En esta esquina, la intolerancia; en la otra esquina, otro mundo posible

Rev. Maximiliano Heusser (Facebook)

Rev. Maximiliano Heusser

ARGENTINA-

Por Maximiliano Heusser-

Estamos viviendo una ola de violencia. No me refiero a guerras entre países, que las hay. Me refiero a los enfrentamientos y ataques entre grupos aparentemente distintos. Esta circunstancia, si bien no es nueva, nos ha asombrado y conmovido en gran manera en el último tiempo. Estos hechos merecen nuestra reflexión como seguidoras y seguidores de Jesús. Hemos visto atentados de grupos islámicos fundamentalistas en Niza, Francia, y otros lugares del mundo. Vemos crímenes y enfrentamientos raciales en distintas ciudades de los EE.UU. Vemos golpizas y asesinatos homofóbicos en nuestro país y en el mundo. Vemos actitudes xenofóbicas en Europa y en otros países. ¿Cuál será el factor común? Si lo encontramos ¿Cómo podríamos abordarlo? Si lo abordamos ¿Lograríamos un cambio? Estas preguntas y sus posibles respuestas nos pueden ayudar a salir de la conmoción y del asombro, en la búsqueda de otro mundo posible, el mundo que Dios quiere para su humanidad.

¿Cuál será el factor común?

No es sencillo responder esta pregunta. Porque desde nuestro lugar, se hace imposible saber cada una de las posibles motivaciones detrás de estas acciones que lamentamos. Podemos decir, no obstante, que en cada una de ellas observamos distintos grados de intolerancia. Si la tolerancia, por definición, es el “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”(1), la intolerancia es el no respeto de las ideas, creencias y prácticas de los demás, cuando son diferentes o contrarias a las propias. De esta manera, podemos ver claramente que en la raíz de la intolerancia está la imposibilidad de diálogo con aquél o aquella que piensa, cree o vive de manera diferente. Esta intolerancia de la que hablamos no puede surgir de la nada. Indefectiblemente, surge en un ambiente en el que se enseña, se transmite, se fundamenta y se retroalimenta esa misma intolerancia. De esta manera, ese ambiente actúa como un reservorio –en los planos ideológico, cultural y religioso- de intolerancia permanente. Ahora, estas personas intolerantes deambulan por el mundo, interactúan con otros y otras, se chocan con las realidades diferentes, hasta que un determinado día sienten que no soportan más.

Ese es el momento en el que estas personas deciden materializar su intolerancia –la aprendida y retroalimentada- en una acción concreta, que luego lamentamos como sociedad. Nuestras iglesias y organizaciones deben cuidarse de estas actitudes que no promueven vida plena, porque potenciadas por otros factores, también pueden motivar intolerancia. Debemos estar muy atentos y atentas para que no se nos “cuelen” posiciones cerradas, dogmatismos incuestionables, pretensiones de verdad absoluta, ni posiciones fundamentalistas.

¿Cómo podríamos abordar la intolerancia?

En un primer momento tendríamos que condenar todas las acciones, comentarios y manifestaciones intolerantes en nuestros propios ámbitos y en nuestra sociedad. Hemos naturalizado escuchar o leer comentarios sumamente repudiables por su grado de intolerancia. No deberíamos naturalizar nunca aquello que entendemos es contrario a la convivencia, al respeto, y a la vida plena que Dios quiere para su humanidad. En este sentido, deberíamos comprender -y ayudar a comprender a otros y otras- que nuestras ideas, creencias y prácticas son unas en medio de tantas otras. Y todas tienen su propia validez. Muchas veces nos cuesta asumir que no tenemos en nuestras manos la verdad absoluta. Sino que tenemos “nuestra verdad”, que por eso mismo, es particular. Esto no implica relativizar todas nuestras posiciones, creencias y modos de vida. Implica comprender que otros y otras pueden tener otra “verdad”. Tendríamos, también, que promover espacios de diálogo e intercambio entre personas y grupos distintos, donde conversar no fuera un peligro o algo prohibido, sino algo que se estimule.

Estas acciones nos ayudarían a conocer a quienes son diferentes, saber cómo piensan, cómo viven, sus historias. Y cuando se empieza a conocer, se puede superar el prejuicio, se puede comprender y dialogar. Tomando conciencia de que no hay una sóla manera de pensar, creer y vivir, sino que hay muchas y todas pueden ser respetadas, aunque no se compartan.

¿Lograríamos un cambio?

No podemos hacer futurología, pero podemos estimar que sería muy beneficioso para nuestra sociedad y nuestras propias organizaciones e iglesias, si hiciéramos parte de lo que acabamos de sugerir. Por otro lado, sabemos que algunas veces, pequeños cambios logran grandes transformaciones. Todos nosotros y nosotras participamos en determinadas instituciones: iglesias, ONGs, Estado, escuelas, etc. En cada uno de estos ámbitos deberíamos hacer el intento de crear un espacio de diálogo e intercambio entre diferentes. Podrán ser actos formales, foros, mesas interreligiosas, encuentros informales, etc. Pero la sola existencia y difusión de los mismos serán testimonio de una manera distinta de vivir y convivir. Donde sea superado el miedo a lo distinto. Donde podamos abandonar supuestos absolutos e incuestionables para permitirnos dialogar. Donde no nos horrorice la diferencia sino que podamos aceptarla y respetarla. Se trata entonces, de animarnos a empezar.

(1) Según el Diccionario de la Lengua Española, edición online.

 

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