La bondad sí existe, lo atestiguó Virginia Buendía

Virginia Buendía Trujillo (Archivo familiar)

COLOMBIA-

Abilio Peña Buendía-

La certeza de que la bondad si existe en medio de la prevalencia de antivalores contrarios a  ella, en la vida de nuestras sociedades, viene de testimonios concretas como  la vida de una madre. Esta reflexión surge tras la muerte de Virginia Buendía Trujillo, una mujer excepcional, madre de 11 de hijos e hijas, luego de 94 años de existencia.

Ella decidió persistir en el “para toda la eternidad” que juró ante un sacerdote, luego de  haber conocido tres meses atrás y visto por una única vez a su esposo Abilio Peña Rojas, con quien finalmente  cumplió la promesa en 64 años de casados, hasta que él falleció. Al decir de Erick Fromm, el amor es un arte que se aprende como la carpintería o cualquier otro, y pasa por una decisión de construirlo, así no se haya surtido la etapa del enamoramiento, en el que generalmente se basan las relaciones de hoy. Ella y él lo sabían, y la promesa, la fuerza de la voluntad, la fidelidad a la palabra, les hizo ir más allá de las vicisitudes del día a día y perseverar pensando, por sobre todo, en sus hijos e hijas.

Supo ser vecina de sus vecinos con quienes intercambiaba servicios cuando cada quien lo necesitaba. Abrió la puerta de su casa a jóvenes y mayores que deambulaban por las calles, les facilitaba el hogar  para que se asearan, les compartía un vestido, les daba de la comida que estaba preparando para  para  sus hijos e hijas. Sabía de la  misericordia y asumía sin discursos aquel juicio evangélico de que “tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, en la calle y me hospedaste, en la cárcel y me visitaste”. Conocía con certeza que en ellas y ellos, por sobre todo, vivía el Jesús y la María en quien creía y que adoraba con devoción mística todos los días en los momentos de culto.

Con la elemental certeza de una madre, supo educar desde el ejemplo. Un artículo prestado no duraba más del tiempo que se requería en la casa, nunca se le conoció una mentira, nunca se le escuchó una maldición. Jamás habló mal de nadie, “del ausente hablar bien o callar”, lo repetía junto con su esposo,  invitaba a compartir los pocos bienes con que se contaba y la mesa tendida para acoger a quienes llegaran sin avisar.  Confiaba tanto en la educación que infundía a sus hijos que daba la cara por ellas y ellos ante los reclamos injustos  que les hacían en los colegios y ante los señalamientos de que eran víctimas cuando se comprometían con la justicia.

La violencia partidista  hizo que la política le causara repugnancia. Pero ella misma era tejedora de esa otra política del bien común,  la genuina, la que se basa en el esfuerzo por hacer las cosas bien, la que se inspira en la solidaridad, por la que hay que responder a Dios y al planeta.  Amó las flores, en especial las orquídeas y cuidó con esmero a cuanto ser sintiente llegó a su casa.

Se le escuchó decir, desde la puerta de una estación de policía, en el gobierno del presidente de Colombia Turbay Ayala, donde se impuso el Estatuto de Seguridad Nacional que masificó las detenciones arbitrarias y torturas contra líderes sociales,  luego de que uno de sus hijos  fuera capturado, “hijo, a Jesús también lo encarcelaron injustamente” mientras los policías de la estación la escuchaban. También animó el compromiso por la justicia al compararlo  con las bienaventuranzas cuando en razón de esa causa algunos de sus hijos o hijas eran, también, perseguidos: “bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos”.

Al final de sus días, siendo cuidada especialmente  por una de sus hijas, que con la misma bondad de esa madre se dedicó con devoción a ella,  en el lecho de enferma se le notaba  una profunda paz y una actitud permanente de meditación. Levantaba sus manos y su rostro sonriente al cielo  y a quienes estaban  alrededor. Repartió bendiciones de acogida y de despedida. Y así como una velita encendida que  expandió  luz durante toda su vida, espantando tinieblas, se fue apagando lentamente hasta extinguirse biológicamente en el ventilado mes de  agosto.

En esta sociedad donde, por lo general, gobiernan los que promueven el crimen, la mentira, los abusos, la corrupción, donde se da solo a cambio de compensación, donde el poder como dominación se enquista desde las pequeñas instituciones hasta las grandes corporaciones y los estados; constatar que la verdad, la  fidelidad a la palabra empeñada, el servicio desinteresado  a los demás, la honradez, la generosidad, la confianza en lo divino, el respeto al otro y a la otra, fueron la constante en la vida de una mujer como Virgina Buendía, devuelve la confianza  en la fuerza de la bondad de que es portadora la humanidad.

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