El presidente Duque y el señor caído del Ubérrimo

COLOMBIA-

Por Miguel Estupiñan-

El presidente Iván Duque fue a misa a la catedral primada de Bogotá el domingo 16 de agosto, acompañado de su esposa, de su capellán y de miembros de su gabinete. Cerca del cierre de la ceremonia presidida por el arzobispo, el jefe de Estado leyó una oración al señor caído de Monserrate que contenía estas dos frases: “Eres el mesías vulnerable que nos fortalece”, “eres el redentor despojado que nos empodera”.

Similar devoción hay en las palabras con que el mandatario se dirigió al país en reacción a la noticia de que la Corte Suprema de Justicia impuso medidas de aseguramiento al expresidente Álvaro Uribe. “Soy y seré siempre un creyente en la inocencia y la  honorabilidad de quien con su ejemplo se ha ganado un lugar en la historia de Colombia”, declaró Duque en relación a su mentor político, el responsable de su llegada a la Casa de Nariño.

Dicha fe ciega del presidente, compartida por el común de miembros del partido de Gobierno y por un conjunto significativo de la sociedad colombiana, hace que el columnista del New York Times Alberto Barrera Tyszka defina el uribismo como “una militancia política trabucada en fervor religioso”.

El presidente Duque reivindica su derecho a hacer manifestaciones públicas de fe, pero recientemente una sentencia de la Corte Suprema le recordó al mandatario la neutralidad religiosa que debe conservar como jefe de Estado. Se refería la Corte a la fe cristiana, pero aplica, a mi parecer, para su fe uribista. Su exceso de celo lo ha llevado a plantear que las investigaciones en curso contra su mentor político esconden simples ataques y difamaciones. Una idea que hace parte de la campaña de presión contra la Corte Suprema de Justicia  de la que ha participado el mandatario al rechazar la decisión que hoy tiene a Álvaro Uribe preso en su hacienda El Ubérrimo.

La devoción del presidente hacia Uribe, tan parecida a la que hizo pública hacia el señor caído de Monserrate, contrasta con la actitud que el mandatario ha manifestado en los últimos días hacia las víctimas de las masacres. Duque recurre al eufemismo de “homicidios colectivos” para tratar de restarle notoriedad a lo que viene ocurriendo en materia de violencia; echa mano de cifras manipuladas para evadir la responsabilidad de su gobierno en la falta de seguridad; y visita Samaniego como si estuviera en campaña, prometiendo el arreglo del estadio de fútbol cuando lo que debería garantizar es que cesarán las masacres en Nariño y en todos aquellos departamentos donde son pan nuestro de cada día.

Si el presidente reivindica su derecho a hacer manifestaciones públicas de fe, que los cristianos de Colombia sometan las acciones de gobierno del mandatario a “veeduría religiosa” para determinar si corresponden o no a aquello que Duque dice profesar. Ingenuo esperar que dicha veeduría sea adelantada por los grupos de presión que apoyaron su candidatura; no así, que lo hagan quienes tienen claro que la relación con las víctimas pone a prueba la autenticidad del cristianismo.

Según Hans Küng, doctor en teología de la Universidad Católica de París, “nadie podrá afirmar que cree en Jesús, el Viviente, si no se declara con los hechos a favor de su causa”. Dicha causa implica promover “lo humano, la libertad, la justicia, la verdad y el amor frente a lo inhumano, frente a la opresión, la mentira y la injusticia”. Y no solo de labios para afuera.

El 30 de agosto de 2019 el presidente informó sobre el resultado de una operación supuestamente “estratégica, meticulosa, impecable y con todo el rigor”, producto de la cual el Ejército había acabado con una cuadrilla de “narcoterroristas” al mando de alias Gildardo Cucho. Mentía. La operación estuvo lejos de ser lo que refirió el mandatario. Al menos ocho menores de edad, sobre cuya presencia en el campamento bombardeado sabía la Fuerza Pública, murieron como consecuencia del ataque. Eran víctimas de reclutamiento forzado y luego fueron víctimas de un crimen de guerra que durante meses se quiso encubrir. Lo demostraron Cuestión Pública y Dejusticia, accediendo a documentos de inteligencia militar.

Una veeduría religiosa como la que propongo tendrá que determinar la contradicción entre acciones de gobierno de este tipo y las manifestaciones públicas de fe de quien autorizó el operativo. Sería una contribución para analizar a qué dios rinde culto el presidente: si al dios del crucificado o al dios de quienes crucifican.

@HaciaElUmbral

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