¡Nadie es Sacrificable!

Peace Brigades

COLOMBIA-

Rafael Castillo Torres-

Colombia es una Nación que ha sido forjada durante toda su historia por luchas,  sufrimientos y gozos. En medio de aciertos y desaciertos hoy somos lo que somos: Una nación sufrida que no pierde su esperanza.

El año 2018 que acabamos de cerrar, fue un año de agresividad y polarización que nos mostró incapaces de levantar juntos la mirada hacia el interés superior de la Nación. Y como pinta el 2019, con estas acciones terroristas, no se nos ofrece un horizonte mejor.

Los colombianos hemos desarrollado el estudioso de la violencia que llevamos dentro. Hablamos de violencias injustas y de violencias legítimas. Distinguimos entre una violencia opresora y otra represora. Lo peor es que poco a poco se ha ido consolidando entre nosotros la convicción de que si se quiere realmente lograr algo, es necesario utilizar “una dosis suficiente de violencia”.

Lo acaecido en la Escuela de Cadetes General Santander ha sido motivado por una idea que además de monstruosa, es falsa. Tantos años de dolor y violencia nos han dejado una lección: La violencia es útil para lograr ciertos objetivos inmediatos y parciales, pero nunca para crear una sociedad más reconciliada y fraterna.

Ni de los atentados terroristas, ni de los gritos de los líderes sociales asesinados va a salir una sociedad más humana. La paz y la justicia se construyen por otros caminos nos han enseñado la Iglesia, los Programas de Desarrollo y Paz, las Pastorales Sociales, Empresas, académicos, entidades y un sinnúmero de organizaciones de la sociedad civil colombiana.

Ha llegado la hora de que todos nos empeñemos en crear una nueva conciencia colectiva de luchar por la “no-violencia” activa. Nuestro futuro no puede quedar en manos del más violento. Se nos urge andar por nuevos caminos.  Permítanme compartirles el pensamiento de René Habachi, filósofo egipcio fundador del instituto de ciencias sociales de la Universidad de Beirut, discípulo de Emmanuel Mounier y quien refiriéndose a los fundamentos filosóficos de una universidad para la paz afirmó: “La no-violencia es una última tentativa del espíritu y de la libertad, más allá de la cual sólo hay unas fuerzas impersonales que se enfrentan, sin otra posibilidad que la victoria de la más implacable”.

El respeto a la vida del hermano es algo esencial a lo que ningún colombiano puede renunciar. Aquí nadie puede ser un sujeto sacrificable.

Creo que nos quedan dos tareas. La primera es promover, con fuerza y convicción, un movimiento de no-violencia que vaya desarrollando una cultura diferente de la que estamos habituados a escuchar de los profetas del armamentismo y el “equilibrio del terror”. En Colombia toda guerra ha sido una derrota que ha traído males mayores que los que intentaba resolver. La segunda es crear una nueva conciencia y un nuevo estilo de vida, que actúe como punta de lanza que abra a esta sociedad, tan violenta, hacia un futuro de mayor fraternidad.

El autor es Vicario de Pastoral de la Arquidiócesis de Cartagena

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