FAIE: Es tiempo de sanar la nación, no solo con el mutuo cuidado sino también modificando el sistema de desigualdad

ARGENTINA-

La pandemia que está azotando nuestro país y el resto del mundo, además de sus dolorosos daños a la salud, profundiza otros males que aquejan a nuestras sociedades. Esta enfermedad, como otras, marcan las desigualdades que sufren distintos sectores de nuestro pueblo, dice un comunicado de la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas-FAIE. “Es tiempo de sanar nuestra nación, no solo en el mutuo cuidado y la solidaridad compasiva en la espera de los remedios frente al COVId-19, sino también modificando este sistema que genera tanta desigualdad, que alienta prejuicios y perjuicios”, dice la carta firmada por Nestor Miguez y Anibal Vasalli, Presidente y Secretario del FAIE, respectivamente.

Aquí el comunicado completo:

El COVID-19 no discrimina razas, religiones, edad ni clases sociales; pero aquellas desigualdades sí lo hacen. Como siempre los más afectados son los sectores empobrecidos que sufren factores de riesgo por su mala alimentación, que no tienen acceso a recursos básicos como el agua, o viven
hacinados sin posibilidad cierta de aislamiento. También la postergación e injusticia que afecta a nuestros pueblos originarios ha significado su exposición y vulnerabilidad en esta crisis. Muchos años de olvido, que es una de las maneras más crueles de la marginalidad social, nos han hecho
contradecir el compromiso de tener presente a los pobres (Gal 2,10).

Otro factor de riesgo es la edad. El descuido que padecen muchas personas mayores se manifiesta duramente en esta situación. Hemos perdido la capacidad de comprender la promesa de paz y justicia que contiene el mandato de honrar a quienes nos precedieron (Efesios 6, 2-3).

En la búsqueda de una mayor contención y respuesta solidaria en medio de esta difícil situación se han tomado distintas medidas preventivas, que la mayoría de la población está siguiendo. También ha de buscarse alivio para los perjuicios económicos que acarrea. Desgraciadamente la siempre presente deuda externa y la avaricia de los centros financieros no hacen sino aumentar el problema.

Pero también asistimos a otro mal social: la insensibilidad, la agresión y el odio. Vemos en algunos sectores la búsqueda de respuestas facilistas que no contribuyen a enfrentar el problema, una falta de solidaridad, y hasta manifestaciones agresivas de violencia y odio. Se ha procedido con
enorme irresponsabilidad desde diversas fracciones del poder político o mediático, instalando rumores o falsas noticias que confunden a muchos de nuestros hermanos y hermanas. También reconocemos con dolor que desde algunos dirigentes religiosos se han generado falsas promesas o supuestas soluciones mágicas, tristemente en nombre de Dios, y no han hecho más que burlarse del Creador (Gal 6, 7).

En medio de este ya de por sí difícil panorama nos enteramos que en el pasado reciente se ha recurrido a la violación de la intimidad y otras formas ilegales para espiar y perjudicar a quienes se consideran “enemigos”, incluso en el campo religioso. Esperamos que una justicia independiente y éticamente sana nos ayude a poner luz de verdad en estas situaciones y encaminarnos a formas más sinceras de convivencia, aún en medio de las esperables diferencias de pensamiento.

Es tiempo de sanar nuestra nación, no solo en el mutuo cuidado y la solidaridad compasiva en la espera de los remedios frente al COVId-19, sino también modificando este sistema que genera tanta desigualdad, que alienta prejuicios y perjuicios. Tanto las conductas personales como los
modos de relación social, económica y política, de nuestra educación y la forma en que distribuimos los bienes necesarios para la salud y la vida deben pensarse y actuarse desde el reconocimiento de la dignidad de todos los seres humanos y el cuidado de la creación toda. Sólo así podremos construir una nueva humanidad para una nueva normalidad, sembrando el amor que es el único que puede dar fruto de vida y permanencia a una sociedad, porque éste nunca dejará de ser (1 Cor 13,8).

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *