Más que un nuevo ataque a la memoria

PERÚ-

Germán Vargas Farías-

No recuerdo cuándo fue la primera vez que visité el memorial “El Ojo que Llora”, pero sí que me enganché al lugar –como otras amigas y compañeros- por su significado, por lo que representa, y porque allí confluían, en fechas especiales, varias de las personas que admiro por su coraje, por su perseverancia, y por la dignidad que ningún perverso, pese a su poder y malicia, pudo en tantos años doblegar.

El memorial, para quien no lo sepa, fue concebido como un espacio para conmemorar a las aproximadamente 70.000 víctimas del conflicto armado interno ocurrido en nuestro país entre 1980 y el año 2000. A todas las víctimas. Y hubo entre ellas niñas, niños y adolescentes, jóvenes, personas adultas, y adultas mayores.

La mayoría de las personas victimadas en esos tiempos, pertenecían a comunidades indígenas, pero hubo miles también de la amazonia y de la costa peruana. Y no pocos extranjeros, radicados o de visita en el país. Estudiantes y docentes de todos los niveles, campesinos y obreros, policías y militares, pastores y sacerdotes, empresarios y dirigentes sindicales, autoridades elegidas mediante votación popular, funcionarios del Estado, periodistas, defensores de derechos humanos, están entre las víctimas de ese periodo.

La barbarie se ensañó más con unos que con otros, pero a todo el país afectó.

En “El Ojo que Llora” hemos honrado la memoria de apristas, acciopopulistas, socialistas, militantes de partidos de derecha, centro e izquierda. Teresa Zegarra, Marcial Capelleti, Jesús Oropeza, y miles de compatriotas más fueron asesinados ejerciendo sus derechos ciudadanos y militancia política, libre y democráticamente, a ellas y ellos recordamos en el memorial.

Cuando Lika Mutal, la escultora holandesa enamorada de nuestro país, concibió su obra, un monolito de granito en cuyo centro una pequeña piedra toma la forma de un ojo desde donde brota agua, a manera de lágrimas, quiso representar a la Pachamama, la madre tierra, quebrantada por el dolor que experimenta por lo que sus hijos son capaces de hacerse unos a otros. Lika, me consta, y ninguna de las personas que nos incorporamos a Caminos de la Memoria, la asociación de voluntarias y voluntarios que asumió el compromiso de cuidar y preservar el memorial, tuvo nunca la más peregrina idea de hacer de “El Ojo que Llora” un espacio para exaltar la violencia, o para celebrar a grupos e individuos que desde una u otra orilla coincidieron en su propósito destructivo y criminal. Todo lo contrario, el memorial, ha sido y es ese lugar donde, a través del camino laberíntico, cualquier persona puede reconocer en los nombres inscritos en cada piedra, prójimos, mujeres y hombres cuyas familias les echan de menos, con proyectos de vida que fueron cercenados o arruinados, y que ha provocado el sufrimiento de familias, amigos y comunidades que merece justicia, y nuestra solidaridad.

Por eso es que solemos acudir a “El Ojo que Llora” y recorrer por el lugar con respeto, y es allí donde muchas veces hemos orado, llorado, conmemorado, y nos hemos alentado para mantener viva y fortalecida la memoria, desde la cual reafirmamos el compromiso de participar en la construcción de una sociedad y un país democrático, más justo y solidario.

Hace tres días, el memorial fue vandalizado por octava vez en quince años desde su inauguración. El hecho ha sido denunciado, y debiera ser debidamente investigado, y los responsables sancionados, como corresponde.

Fastidia que dañen un espacio público tan importante para la ciudad y para el país, molesta la desidia de las autoridades para preservarlo, e indigna la cobardía e impunidad con la que operan algunos grupos e individuos que, con su vileza, reivindican el terror del pasado. Pero, no podrán retrotraernos a la barbarie.

Hoy somos muchas más las personas comprometidas con los valores democráticos, la defensa y promoción de la dignidad de todas personas, y con la paz que será firme cuanto más avancemos en procurar justicia.

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