Presencia y gracia de Dios en tiempos de pandemia

ARGENTINA-

Claudio Pose-

A toda la humanidad, incluida la Iglesia, nos sorprendió la pandemia. Los hábitos de vida han sido modificados por necesidad y el Pueblo de Dios ha buscado adaptarse a las circunstancias. Los cultos virtuales y otras acciones de la Iglesia son respuestas de amor y creatividad, pero la celebración de la Santa Cena ¿Presenta obstáculos?

Compartiré mi visión del tema desde mi condición de ministro ordenado de la Iglesia Metodista y, particularmente, como investigador y curioso de la liturgia. La experiencia que trasmito, durante la cuarentena, es la que ejerzo con dos comunidades que reciben dominicalmente la comunión a través de YouTube, con mucho reconocimiento y gratitud por
parte de las personas que comparten esta profunda vivencia de la fe cristiana.

Pueden existir dudas al momento de pensar la celebración eucarística sin la posibilidad de la presencia física, es decir, que la comunión fraternal se exprese en un espacio de cercanía corporal. También, es posible que surjan dudas respecto a la ausencia de un ministro ordenado al momento de efectivizarse el compartir de ambas especies en un hogar. Intentaré algunas
respuestas, como un aporte a las personas y comunidades que viven con desconcierto e incertidumbre este momento.

Sobre asuntos controversiales de los sacramentos en general y la Comunión en particular, existen unos hitos en la historia de la Iglesia que conviene recordar.

  • Criterios sacramentales. En el siglo XII Hugo de San Víctor establece cuatro criterios: la materialidad, la representación, la institución y la santificación (consagración). En las propias palabras del autor:
    “por semejanza representan, por institución significan, y por santificación contienen, una cierta gracia invisible y espiritual”
  • Nuevo planteo de los criterios. En el Decreto para los Armenios del Concilio de Florencia (1439) se determinan los siguientes criterios: la materia apropiada (agua, pan y vino), la forma (fórmula) y la intención de la Iglesia (ejecutada por la persona designada para celebrar el sacramento).

Hemos dejado fuera los debates de San Agustín contra el donatismo y las discusiones en tiempos de la Reforma, ya que no apuntan directamente al tema en cuestión aquí.

Los sacramentos, entonces, poseen estos criterios básicos y distintos que son la materialidad y la institucionalidad que expresan los objetos y las palabras. Luego aparece lo intangible expresado en lo tangible (la gracia) y la intención de la Iglesia (ejecutada por una persona designada a tal efecto).

Sin embargo, el asunto fundamental en los sacramentos es que son medios de gracia. Hay un acto primero de Dios: su amor a la humanidad expresado cabalmente en Jesucristo. Así lo dice la primera carta de Juan: “El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados.” (1 Jn 4: 10).

Con muchas dificultades la Iglesia a través de los siglos ha podido comprender que la gracia divina es ante todo y, que incluso, ante la duda: la gracia de Dios es primero. En el siglo tercero Dionisio de Alejandría narra un episodio que tiene a la Santa Cena como eje y muestra cómo los cristianos de aquel tiempo, ante la duda, pusieron a la gracia de Dios como criterio supremo.

El autor narra la historia de Serapión, “anciano fiel” que, sin embargo, cayó en apostasía durante la persecución. Según establecía la Iglesia, no recibiría el perdón “porque había caído en la prueba” (Había realizado sacrificios a los ídolos). Estando en agonía le pide a su nieto que vaya a buscar al presbítero para que reciba su confesión de pecados y le brinde la comunión
antes de morir. El presbítero se hallaba enfermo y era de noche, pero le dio al muchacho el pan bendecido y lo instruyó para que, al llegar a la casa, lo mojara y derramara las gotas en la boca del moribundo. Así lo hizo el joven y Dionisio reflexiona sobre el episodio:
“¿No es evidente que se conservó vivo hasta que fue absuelto y que, una vez que sus pecados fueron borrados, se le puede reconocer (como cristiano) por todas las buenas obras que había hecho?”

De esta historia, es necesario que apuntemos dos elementos. La gracia divina como criterio por encima de cualquier otro; en segundo lugar, esa gracia es expresada en amor (sin rigideces) en una situación límite y el presbítero convierte al nieto de Serapión en ministro del sacramento.
Se cumplen los “criterios sacramentales” a partir del criterio supremo: el amor de Dios sobre todo.
Por último, es necesario mencionar a Juan Wesley, ya que los metodistas encontramos en él una fuente de inspiración y luz para nuestro pensamiento teológico y nuestra práxis pastoral.


En el Sermón Nº 101 “El deber de la comunión constante”, Wesley utiliza un conjunto variado de argumentaciones frente a la negativa a la práctica constante de la Cena del Señor. Lo que aquí nos interesa, es la recurrencia del autor en recordar porqué los cristianos necesitamos comulgar y hacerlo tanto como podamos. Ante el argumento de no ser dignos de estar en la
Mesa del Señor, Wesley contesta:
“(…) es que tienen tanto temor de comer y beber indignamente que no piensan cuánto mayor es el peligro de no comer y beber de modo alguno.”
El fundador del metodismo recalca que por sobre todas las cosas, no nos privemos del amor de Dios, de su perdón y salvación, incluso cuando las condiciones subjetivas u objetivas supongan trabas para ello. Vienen a mis oídos palabras del apóstol Pablo: “¡Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor!” (Rom. 8:39)

En el sermón mencionado Wesley también se afirma en el criterio supremo: la gracia de Dios, la Santa Cena es un ofrecimiento de nuestro Señor, no nos pertenece, sino como invitados por Jesús. Así lo señala:
“(…) no debemos descuidar ninguna oportunidad de recibir la Cena del Señor. Por eso nunca debemos dar la espalda a la fiesta que el Señor ha preparado para nosotros. (…) Esta es la verdadera regla: debemos recibirla tan frecuentemente como Dios nos de la oportunidad. “

Wesley nunca quiso confrontar con la Iglesia de Inglaterra y se mantuvo en su seno hasta la muerte, a pesar de las muchas trabas que tuvo en su camino. Es destacable que en este párrafo citado, afirme que la “verdadera regla” es recibir la Cena del Señor tantas veces “como Dios nos de la oportunidad”. La Iglesia es un canal de la gracia divina, nos toca convocar a la Mesa de Salvación siendo Cristo quien invita, nosotros, siempre somos invitados.

Necesitamos tener seguridad interior en el momento de decidir participar del sacramento de manera virtual. Si nuestra fe se enfoca en la gracia de Dios en Jesucristo, si somos capaces de recordar que la comunión fraternal es obra del Espíritu Santo, no de nuestra cercanía física y si podemos recordar que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, no sus edificios ni su mobiliario:

Entonces, podremos mirar el dilema desde otro lugar, en una situación límite e impensada que nos toca atravesar. En estas semanas de cuarentena, un pensamiento de Juan Wesley que pertenece al mismo sermón que aquí se mencionó, me sirve cotidianamente para afrontar todo lo nuevo para lo cual no tenía herramientas: “Nuestra posibilidad es la única medida de
nuestro deber”.

El autor es Presbítero de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina
Responsable del área Liturgia y Espiritualidad del Centro Metodista de Estudios Wesleyanos (CMEW)

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