NO hay lugar: Voces silenciadas. Sueños que no serán

ARGENTINA-

Por Claudia Florentin-

Estos jóvenes, esta adolescente, esta mujer, no tienen lugar donde expresarlas, hablo de un lugar donde quienes tienen poder de decidir políticas públicas, los oigan, los vean, les pongan rostros, lágrimas, vida.

Me llegan sus voces desde la habitación cercana, ríen, escuchan música, charlan, matean. Jóvenes llenos de vida y de sueños que comparten con mi hijo, una tarde.

Algunos han terminado el secundario, otros están en eso. Hablan de sus proyectos; mi hijo pregunta por otros compañeros. –”X se fue a estudiar…-¿Y su hermano?” –”No, el hermano trabaja para ayudar a X a estudiar”.

-“Pero él también quería estudiar… ¿qué pasó?” –”Es que no pueden económicamente, así que decidieron que quien era mejor alumno estudiara y el otro lo ayudara económicamente”.

La charla deriva en los proyectos propios y escucho de las ganas de estudiar, de la imposibilidad de marcharse a otra ciudad donde hay facultades, por los altos costos; de que sus madres y padres no pueden ni soñar en costear esos estudios y que no se consigue trabajo.

Se quedarán aquí, en el pueblo, buscando una changa- cada día más difícil de hallar-, viviendo al día, sin estudios que puedan dar oportunidades a futuro; probablemente la pareja, los hijos, sean el único proyecto “concretable” a corto plazo, con esa ayuda que tanto detesta una parte de la sociedad argentina, pero que, viviendo en estos lugares, una aprende a ver en su dimensión real.

(Anticapitalistas.net)

 

No hay lugar para ellos en el estudio, en las posibilidades de crecer y superarse… a menos que un golpe de “suerte” les ayude a cambiar esos finales ya casi escritos.

Me cuenta un amigo-ginecólogo de hospital- una historia: dos mujeres en consulta, mismo apellido. Una, adolescente con test de embarazo positivo, entendiendo apenas qué pasó y qué significa. La otra, la madre, con test de embarazo positivo, desesperada por esta nueva gestación que será el octavo hijo/a. Ambas con la misma afirmación: “No quiero tenerlo, no sé cómo haré para sostenerlo”. Ambas, con compañeros que descansan en ellas el cuidado ante las relaciones sexuales. En la pobreza y unos pesos que no llegan a fin de mes, con changas y asignaciones universales.

“Solo pude decirles lo que se debe en estas circunstancias: controles, ácido fólico, alimentación, etc.”, me dice el médico. Sabiendo, claro, que sus palabras llegan a mujeres sumidas en la desazón, la preocupación y la angustia. Mujeres que se convierten, en virtud de un sistema de salud, de leyes y de cultura, en “germinadoras” que llevarán a término una gestación, sin importar lo que sientan, lo que duela, lo que vivan luego ellas y los bebés, sin que nadie oiga los sueños que murieron en la adolescente al enterarse del embarazo y en esa mujer que un día pensó en dar oportunidades a sus retoños.

No hay lugar para ellas en la vida de libertad, en las posibilidades de decidir- con plena conciencia, con información y con educación-, si quieren tener o no hijos/as, cuando y cuántos. Sus historias son crónicas de dolores anunciados. Estos jóvenes, esta adolescente, esta mujer, no tienen lugar donde expresarlas, hablo de un lugar donde quienes tienen poder de decidir políticas públicas, los oigan, los vean, les pongan rostros, lágrimas, vida.

Estamos en Adviento y me recorre la espalda un frío intenso a pesar de los más de 30 grados. Aquel día en Palestina, María y José fueron estos jóvenes, estas mujeres embarazadas. Escucharon el “No hay lugar”, una y otra vez.

La vida sigue, preparamos la Navidad, programamos regalos y viajes, mientras los desplazados del mapa de las decisiones, de los trabajos, de los estudios, de la salud, de la dignidad de imagen del Creador, siguen su peregrinaje a los finales escritos por quienes deciden el destino de tantos.

Escucho estas voces directamente o me llegan sus historias, ¿qué puedo hacer con ellas? El desafío con promesa de parte de Dios me llega en la voz del profeta Isaías:

“¿No es éste el ayuno que yo escogí: desatar las ligaduras de impiedad, soltar las coyundas del yugo, dejar ir libres a los oprimidos, y romper todo yugo? ¿No es para que partas tu pan con el hambriento, y recibas en casa a los pobres sin hogar; para que cuando veas al desnudo lo cubras, y no te escondas de tu semejante? Entonces tu luz despuntará como la aurora, y tu recuperación brotará con rapidez; delante de ti irá tu justicia; y la gloria del SEÑOR será tu retaguardia.…” –Isaías 58: 6-8

Publicado originalmente en El Estandarte Evangélico, diciembre 2016

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