Con las alas desplegadas al viento-Capítulo VII

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ARGENTINA-

Por Carlos Valle-

El libro “Emancipación de la Religión”, de Carlos Valle, es publicado en sucesivas entregas por Prensa Ecuménica y ALC Noticias. Ya publicamos:

INTRODUCCIÓN- Emancipación de la religión

Los principios infalibles

El camino de la pregunta

El atajo de la duda

La senda inagotable de la libertad. Capítulo IV

Escuchando de nuevo- Capítulo V

Arrojando el grave soñar en la llanura-Capítulo VI

Serena,

La eternidad espera en la encrucijada de estrellas.

Grato es vivir en la amistad oscura

de un zaguán, de una parra y de un aljibe.

                                            Jorge Luis Borges

Agua clara

De plata y de cristal

Ardiente como una llama

Como si fuera un manantial,

Yo soy la dueña de la clara

De la redonda inmensidad

Escucho que alguien te nombra

Agua clara de mi soledad

                                              Lilian Tomasa Ramón Yat

Hay que volver al texto de León Felipe con que se abría el capítulo anterior. Su gran planteo es que la religión institucionalizada se apodera del ser humano y son sus razones e intereses los que prevalecen. Los pensamientos quedan prisioneros de las instituciones y de los edificios que los contienen. Para León Felipe lo que corresponde es adueñarse de todos los contenidos de la fe y asimilarlos como una comida que impregne el ser. Es una forma de decir que no hay una verdadera fe, libre de las influencias que las quieren manipular y controlar, si no se la hace parte misma del ser. ¿Es eso posible? ¿Es posible digerir esa comida libre de todo contaminante o condicionante? La búsqueda de un sano camino para tratar de develar, al menos un atisbo del misterio de la vida, será siempre un intento que el ser humano está llamado a emprender por su propia salud.

 

El misterio del universo 

Los grandes temas siempre están presentes y, mayormente, con planteos que difícilmente alcanzan una respuesta definitiva. Uno de los temas fundamentales relacionado con el universo mismo presenta variadas interpretaciones. La reflexión acerca del universo ha motivado el pensamiento de filósofos, religiosos, poetas y de muchos otros que han sentido atracción, deslumbramiento y hasta temor por el tema.  A nivel más finito o infinito. Sin entrar a considerar este vasto tema lo que importa aquí es poner de manifiesto su importancia. Al menos recurramos a un científico, el Doctor en Física y Matemáticas español, Alberto Fernández quien pone de manifiesto una cierta razonable ambigüedad cuando afirma que. “El universo tal y como lo entendemos es realmente infinito en todos los sentidos abierto y no cerrado, pero también es finito por el tiempo, porque es más grande que la distancia que ha recorrido la luz del “Big Bang” hasta hoy. De ahí que todo lo que está afuera de esta distancia sea aún inaccesible.” Se trata de una definición que saca conclusiones pero que, a la vez, reconoce la relatividad de las mismas. Se puede empezar a preguntar ¿Cómo definir la importancia de lo “inaccesible”? Su hipotético acceso ¿Puede llegar a reformular las teorías y de qué manera? La complejidad del tema limita la comprensión de quienes no son especialistas, pero es evidente que la incalculable dimensión del tema universo lo torna de definición limitada y siempre abierta a la reformulación.

“En la escala de lo cósmico sólo lo fantástico tiene posibilidades de ser verdadero.”, afirmaba Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), el recordado sacerdote jesuita, paleontólogo y filósofo francés. Su muy personal y original visión de la evolución, tuvo dispar recepción por parte de científicos y religiosos. Según sus defensores: “sus proyecciones científicas (fueron) incomprensibles para la mayoría de sus contemporáneos. Satanizado y rechazado en todas sus Persona: la religiosa, la filosófica y la científica, Teihard se mantuvo fiel a sus principios, mostrando una gran entereza ante los ataques de adversarios que nunca entendieron la profundidad de su pensamiento (www.teilharddechardingrupodeestudio.org/). En su libro “El universo sensible”, Guillermo A y Juan Sebastián Agudelo entienden que corresponde desmentir la idea de que el universo es aleatorio y tiende al desorden, porque al nivel subatómico el nuevo descubrimiento prueba que el modelo estándar es insuficiente y, a nivel cósmico, la constante cosmológica sugiere que la fina sintonía del universo permite que la evolución pueda ser posible.”  Por eso, para ellos “La visión de Teilhard de Chardin hace de la evolución la fuerza que configura la historia universal, no sólo la historia de la Tierra. Su aparente optimismo puede provenir del hecho de que concede tan fundamental influencia a la evolución.”

Hoy, el pensamiento de Teillard de Chardain ha ido perdiendo preponderancia, y las viejas críticas han quedado, si no olvidadas, arrinconadas en el desván de lo pasado. La mención de esta controvertida figura y su “aparente optimismo” va señalando variados e inesperados caminos por parte de quienes van a la búsqueda de una comprensión de esta realidad tan desafiante y abrumadora que constituye el universo.

Otra visión es la que presenta el Dr. Eugenio Zaffaroni en su libro “La Pachamama y el humano” que toma en cuenta la visión de los pueblos originarios.  Entiende que hay dos perspectivas que hablan el mismo idioma sobre este encuentro humano y naturaleza. Por un lado, está la hipótesis Gaia elaborada por Jame Lovelock –un químico británico que tomó para desarrollar su teoría el nombre Gaia, la diosa griega de la tierra– que considera que el planeta es un ente viviente que se autorregula, revolucionando el concepto de evolución. Así, Darwin no habría definido la evolución como la supervivencia del más apto y fuerte sino la del más fecundo. Por eso afirma: “no cabe en la evolución privilegiar la competencia, sino la cooperación.” De manera que debe entenderse que “somos parte de esta vida planetaria, parte del planeta y, como todas las otras partes, nos incumbe contribuir a la autorregulación y no perturbar sus finos equilibrios y reequilibrios”. En América Latina la Gaia se llama Pachamama, “la personalidad de la naturaleza exigiendo respeto y reciprocidad”.  “No llega de la mano de elaboraciones científicas, sino como manifestación del saber de la cultura ancestral de convivencia con la naturaleza”. Se incorpora a las nuevas constituciones aprobadas en Ecuador (2008) y en Bolivia (2009). De esta manera rompen con el esquema centrado en los derechos individuales para pasar a los derechos colectivos y a la proclamación de los derechos de la naturaleza, la Pachamama. La reafirmación del suma qamaña aymará y el sumak kawsay quechua que condensan la idea del “buen vivir”. Para Zaffaroni, Gaia y Pachamama son dos caminos que se encuentran, “entre una cultura científica que se alarma y otra tradición que ya conocía el peligro” y hay que celebrar ese encuentro. La recreación de esta relación manifiesta la importancia de una visión que rompe con dogmatismos dominantes en la cultura y restaura la herencia y sabiduría de los pueblos originarios.

Desde el punto de vista de la religión son muchos los que han querido encontrar en el funcionamiento del universo señales inequívocas de la existencia de Dios con una argumentación que resulta cuestionable. Cada avance de la ciencia se intenta interpretarlo en términos religiosos. La vieja argumentación acerca del reloj encontrado en un bosque, que nos obligaría pensar de algo creado y saber por quién, llevar a concluir que no fue puro azar, que alguien lo debe haber creado y “ese alguien” es llamado Dios. A partir de allí se intenta desarrollar quién es ese Dios y qué es lo que quiere ese Dios para el mundo.

Interpretaciones teológicas de hechos físicos tienden a condicionar sus descubrimientos y, en ciertos casos, sus investigaciones. La sabiduría ancestral de los pueblos originarios que, en el caso de Lowelock abre un camino recreado para comprender a Darwin en la búsqueda de la supervivencia del más fecundo que se conecta con el “buen vivir” que reclaman aquellos pueblos.

 

La vida y la muerte 

Más cerca de los seres humanos está el tema de la vida misma y su contraparte la muerte. La inevitabilidad de la muerte es siempre un seguro futuro que siempre acecha. Éste constituye un punto muy sensible en el mundo religioso. En el pensamiento cristiano varios elementos lo señalan, que se definen como expresiones relacionadas a un plan de Dios. La referencia sobre “un plan de Dios” llega a tener dimensiones universales y también personales, como un destino establecido de antemano. De lo que se trata es descubrir ese plan porque es inexorable su cumplimiento. Se puede empezar por considerar la afirmación de la resurrección de Jesús como el anuncio de que la vida no tiene fin porque hay una vida futura para todos los que lo acepten. Esta fuerte aseveración pone de manifiesto que, al mismo tiempo, un castigo eterno está preparado para aquellos que no aceptan esa fe y su vida sea una negación de lo requerido por Dios. El camino que lleva al cielo o al infierno está presente en toda la historia del cristianismo. En esa historia, la comprensión tanto del cielo como del infierno, ha ido sufriendo modificaciones que han ataviado al primero con bondades y gozos jamás soñados y han ido agravando los sufrimientos y las penas sin tregua. Al mismo, ha habido quienes han sostenido que, no obstante todo lo decidido y anunciado, finalmente Dios, en su infinita misericordia, salvará a quienes no se hayan acogido a su llamado.  Otros han negado toda posibilidad de modificaciones en este plan de Dios porque los seres humanos han tenido la oportunidad de volverse a Dios y no lo han hecho.  Por eso, el castigo eterno es justamente una decisión que va a permanecer. ¿Quiénes podrán determinar esa decisión? La vieja afirmación “extra ecclesiam nulla salum”(fuera de la iglesia no hay salvación) ha prevalecido a lo largo de los siglos y, mayormente, ha sido interpretado por la Iglesia Católica Romana como referida a sí misma.

Aun cuando hasta hoy no se han podido establecer indicios concretos de que aquellos que mueren en la fe gozarán en forma inmediata de la vida eterna, las afirmaciones de que así es y que, además, será la oportunidad para reunirse con los seres queridos que los precedieron, domina la pastoral del consuelo para los deudos.

Los enfermos graves y el deceso de jóvenes o niños entran en el terreno de lo que se llama “la voluntad de Dios”, que es insondable y hay que aceptarla como la más adecuada respuesta al dolor humano. La elaboración de interpretaciones teológicas sobre realidades que van más allá de los límites del aquí y el hoy, se las presentan como verdades  incontrastables apelando a una interpretación arbitraria de la llamada voluntad de Dios. El consuelo es siempre un acto caritativo que se debe ofrecer, pero imponer una imaginería religiosa puede resultar en una defraudación.

Las consideraciones indicadas sobre el universo y la vida y la muerte señalan a las valoraciones que se hacen muchas veces influenciadas por ciertas concepciones religiosas que intentan dominar la comprensión de realidades que escapan a una determina manera de ser interpretadas. Una verdadera emancipación de la religión debería reconocer esta interesada interpretación de la realidad y sentirse libre de ir en busca de los ocultos caminos que hay que explorar. La resurrección atribuida a Jesús ¿es parte de un mito o es una expresión metafórica donde desaparece lo sobrenatural? ¿Se trata de encontrar en Jesús y su mensaje un camino para vivir la vida en plenitud? La distancia entre los que ponen el acento en el milagro de una resurrección indefectiblemente necesaria y quienes lo circunscriben a formas mitológicas de expresar la necesidad de afirmar la perdurabilidad de la vida más allá de la muerte. En esta compleja trama de siglos se cruzan  afirmaciones doctrinarias con valederos cuestionamientos racionales.

 

¿Quién es Jesús? 

Una adecuada manera de encarar esta situación, en este marco de institucionalidad y dogmatismo, sería releer los testimonios que comparten los hechos que han dado lugar a esta estructura monolítica. Como alerta el viejo dicho, evitar que el árbol nos impida ver el bosque y empezar por tratar de saber a ciencia cierta quién es este Jesús sobre el que narran los cuatro evangelios, que constituyen el núcleo sobre el que se cimentan las iglesias cristianas. Como se ha dicho en otro capítulo, hay tener en consideración que, por empezar, los evangelios no son biografías; que han seleccionado las historias que quisieron incluir, y que cada uno de los cuatro lo hizo desde su propio punto de vista. Los relatos provienen de una cultura particular y a ella se refieren mayormente. A todo esto deben añadirse las varias adiciones sobre el carácter divino de la persona de Jesús que se fueron gestando, desde las reflexiones del apóstol Pablo hasta las que se fueron gestando a lo largo de la historia. Como se ha visto la inacabable búsqueda del “Jesús histórico” ha sido intensa especialmente a partir de la crítica bíblica y ha tenido dispares resultados. De cualquier manera todas las conclusiones siempre dejan un margen de interrogación que hasta hoy no se ha llegado a dilucidar. Actualmente se conocen nuevas y algunas no tan nuevas investigaciones que resumen con justeza los muchos trabajos que se han acumulado desde hace más de un siglo.  Todo da a entender que es muy aventurado pronosticar que pueda alcanzarse un definitivo relato que haga justicia a lo que realmente pasó y quién fue verdaderamente Jesús. Queda siempre la pregunta, posiblemente sin respuesta definitiva: ¿Es posible conocer de un relato interpretativo, interesado, selectivo la verdadera persona de la que hablan? ¿Los hechos que relatan ocurrieron realmente o son los ejemplos creados para destacar su figura y sus orígenes divinos? ¿Hasta dónde las palabras que se le atribuyen salieron de sus labios? Sería un abuso de compresión que fuese posible una respuesta definitiva. Una cosa es cierta: hay tantas interpretaciones que cada uno puede describir su propio Cristo. Lo cual lleva a la tentación de concluir que, ante tanta variedad, no queda más que desecharlas todas o ir a la búsqueda de elementos que permitan trazar un adecuado cuadro de la persona. Esto seguramente no será muy bien apreciado en círculos religiosos que ya han dado su veredicto interpretativo, ni para quienes puedan entender que una mirada más personal reviste cierta petulancia enfrente de tantas y tan autorizadas interpretaciones que se han ido dando a lo largo de los siglos.

Aun reconociendo los desbordes que pudiera significar una cuestionable visión que se considere una respuesta válida, no se puede negar que esa búsqueda de una visión que se abra paso en medio de la duda, la pregunta, la necesidad de encontrar un camino, tiene en sí misma la riqueza de no ser una aceptación que se da porque así otros lo han decidido.

Hay, al menos, dos temas, que parecieran sobresalir de todo lo que comparten los relatos que muestran una mirada hacia una comprensión de la dimensión del misterio que no parece tener límites pero sí ciertas luces que atraen para seguir avanzando.

 

¿Se puede hablar de Dios? 

Lo primero tiene que ver con todo lo involucrado en la palabra Dios. “Dios” es una palabra que ninguna religión puede reclamar como propia, porque ha sido usada para expresar las más diversas concepciones de lo que está más allá del ser humano, o para tratar de explicar el misterio de lo que se desconoce. Por ejemplo, la antigua religión griega es politeísta. Para los griegos, los dioses son decisivos en la vida del mundo y de las personas, pero están inmersos en el cosmos y, como tales, limitados en sus poderes. La religión judía, por su parte, es personalista y monoteísta. Es personalista porque su dios tiene nombre. Es monoteísta, porque no reconoce la existencia de ningún otro dios o dioses. En la interpretación filosófica, en general, las referencias a dios no son personales. El concepto de dios se vuelca más hacia conceptos generales como la “razón del mundo”. La filosofía está más interesada en indagar acerca del origen de las cosas, sin atribuirlo a  un ser o seres superiores. De manera que las expresiones “creo en dios” o “no creo en Dios”, sólo pueden comprenderse si se conoce el contexto en el marco del cual una persona realiza estas afirmaciones.

La existencia de Dios no puede reducirse a una comprensión intelectual. Es bien conocido que en la Biblia no hay ninguna argumentación sobre la existencia de Dios. La pregunta sobre la existencia de Dios no cuadra en el pensamiento de la tradición judía ni tampoco era tema de discusión entre los primeros cristianos. La realidad de Dios se considera un hecho cotidiano. A Dios se le adora, invoca, se le pide, se le exige, se le recrimina, se lo involucra en todos los aspectos de la vida. No obstante esta “familiaridad” con Dios, los cristianos consideran que la comunicación de Dios es siempre un misterio que solo se percibe en la fe. Es de destacar este elemento de confianza que no tiene base racional sino más bien emocional. Se acepta que lo que no puede probarse es cierto por testimonio y aceptación general. La adhesión a hechos que no pueden verificarse y tienen visos de extraordinarios, llaman siempre la atención de quienes están predispuestos a conceder la presencia de lo trascendente que quiebra el orden normal de la vida. ¿De dónde surge esta disposición a aceptar aquellas cosas que no pueden verificarse? Algunos dirán que se trata de una credulidad que se niega a sí misma toda racionalidad, porque es incapaz de planteárselo o necesita aferrarse a una cultura que lo garantice No se trata de establecer una definición de fe que pudiera describirse con una afirmación doctrinal. Una afirmación dogmática tiende a poner fin a la búsqueda, al cuestionamiento y a la duda. La afirmación dogmática tiende a convertirse en el árbitro que decide que todo ya está establecido, y Dios es eso que dicen que es.

¿Qué quieren decir con la palabra “dios” en los textos atribuidos a Jesús? Hay, indudablemente, una fuerte acentuación en la tradición judía que parece recrearse con una llamativa fuerza. Se constata en los relatos de los evangelios que Jesús no habla mayormente de sí mismo sino que hay una fuerza en este mundo que no está lejana al ser humano, que los problemas y necesidades no le son ajenos, y que no soporta la injusticia, que identifica con la palabra Dios. Un Dios al que describe llamativamente de una manera muy sencilla y cercana que encierra una profundidad no exenta de misterio y que invita a una genuina búsqueda. Esta invitación a la indagación es una manera genuina de definir qué es lo podría llamarse una búsqueda de fe, fundamentalmente, adentrarse libremente en el camino del hondo misterio de la vida.  ¿Es posible descubrir una visión del misterio de la vida en el caso de Jesús, despojándolo de todo el bagaje religioso que es parte de su tradición y que es el lenguaje con el que se comunica con la gente? Lo cierto es que no se trata de releer viejos textos para hacerlos más actuales. De lo que se trata es de extraer la esencia de lo que podría constituir una genuina búsqueda por adentrarse en un mundo, que va más allá de las ricas tradiciones que acompañaron a la humanidad. Abrirse a la búsqueda de un nuevo y desconocido universo. No sería muy aventurado pensar que, en el corazón de lo que se ha trasmitido de ese hombre Jesús, puedan detectarse indicios de nuevas comprensiones de una realidad de Dios que podría aceptarse o no pero que alientan a no abandonar esa aventura en el misterio la vida.

 

La búsqueda del amor

El segundo tema al que se quiere hacer referencia no requiere aceptación de orígenes trascendentes. Se trata del amor. Sin entrar a indagar en las variadas y amplias interpretaciones sobre el significado de la palabra amor, lo que importa aquí es señalar lo particular que se desprende de los relatos evangélicos. De amor están impregnadas las historias que relatan los evangelios. El amor a Dios era una antigua concepción presente en la vida del pueblo de Israel. Jesús asume esa idea de amor en una dimensión muy particular. El amor del que habla es el amor que asume en relación con los demás seres humanos, donde se destaca una dimensión muy llamativa y no corriente, por un lado el amor hacia los desplazados, marginados de la sociedad para los cuales se les reclama una prioridad absoluta, y por el otro,  el amor hacia los enemigos como una manera genuina de romper las barreras que dividen a los seres humanos. Ambas dimensiones del amor se presentan como necesidades que no se pueden dejar de lado. Hay una dimensión de esta propuesta que es una invitación a penetrar en el mundo del misterio de la vida. Un amor que no escatima para aquellos que le llevarán a la muerte rechazando su visión de la vida. Es una postura que perturba porque llega como un desafío no fácilmente aceptable. Si se quiere entender que esa postura de Jesús no es una postura retórica, debe incluirsela en el camino del misterio que se encara con una nueva visión de la vida, con una nueva visión del amor.

Esta concepción del amor tiene una dimensión que va de la relación entre los seres humanos y se entronca con una creativa relación con la tierra. Para ello, hay que valorar la visión de los pueblos originarios que desarrollaron un marcado respeto por la naturaleza que reclama reciprocidad. Porque es requisito para expresar el amor estar en convivencia con la tierra y comprender que llama a la solidaridad de los seres humanos.

¿Cómo se manifiesta en el mundo actual? Las diferencias entre las grandes potencias y los países del Tercer Mundo son cada vez más amplias, como por ejemplo, en el campo de la ciencia y la tecnología. Más del 90 por ciento de las investigaciones científicas se llevan a cabo en un puñado de naciones. La enorme brecha tecnológica se convierte en una poderosa fuente de dependencia. “No en vano el dominio de la tecnología produjo dos revoluciones industriales: la de las grandes máquinas, que se inició en el siglo XIX, y la revolución electrónica de nuestros días. Ambas diseñaron, en épocas distintas, sus respectivos órdenes económicos internacionales.” (Borja 1997:919) Para ilustrar lo que estas consideraciones significan será útil mencionar lo que sucede en el campo de la carrera armamentista. Ésta se convierte en un incentivo al desarrollo tecnológico en casi todas las áreas del quehacer humano. No puede ignorarse que, paradójicamente, muchos de los avances científicos, producidos durante el siglo XX que han servido para mejorar las condiciones de vida de las personas, fueron desarrollados de la mano de la industria bélica.

¿Qué hay detrás de este enorme despliegue de recursos y este incesante desarrollo de la ciencia y la tecnología para servir al complejo económico y político? La respuesta más evidente es el afianzamiento del poder. El escritor estadounidense Norman Mailer había dicho: “La tecnología nos dice: ’De ahora en más, vamos a tener mucho menos placer, pero mucho más poder. Ése es el credo de la tecnología.” ¿Quiénes tendrán menos placer pero más poder? ¿Quiénes acumularán poder por miedo a perder el placer? ¿Quiénes harán del poder el sumo placer? Para mantener el poder hace falta ser más fuerte que el enemigo real o potencial. Cuando el poder se convierte en el bien supremo todo otro valor queda relegado o ignorado. ¿Qué lugar tiene la dignidad humana, el cuidado de la naturaleza  en un mundo en que todo se sujeta a los “bienes supremos” de la defensa y la protección del status quo?  Es lo que dice el carcelero en la obra de George Orwell, 1984: “El partido busca el poder por el poder, totalmente. No nos interesa el bien de los otros; solamente nos interesa el poder… Nosotros sabemos muy bien que nadie se apodera del poder con intención de entregarlo después, de abandonarlo más tarde. El poder no es un medio, sino un fin…  El objeto de la represión es la represión. El objeto de la tortura es la tortura. El objeto del poder es el poder.”

El desarrollo tecnológico –dejando de lado las argumentaciones éticas esgrimidas bajo las banderas del progreso, de la modernidad y de la renovación constante de sus ofertas- ha dado muestras de su insaciable voracidad produciendo la mayor degradación de la naturaleza de la historia de la humanidad.

Desde hace varios años muchos países han estado trabajando para lograr un acuerdo sobre la reducción del uso de gases que impulsan el cambio climático. Una breve recopilación de este proceso nos indica la resistencia a encararlo. La mayoría de las naciones del mundo firmaron, en 1992, la “Convención Marco de las Naciones Unidad sobre el cambio climatológico”, que dio como fruto el “Protocolo de Kyoto” a fines de 1997. Este Protocolo establece que todos los países deben reducir sus emisiones de gases, como dióxido de carbono y metanol, al nivel que tenían en 1990, menos un 7 por ciento. Se esperaba que, al menos, lo ratificaran 55 países, los que generan el 55 por ciento de la contaminación actual. Lamentablemente, los intereses económicos –principalmente de los EE.UU., país que por sí solo produce un 37 por ciento de la contaminación- se negaron a ratificar este tratado. Los principales generadores de contaminación son quienes más se niegan a ponerlo en práctica. A pesar de todo, el diálogo prosigue, ya que la intervención de países como Japón, Rusia y Australia permitió que el tratado abandonara su estado de “punto muerto”. A mediados de 2000, 84 países habían ratificado el tratado, incluyendo la Unión Europea y la mayoría de los países miembros de la ONU, aunque las medidas para su cumplimiento aún no están aseguradas.

A pesar de todo, el diálogo prosigue, ya que la intervención de países como Japón, Rusia y Australia permitió que el tratado abandonara su estado de “punto muerto”. Posteriores avances se han producido que han permitido avizorar cierta esperanza de cambio. No obstante, a lo largo de todos estos años en que siempre se reconoció la urgencia de las acciones a tomar, las reticencias de muchos países para asumir con decisión el problema les impidieron tomar una posición firme y activa en defensa de la naturaleza y la vida humana con todo el respeto que se le deben.

En este contexto, es imprescindible colocar el respeto y la dignidad de la creación en el centro de la reflexión. Porque la dignidad no es solo un atributo de las personas y no lo es en forma aislada, es una expresión de una auténtica relación con los demás y la tierra. La dignidad se crea y se desarrolla en relación. Así como la dignidad  se alcanza en el encuentro con el otro y con la tierra, de la misma manera, se la pierde cuando se los degrada. El indigno es el amo y no el esclavo, porque aquél ha perdido la dimensión humana.  Es a partir de una relación de respeto por la dignidad del otro que se puede establecer un verdadero diálogo entre seres humanos, la búsqueda de una comunidad en la cual el valor esencial no sea el poder sino la dignidad humana y de la tierra. Por este motivo los conceptos de dignidad y respeto son imprescindibles para hablar de la verdadera vida en comunidad. Una comunidad en la cual el desarrollo tecnológico esté al servicio de la vida. Es la búsqueda del respeto por la dignidad la que hermana a todos los seres humanos, independientemente de su religión, su condición, el color de su piel o de su ideología.

El amor tiene que ver con que esa invitación a tratar de ir al encuentro de ese misterio, como si fuese una fuerza que no está lejana al ser humano, que anhela que sus problemas y necesidades no les son ajenos, y si abre un espacio de comprensión de las búsquedas de justicia y comunión. Es una apuesta temerosa y confiada de que la creación puede tener un sentido y un propósito, y que valdría aventurarse. No hay otro camino que hacerlo en una disposición de un acto de amor sin límites; y eso significa crear la comunidad, ser pueblo en sintonía con el universo.

 

El mal está presente

Cuando se observa al mundo hoy, la pregunta que acosa es ¿por qué, a causa de qué, se manifiesta una actitud de enemistad entre pueblos de distinta tradición y cultura? ¿Por qué ese desprecio y abuso de la naturaleza? ¿Cómo es que se ha creado esa situación que ha ido creciendo hasta convertirse en un laberinto del que parece imposible salir? La religión ha buscado una interpretación indicando que de lo que se trata es del pecado humano. Pecado es una palabra que indica tropiezo, falta, y tiende a ser usada como descalificación moral que necesariamente lleva al castigo divino. El apóstol Pablo contrapone la paga del pecado que es muerte a la dádiva de Dios que es vida eterna (Rom.6:23)

La interpretación de los míticos relatos de la creación,  mencionan la insurrección del supuesto primer hombre, Adam, como aquel que ha marcado a todos los seres humanos que deben lavarse de ese pecado llamado “original”. El apóstol Pablo así lo creyó (Rom.5:12) y buena parte de la enseñanza de las iglesias lo afirma. A partir de allí el mal se instala en la relación humana.  Vale la pena mencionar que, llamativamente, la referencia a ese pecado original no es atribuida a la mujer.

El tema del mal se encuentra ya en filósofos antiguos, en la patrística y escolástica. San Agustín ha influenciado mucho con su teoría del mal como ausencia del bien, en contra de los que veían dos principios el del bien y el del mal. Son conocidas las preguntas que Epicuro formulaba: ¿Es que Dios quiere prevenir la maldad, pero no es capaz? Entonces no sería omnipotente. ¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces sería malévolo. ¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces la maldad? ¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?”  Preguntas que aparecen una y otra vez en la historia.  El Hno. Ricardo Quintana en un trabajo sobre el tema recuerda que A. Camus en un episodio de La Peste pone en boca del Dr. Rieux ante el P. Paneloux “…y estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados…”. Lo que le trae el recuerdo de lo que refiere Dostoievski en los Hermanos Karamazov, cuando Iván dice a Aliocha que quiere devolver su pasaje de entrada en la creación porque “…rechazo de plano la suprema armonía. No vale las lágrimas de cualquier niña martirizada, que se golpea el pecho con sus puñitos y reza al ‘buen Dios’ que no acude a vengar sus lágrimas…demasiado cara ha sido esa armonía”.

Excede al propósito de este libro una reflexión más detallada y adecuada sobre el tema del mal. La intención de las citas es poner de manifiesto la amplitud y profundidad de un tema que sacude a la humanidad de todos los tiempos. Sería muy difícil, y hasta se diría injusto, limitar o definir una respuesta acudiendo a poner la culpa en un dios que puede aparecer como justo o injusto. Es importante estar conscientes de esta tensión en la relación entre los seres humanos y la tierra. Porque se refleja, por un lado, la pretendida asunción de los seres humanos como amos de todo lo creado que se expresa en manifestaciones de superioridad y desprecio y discriminación entre los pueblos. Por otro lado, se ha ido perdiendo el llamado a la  aventura que ofrece el universo para poder siquiera gatear en la hermosura de los secretos del misterio que nos invita y desafía. La humanidad puede hacer del fracaso de su proyecto de poder y dominación el bumerán que provoque la indefectible autodestrucción de todo soplo de vida.

Un camino de búsqueda comienza cuando el ser humano se dispone a objetar los absolutos que se le quieren imponer y se plantea la inescapable necesidad de una indagación solidaria de comunión entre los seres humanos y la naturaleza. Para esto no está lejano aquello que se pueda recrear del mensaje de esa figura Jesús, tan manipulada por la religión y que  se mostró con tanta independencia de los límites que marcaba su tradición religiosa. Se puede considerar que su concepción de Dios entronca con un camino de constante búsqueda. La ilimitada concepción del amor que se extiende a los enemigos, y encuentra su huella más marcada en la preocupación por los desvalidos, marginados y desechados del mundo, abre las puertas a indagar una nueva forma de vida en esta tierra. Puede ser que para muchos esto signifique reducir todo a un humanismo terrenal y se pierda la dimensión trascendental que rodea todo lo concerniente a Jesús. De todas maneras por limitado o parcial será difícil negar las entrañas de todo lo que bien puede retenerse de su figura. R. Holloway cree que se debe describir el relato o mito cristiano, como el relato de nuestro desarrollo. Designarlo de esta manera no significa para él denigrarlo sino reconocer que “nos ha suplido con válidas metáforas para expresar el misterio de nuestra condición humana.”

G. Vattimo, como se mencionó en el capítulo II, ha marcado la imposibilidad de pensar el ser en términos de una metafísica objetivista. Insiste en que no se puede hablar de un Dios fundamento último, pero eso no invalida creer o hablar de Dios. En esta era posmoderna esto toma “los rasgos de la conjetura, de la apuesta arriesgada… de la aceptación por amistad, amor, devoción, piedad.” Para ello hay que compartir la duda como un desafío ineludible para la exploración de un camino en el enmarañado laberinto de la vida en pos de su significado y destino. Atreverse siempre a preguntar, no hay afirmación o autoridad que se sobreponga al valor de inquirir y no dejarse atrapar por respuestas preestablecidas. Hay que entrar en la inagotable senda de la libertad. Para ello hay que independizarse de cualquier poder o autoridad, a todo lo que pretende una subordinación o va procurando una dependencia. Adentrarse en la emancipación de la religión.

Parafraseando a Theillar de Chardain diremos  que llegará el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad; aprovecharemos para el misterio de la vida las energías del amor. Y ese día, por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego.”

 

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