Rvdo.Martín Junge: “nunca debió quebrarse la unidad del cuerpo de Cristo”

Sermón en ocasión de la Conmemoración Conjunta de la Reforma

Catedral de Lund, Suecia, 31 de octubre de 2016

Revdo. Dr. Martin Junge, Secretario General de la Federación Luterana Mundial

LWF General Secretary RevMartin Junge (Andrew Wilson )

 

Queridas hermanas, queridos hermanos en Cristo,

Durante siglos, generación tras generación, hemos venido leyendo este texto del evangelista Juan que nos habla de Jesucristo como la vid verdadera. Sin embargo, antes que leerlo como aliciente para afirmar nuestra unidad, nos hemos enfocado en aquella referencia que habla de las ramas que por no dar frutos, son separadas de la vid. Y es así como nos hemos visto los unos a los otros: como ramas separadas de la vid verdadera, separadas de Cristo.

Pero hubo mujeres y hombres quienes en tiempos en los cuales esta conmemoración conjunta era todavía inimaginable, ya se reunían para orar por la unidad o para constituirse en comunidades ecuménicas. Hubo teólogos y teólogas que ya dialogaban para superar diferencias doctrinales y teológicas. Ya hubo entonces quienes conjuntamente se colocaron al servicio de los pobres y oprimidos. Hubo incluso quienes llegaron al martirio a causa del evangelio.

Siento inmensa gratitud por aquellos intrépidos profetas. Viviendo en comunidad y dando testimonio conjunto comenzaron a verse ya no como ramas separadas de la vid, sino unidas a Jesucristo. Es más, comenzaron a ver a Jesucristo en medio de ellos y a reconocer que aún en aquellos períodos de la historia durante los cuales dejamos de hablarnos, Jesús nos seguía hablando. Jesús jamás se olvidó de nosotros, incluso cuando a ratos incluso parecíamos haberlo olvidado a él, perdiéndonos en acciones violentas y cargadas de odio.

Y así, al ver a Jesucristo en medio nuestro, hemos comenzado a vernos de manera distinta. Reconocemos que es muchísimo más lo que nos une, que lo que nos separa. Somos ramas de una misma vid. Somos uno en el Bautismo. Por eso estamos aquí entonces, en esta conmemoración conjunta: aprestándonos a redescubrir quienes somos en Cristo.

Sin embargo, esta revelación de la unidad que tenemos en Jesucristo se choca con la realidad fragmentada de su iglesia, el cuerpo de Cristo. Aquella visión de una comunión fundada en Jesucristo, con toda su belleza y la esperanza que nos inspira, nos lleva a sentir con más dolor aún las heridas de nuestro desgarro. Se quebró lo que nunca debió quebrarse: la unidad del cuerpo de Cristo. Perdimos lo que nos es regalado.

¿Cómo seguir caminando ahora, con aquella misma osadía y esperanza de quienes nos precedieron en este peregrinaje ecuménico hacia la unidad? ¿Cómo encaminarnos hacia aquel futuro de comunión al cual Dios nos llama? ¿Podremos acaso sanar para finalmente llegar a ser lo que ya en Cristo somos: ramas de una misma vid?

Un pensador latinoamericano, Eduardo Galeano, escribió: “la historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será”.

Propongo que sea esta la clave que desde hoy apliquemos al leer el texto bíblico de la vid verdadera. Que sea anuncio esperanzador y profético del sólido vínculo entre la vid y sus pámpanos para dar frutos de sanidad y vida plena. Que sea éste el espíritu con el cual abordemos este trascendental momento en el cual nos comprometemos mutuamente, católicos y luteranos, a transitar de un pasado marcado por la división y el conflicto, para andar los caminos de comunión.

Es un camino prometedor, pero exigente, sin lugar a dudas. Transcurre en medio de tiempos de gran fragmentación y marcada tendencia al conflicto. Se imponen sectarismos, que llevan a individuos y comunidades a la alienación sin posibilidad de comunicarse. Mas el camino al cual estamos llamados deberá sostenerse en diálogos aún más profundos. Nuestras narrativas acerca de quiénes somos, y quiénes son los demás, generalmente destacan nuestras diferencias. Nuestras memorias a menudo están marcadas por el dolor y el conflicto.

Conscientes de todas aquellas fuerzas centrífugas que siempre amenazan separarnos, quisiera llamarnos a que nos confiemos a la fuerza centrípeta del Bautismo. ¡La gracia liberadora del bautismo es un don divino que nos convoca y nos une! El bautismo es anuncio profético de sanación y de unidad en medio de nuestro mundo herido, convirtiéndose así en un don de esperanza en medio de una humanidad que añora vivir en paz con justicia y en diversidad reconciliada. Qué misterio tan profundo: lo que pueblos e individuos viviendo bajo situaciones de violencia y opresión piden a gritos, es consonante con lo que Dios continúa susurrando en nuestros oídos por medio de Jesucristo, la vid verdadera a la que estamos unidos. Permaneciendo en esta vid daremos frutos de paz, justicia, reconciliación, misericordia y solidaridad que el pueblo pide y Dios produce.

Vayamos entonces, respondiendo con fidelidad al llamado de Dios, y con ello respondiendo a los gritos de auxilio, a la sed y al hambre de una humanidad herida y quebrantada.

Y si Dios mañana nos viera con piedras en nuestras manos, como las que cargábamos antaño, que ya no sea para arrojarlas contra otros. ¿Quién arrojaría la primera, ahora que sabemos quiénes somos en Cristo? Que no sea tampoco para levantar murallas de separación y de exclusión. ¿Cómo caer en ello, cuando Jesucristo nos invita a ser embajadores de la reconciliación? Más bien, quiera Dios encontrarnos utilizándolas para construir puentes para poder acercarnos, casas donde poder reunirnos, y mesas – sí, mesas donde poder compartir el pan y el vino, la presencia de Jesucristo que jamás nos dejó, y quien nos llama a permanecer en él para que el mundo crea.

 

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