿Cómo hacer para que esa experiencia del pasado, con toda su riqueza, sus recuerdos alentadores junto a sus claudicaciones traicioneras, no se convierta en un muro que impida respirar el aire fresco de la esperanza que quiere abrirse a nuevas experiencias.

Estas limitaciones que asume la religiosidad no solo tienen dimensiones trascendentes discutibles sino que han encontrado un refugio a partir del cual se elabora su poder que se expresa fuertemente en la dimensión ética. Las religiones en general, y en su caso el cristianismo, han tendido a establecer estructuras de conducta social y personal, en las que ejercen un poder de control social. Lo que entendieron como voluntad de Dios lo tradujeron en códigos de conducta y funcionamiento a todo nivel. Los jerarcas religiosos asumieron el papel no solo de garantistas de los poderes gobernantes sino que asumieron que la autoridad divina les había sido otorgada para decidir entre lo que está bien y está mal y proceder en consecuencia. Mucha agua ha corrido bajo los puentes. El poder monolítico de las jerarquías que cubría desde los palacios gubernamentales hasta el lecho de las gentes ha ido, con el correr de los tiempos, perdiendo su fuerza. Todavía hay lugares en donde la influencia de las autoridades religiosas tiene su peso en el terreno de la política y de la vida social, pero su empeño en mantener esos dominios se ha ido diluyendo. Es cierto que, como hemos señalado, hay ciertas marcas de ese poder que todavía muestran signos de haber permeado a la sociedad. Sin entrar en detalles se puede mencionar la influencia en la vida política que determinan ciertas posiciones de privilegios claramente en el campo económico. El sostén de la Iglesia Católica Romana y la preservación de su patrimonio en gran número de propiedades, está revestido de una interpretación del valor de la preservación de las tradiciones que se convierten en sí mismas en una garantía para sostener los privilegios.  Otro aspecto se manifiesta en la moral sexual que sigue determinando comprensiones y actitudes respecto a las conductas entre los sexos y un marcado rechazo a todo lo que tenga que ver con los reconocidos matrimonios igualitarios. Es quizás en este terreno donde se nota el disgusto eclesiástico por la independencia lograda en la sociedad que se ha liberado de una cierta tiranía de la vida y ha demostrado que la fe cristiana es una opción no una imposición.

De todas maneras, la disminución de la autoridad de las jerarquías eclesiásticas no deja en claro qué es lo que sucede con el lugar de la religión como tal en la sociedad. José M. Mardones  en un valioso análisis sobre Jürgen Habermas y la religión  en El discurso religioso de la modernidad, concluye que, finalmente en su argumentación, Habermas pone dos acentos sobre la religión, uno de los cuales tiene que ver con las funciones pragmáticas, sociales, políticas, rituales y  otro que subraya “el carácter de donador de sentido y consuelo para el individuo en sus contingencias”. A  Mardones no le convence que la religión se agote en esos dos acentos, porque pierde “la dimensión simbólica de la religión”, ya que “La religión es expresión de un sentido de la realidad más allá de la sociedad.” Así cree que es importante rescatar esta dimensión de la religión para ubicarnos “en una dimensión clave de la existencia humana y de la realidad.”

Hasta cierto punto es importante destacar esta crítica porque es cierto que está presente la tentación al reduccionismo dada la pérdida del poder totalizador que llegó a manifestar la religión. El mundo moderno con su acento en los aspectos mercantilistas de la vida ha ido afectando seriamente la posibilidad de una experiencia religiosa. Los exacerbados postulados del individualismo y utilitarismo han ido marcado una forma social de convivencia que hace desechable cualquier manifestación que exceda esos parámetros. Al menos por dos razones, en primer lugar, porque es difícil cambiar las reglas de juego que se han impuesto en la sociedad y en segundo lugar, porque su cuestionamiento parecieran poner en juego la posibilidad de ser y de lograr la felicidad en la sociedad actual.

El mismo Mardones plantea un camino cuando pide “Dejar a la religión ser religión” lo que “consistiría entonces en dejar que la presencia ausente del misterio recorriera toda la realidad.”  Aunque se pudiera concordar con esta conclusión, hay que reconocer que es lo suficientemente abstracta como para no preguntarse sobre el lugar de las expresiones religiosas que se conocer hasta hoy. Porque muy bien se podría argumentar que le corresponde a la teología reconsiderar sus propios postulados para poder seguir siendo quien establece los contenidos que definen no solo los aspectos más generales de lo religioso sino que establecen la propia concepción de la vida social y de los misterios del universo.

En busca de lo auténtico

El avance para la interpretación del Nuevo Testamento experimentó un importante desarrollo gracias al aporte los estudios conocidos como la crítica de las formas. Estos estudios venían al cruce de los trabajos que comenzaron con la inacabada búsqueda del llamado “Jesús histórico”.  El trabajo de los biblistas fue poniendo de manifiesto las complejidades del contenido de los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, partiendo de las diferencias entre ellos. Una de las dificultades para comprender a los evangelios es que no es posible conocer, aparte de ellos, algo que pueda ser considerado una historia fidedigna de aquella época. Los años en que son conocidos los evangelios, o parte de ellos, dejan ver un proceso de reelaboración de hechos y palabras. Según comenta el Libro de los Hechos el contacto de Pablo con los discípulos de Jesús fue muy cercano, y las diferencias de interpretación del camino para la fe no se obvian. Es llamativo que el apóstol Pablo no haga mención a hechos o palabras de Jesús, salvo la institución de la última cena como expresión cultica de los creyentes. Otras expresiones referidas a palabras de Jesús tienen que ver en más de una circunstancia con su experiencia personal.

Una de las grandes preguntas que formulan los estudiosos es cuáles palabras y hechos deben ser considerados auténticas palabras de Jesús y cuáles deberían ser consideradas como elaboraciones de la misma comunidad. Encarar una comprensión de la persona de Jesús dentro de los interrogantes que la lectura de los evangelios suscita requiere una apertura que deje en suspenso las concepciones con las que se ha venido presentando su persona.  Javier Pikaza, teólogo español, ha definido con claridad: “Todo el nuevo testamento ha de tomarse en forma de confesión creyente y no como el testimonio de una historia que ha pasado.” Estas palabras son parte de su introducción a la obra del teólogo alemán, Herbert Braun, Jesús, el hombre de Nazareth y su tiempo, donde Braun traza un sucinto panorama acerca de la persona de Jesús ubicándolo históricamente y preguntando cuáles son las fuentes fidedignas a las que se puede acudir. Braun, junto a varios teólogos de su época como Rudolf Bultmann, entiende que a la persona real que fue Jesús se le han adosado muchos títulos que, de alguna manera, hay que dejar de lado para conocer “El hombre real Jesús que es la base unívoca del nuevo testamento”.

Javier Pikaza valora el trabajo exegético de Braun pero tiene ciertas prevenciones porque lo que él hace es una interpretación. Una afirmación que también le cuadra a Pikaza, porque es algo a lo que nadie puede escapar. Según él, Braun define a Jesús como “un profeta que ha tenido palabras de exigencia y conversión que se traducen en un imperativo de amor interhumano.” Y, por ello “solo acepta el mensaje de Jesús y olvida el sentido de la pascua” de manera que “la fe supone fundamentalmente una posibilidad humana.” Para Pikaza lo que encuentra ausente es “el rostro decisivo del misterio trascendente que él define como “Cristo, Hijo de Dios, señor divino.”

Si bien las argumentaciones de Braun muestran puntos que llaman al cuestionamiento no es menos cierto que la crítica de Pikaza, expuesta con mucha apertura, se cierra en la interpretación dogmática. ¿Hasta qué punto se pueden adosar títulos y hechos corrientes de la cultura de aquella época para dar valor a la autoridad que Jesús manifiesta en su llamado a una nueva vida?  ¿Por qué el rostro decisivo del “misterio trascendente” solo puede interpretarse en el hecho de Jesús de Nazareth? Indudablemente Pikaza está tomando una posición de fe desde donde intenta validar su propia visión. Braun asume una diferente posición: “Jesús no quiere ser reconocido de antemano como autoridad externa, sino que el consigue autoridad por lo que tiene que decir exigiendo y liberando al hombre. Dios no es la fundamentación de esta autoridad de Jesús; es la expresión de este camino que un hombre puede recorrer obedeciendo.”

Volver a leer los evangelios bajo esta premisa obliga a desbrozar los condicionamientos culturales y religiosos en los que están elaborados. Si se quisieran mantener los principios dogmáticos que han ido proveyendo a Jesús de un bagaje mítico, nos encontraríamos con un ser cuya humanidad está muy lejana del mundo real.

Jesús y los mitos culturales

Llegado a este punto es importante tratar de entender cómo la iglesia cristiana a lo largo de la historia ha ido revistiendo al ser humano Jesús con la adición de orígenes metafísicos, de títulos que lo identifican con esperanzas propias de la tradición judía, del cumplimiento de anunciadas expectativas del fin de los tiempos, la Jerusalén celestial que desciende a la tierra, el reinado del mesías que acunaba la esperanza de la comunidad de aquellos tiempos. Expectativas asumidas y reelaboradas en el curso de la historia.  Al mismo tiempo, debe indicarse que algunos entendieron que también venía a llenar las convicciones de otras culturas. El Libro de los  Hechos menciona muchas predicaciones que atrajeron a las gentes. También alude a que la comunicación cristiana enfrentó el rechazó apasionado. Atenas aparece como más amigable. Epicureos y estoicos se animan a escuchar a Pablo pero, cuando menciona la resurrección de los muertos, el interés se evapora (Hechos 17). Cuando Pablo entró en la controversia intelectual, recibió cierto desplante “Ya te oiremos acerca de esto otra vez.” El texto ofrece la posibilidad de distintas lecturas. El escritor de Hechos quiere concluir su relato con un amable final: “mas algunos creyeron”. Wittgenstein recordaba que: “La filosofía (la teología) es una batalla contra el embrujamiento de nuestra inteligencia por medio del lenguaje.”

¿Cuándo el símbolo apunta a la realidad que quiere manifestar y cuándo el símbolo crea una realidad?  Las expresiones simbólicas que procuran reforzar ciertas convicciones que tienden a mostrar señales de dimensiones extraordinarias. Muchas acciones milagrosas que se cuentan en los evangelios tienen un trasfondo de hechos que parecieran haber necesitado un sello particularmente extraordinario que los autentificara. Es llamativo que en los evangelios Jesús no aparece como aquel que busca la ratificación de su autoridad en las acciones milagrosas que se le asignan. Así, las autoridades religiosas no están tan preocupadas por los milagros que realiza sino más bien si lo hace  quebrantando la Ley, porque consideran que ella es lo más importante a preservar.

No sorprende que muchas cosas relacionadas con la vida de Jesús, al analizar los textos recibidos, sean puestas en discusión con razones que tienen su validez, teniendo en cuenta que se está hablando de textos que son básicamente testimonios de fe. Los evangelios no pretenden asumir un carácter biográfico, por eso mismo se los debe recibir como testimonios que contienen elementos míticos y, para comprenderlos hay que centrarse en lo que intentan apuntar con los mismos. El nacimiento virginal de Jesús, por ejemplo, se inscribe en una tradición legendaria que está relacionada con las figuras salvadoras en el mundo heleno-oriental. Ya está más que demostrado, por otra parte, que no conocemos el año en que nació Jesús. Para hacer referencia a un solo hecho, se busca coincidir el nacimiento en la ciudad de Belén a causa de un censo que se realizó en los años 6-7 DC. Pero esto solo tiene connotaciones dogmáticas judeo-cristianas, porque Belén era el lugar esperado para que naciera el mesías.

Lamentablemente algunos de estos relatos han estimulado la crítica más racional sobre la veracidad de los hechos. Sería muy difícil contrarrestar algunas de esas críticas, pero será siempre más valioso poder liberar de esas críticas los contenidos testimoniales y valorarlos en su justa medida. Esto no significa que al hacerlo así solo resta aceptar esos testimonios como verdades que hay recibirlas sin más. Al menos, lo que corresponde es tratar de aceptarlos como expresiones genuinas a ser respetadas.

La resistencia dogmática

La resistencia a aceptar las investigaciones llevadas a cabo por la crítica bíblica es de larga data y pareciera sostenerse en dos convicciones. Por un lado, los condicionamientos dogmáticos que identifican los testimonios de fe con el hecho mismo. La enunciación sobrenatural de un relato parece ser la prueba válida de su verdad. Por eso, todo cuestionamiento a los elementos sobrenaturales es considerado una descalificación del hecho. Esta lectura, que parte de un presupuesto dogmático, oscurece la comunicación del testimonio. Por otro lado, si no se puede comprender que todo relato se expresa en términos de una peculiar cultura se está desvirtuando la naturaleza de lo que se comunica.

La riqueza del pensamiento judeo-cristiano domina todo el contenido de los testimonios bíblicos. Al mismo tiempo debe recordarse que el cristianismo surge en medio de un mundo en el cual el helenismo jugaba importante papel del cual se pueden encontrar marcas en textos del Nuevo Testamento. Son varios los intentos por reconciliar el cristianismo con la filosofía griega, que se manifiestan especialmente en el siglo II, con figuras como las de Clemente de Alejandría u Orígenes que procuraban proveer al cristianismo de un marco filosófico. Mucho se ha escrito sobre la discusión suscitada sobre una desarrollada doctrina de la trinidad, o la deidad de Cristo, o la inmortalidad del ser humano y las imágenes sobre una supuesta vida posterior que se fueron manifestando en este encuentro de mundos filosóficos y religiosos.

No se trata aquí de abundar en esa compleja historia sino simplemente recordar como la comprensión de la fe cristiana está íntimamente vinculada a la cultura de la época en la cual se desarrolla. Una lectura actual no podría hacerse sin reconocer lo que se podría llamar la contaminación de visiones que por un lado distorsionan lo que comunican y, por otro, impiden una lectura más genuina de los hechos.

A todo esto podemos agregar que, la pregonada lectura de los textos como textos que no pueden ser cuestionados,  tropieza con la dificultad que enfrenta todo relato que se comunica. A esto se añade que los relatos de los evangelios y los dichos de Jesús están condicionados por su origen oral. Un elemento fundamental de la oralidad tiene que ver con los sentimientos. Así, en la oralidad  intervienen muchos determinantes como la circunstancia en la que se produce, cómo se dice y el público al que se dirige. Sabemos que Jesús hablaba en arameo, los textos que conocemos están vertidos al griego y traducidos a nuestro idioma. Esto significa que a las características de la oralidad se le ha añadido un elemento que mueve a la interpretación, lo que Jorge Luis Borges llamó “las infidelidades creativas”.

Es bien sabido que un relato es siempre la interpretación de un hecho sin que necesariamente sea una intencional transgresión o distorsión de lo que se comunica. Siempre se relata desde la particular visión de lo sucedido, provenga o no de testigos presenciales. La parcialidad en la comprensión de un hecho es siempre una verdad que hay que aceptar. Seguramente el diálogo entre quienes han experimentado un hecho puede ayudar a trazar un panorama más acorde con lo sucedido, pero no hay garantías que así sucederá.

Se ha intentado comprender la visión de los evangelistas como diversas perspectivas de un mismo hecho. Hay concordancias pero también discrepancias. Hay hechos que solo uno reproduce o su versión es más breve o más amplia que la de otro. Se ha insistido en que las audiencias a las cuales van dirigidas han hecho  que sus contenidos se explayaran más en un aspecto que en otro. Esto podría cuadrar para los primeros tres evangelios, con excepción del evangelio de Juan cuyo contenido y estructura difiere  especialmente de ellos. Su contenido, por ejemplo, se concentra en algunos relatos y largos discursos de Jesús, mayormente ausentes en los otros. Además, sabemos de otras historias que, aparte de lo que encontramos en los evangelios, circularon en muchos lugares y que, por diversas razones no fueron consideradas y sí desechadas para ser parte de los textos que, buen tiempo después, formaron parte del llamado canon, palabra que -derivada del griego referida a una “norma” o “medida”-  pasó a denominar al conjunto de textos considerados como conformes a la norma.

El complejo mundo del canon

¿Cómo se llegó a establecer este canon? ¿Quién asumió la autoridad para decidir qué libros pueden ser considerados como tales y cuáles no? El argumento más tradicional afirma que el proceso es el siguiente: la Iglesia lo que hace es atestiguar que, por ejemplo, si un libro es elegido se debe a que ha sido inspirado por Dios y que la Iglesia no inventa los libros. Ambas aseveraciones presuponen el reconocimiento a priori de ciertas afirmaciones que están sujetas a interpretaciones dogmáticas cuestionables. Primero, quién o cómo se garantiza que un texto es “inspirado por Dios” y qué quiere decir “inspirado por Dios”. De esta manera una proposición dogmática sostiene otra proposición dogmática con lo que el argumento es sólido desde el punto de vista de la fe, pero es débil para ser aceptado sin más, especialmente teniendo en cuenta el complejo y hasta conflictivo establecimiento del canon bíblico.

Segundo, la Iglesia crea sus libros, aunque no los escriba directamente al definir el contenido de los textos a incorporar al canon o al rechazar otros textos. Porque, por incluir, ignorar o censurar se va escribiendo y definiendo el canon. Esto se presenta muy claramente cuando se recuerda la larga historia de las dificultades para el reconocimiento del Canon o de un canon. Para ilustrarlo,  se ha hecho referencia a la expansión del cristianismo que dio lugar a que los textos se diseminaran por muchas regiones. Además, porque no solo los apóstoles escribían y las iglesias recibían mensajes de diversos lugares. Esto, se argumenta, hizo que las primeras decisiones sobre el canon recién se dieran en el Concilio de Hipona (África) en el año 393. De todas maneras  hay que esperar hasta el Concilio de Trento (l545-l563) para que la Iglesia Católica hiciera su decisión final sobre su canon bíblico, en medio de una controversia con la naciente y expandida Reforma Protestante. Bruce M. Metzger, recuerda que  “Finalmente el 8 de abril de 1546, por un voto de 24 a 15, con 16 abstenciones, el Concilio sancionó un decreto (De Canonicis Scripturis) en el cual, por vez primera en la historia de la Iglesia, la cuestión del contenido de la Biblia fue hecho un artículo absoluto de fe y confirmado con un anatema.”

Así, la historia del establecimiento del canon tuvo una agitada historia anterior a Hipona y hasta Trento. No obstante, hubo libros que fueron aceptados por la Iglesia Católica y otros que iglesias protestantes y algunas ortodoxas consideraron como “deuterocanónicos”, porque no fueron incluidos entre los textos hebreo-arameos. No obstante sí lo están en la Biblia Griega, llamada Septuaginta de fines del siglo III, que se habría utilizado por la iglesia cristiana primitiva de habla y cultura griega. Al mismo tiempo hubo otros textos sobre los que se expresaron dudas como la Epístola a los Hebreos, Santiago o el mismo Apocalipsis. George J. Reid escribe en la The Catholic Encyclopedia, (1913) “En la Iglesia latina, a través de toda la Edad Media hallamos evidencia de vacilación acerca del carácter de los deuterocanónicos. Hay una corriente amistosa hacia ellos, otra distintamente desfavorable hacia su autoridad y sacralidad, mientras que oscilando entre ambas hay un número de escritores cuya veneración por estos libros es atemperada por cierta perplejidad acerca de su posición exacta, y entre ellos encontramos a Santo Tomás de Aquino. Se encuentran pocos que reconozcan inequívocamente su canonicidad. La actitud prevalente de los autores occidentales medievales es substancialmente la de los Padres griegos.”

No es el interés de este trabajo hacer una detallada historia de la fijación del texto de la Biblia. Los pocos ejemplos dados, nos han mostrado la complejidad y dificultades para sintetizar y proclamar que el texto finalmente (y hasta parcialmente) acordado se debe atribuir simplemente a sola “inspiración de Dios” u otorgarle el carácter de “palabra de Dios”. El texto acordado está teñido de muy diferentes corrientes de pensamiento que demuestra la multiplicidad de concepciones acerca de lo religioso. Esa experiencia estaba modelada por la cultura imperante, su comprensión acerca del mundo y su imaginario religioso.

 

Aun cuando hay ciertas asunciones que se han tornado en dogmas inapelables, ellas mismas denotan la fragilidad de reducir la experiencia religiosa a manifestaciones peculiares, y a tener que aceptar la existencia de una autoridad eclesiástica que tiene en sus manos el poder de definir qué es lo correcto y lo qué no. Respetando y valorando esa experiencia, corresponde hoy procurar una experiencia propia. Se vive otra situación, porque la comprensión del mundo ha cambiado y esa comprensión necesita ser vista en una nueva perspectiva. La búsqueda en la experiencia religiosa (como en la ciencia) es siempre una búsqueda por descubrir y conocer, y siempre aceptar que el resultado es provisorio.

La cuestión que se plantea es, si este acuerdo que ha llevado siglos para ser aceptado con ciertos condicionamientos y que en algunas partes se han pretendido ignorar, no se constituye en un círculo cerrado que, a larga, desmerece su propio contenido. Después de todo, las controversias que se han manifestado en la historia en términos que van más allá de los textos apelan a la esencia misma del pensamiento teológico. Si la experiencia del pasado dominara todo el pensamiento y fuese inaceptable cuestionarlo, o pensar más allá, con toda su crítica y con el afán genuino de ahondar en una verdad que nos trasciende, entonces los textos se convierten en textos que no apelan a la vida presente y cierran la puerta para indagar en el camino de la libertad.

 

 

 

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