La disputa religiosa en el proceso electoral peruano: A propósito de las actorías evangélicas en contienda

PERÚ-

Rolando Pérez-

El actual proceso electoral peruano revela la creciente reconfiguración y pluralización de la actuación de los evangélicos en el espacio público. Desde procesos anteriores se puede observar la participación de líderes  evangélicos en diversas partidos y movimientos políticos, no solo en tanto candidatos que postulan a un asiento en el parlamento, sino también respecto a la construcción de un tipo de militancia política vinculada no solo a los partidos sino también a determinados movimientos sociales, que da cuenta de una diversidad de actorías evangélicas que entran a la arena pública desde una determinada comprensión teológica de la política.

Es importante notar que desde hace varios procesos electorales, la actoría y la representación evangélica en la contienda electoral no se reduce al rostro construido desde los sectores ubicados en el campo del neoconservadurismo evangélico. Si bien el neo-conservadurismo ha conseguido una mayor visibilidad e incidencia pública, el voto y el propio activismo político de los grupos vinculados al campo evangélico se construye desde una variedad de opciones políticas. Incluso al interior del propio campo religioso conservador se pueden observar ciertos matices en las variadas narrativas que visibilizan los actores en contienda, aunque todos ellos confluyen o coinciden en la denominada agenda valórica pro-vida.  En ese sentido, es interesante observar la disputa de por lo menos dos narrativas evangélicas en el espacio público y político.  La de la lógica del poder teocrático anti-derechos y la de aquellos que intentan afirmarse en una opción evangélica pro-derechos, en su sentido más amplio.

Estas presencias evangélicas en las diversas tiendas políticas nos plantean la necesidad de discutir y debatir sobre las implicancias de los modos de ejercer la militancia política de este sector religioso en el contexto actual que, obviamente, trasciende la coyuntura electoral, porque están conectadas con otros esfuerzos e iniciativas que, obviamente, encuentran en la contienda electoral la oportunidad para visibilizar y colocar en la agenda pública determinadas reivindicaciones religiosas.  En este sentido, la puesta en escena de la narrativa pro-derechos frente a la opción “anti-derechos” construida desde el territorio neoconservador se convierte en un factor importante para desmontar el mito de la exclusividad del voto evangélico conservador o del voto confesional adscrito a un determinado candidato o a una determinada opción política. Asimismo, la disputa de estas dos narrativas se convierte en un factor clave para entender cómo y desde qué cosmovisiones se construyen las teologías políticas y las incidencias en el espacio público desde el campo evangélico contemporáneo.

En segundo lugar, el proceso electoral da cuenta de un reposicionamiento del conservadurismo integrista religioso-político, que en la contienda electoral actual se expresó principalmente en el discurso y la propuesta política del candidato de Renovación Popular, Rafael López Aliaga (RLA) y sus aliados. Alrededor de este candidato aparecieron nuevas figuras en la lid. Se trata de líderes que buscan rentabilizar su capital religioso en capital político (Perez-Guadalupe, 2020).

Es importante mencionar que esta nueva representación evangélica de la política es parte del esfuerzo que, desde hace ya varios años, vienen desplegando colectivos evangélicos y católicos en su afán por apropiarse de lo público, a partir del despliegue de una suerte de batalla moralizadora, frente a los discursos y prácticas que contrastan con su agenda valórica y su mesianismo político-religioso.

En ese sentido, la batalla mesiánica desplegada por López Aliaga y sus aliados en la actual contienda electoral no es una iniciativa aislada de la acción política emprendida en procesos anteriores por los grupos ligados al conservadurismo religioso. Su proyecto político constituye parte de la estrategia construida en los últimos años desde movimientos, como Con Mis Hijos No Te Metas (CMHNTM), la Coordinadora Nacional Pro Familia (CONAPFAM), el Centro para el Desarrollo de la Familia, el Movimiento Salvemos a la Familia, incluyendo la iniciativa católica alrededor de la denominada Marcha por la Vida, entre otros.    

El escenario electoral actual vuelve a mostrarnos que el proyecto integrista que alimentan estos grupos es alimentado por la concepción de una sociedad del miedo, la sociedad de las fobias y del odio. Günther Anders, el pacifista alemán, sostiene que el odio es la autoafirmación y la autoconstitución por medio de la negación y la aniquilación del otro. Esta cultura de la aniquilación del otro es altamente peligrosa para construir una sociedad democrática y afirmada en la ética ciudadana. Y es por eso que una propuesta política desde el integrismo, alentado por agentes de fe, se convierte en un oxímoron cuando se pretende construir una propuesta política basada en la vigilancia moral desde los valores cristianos. Como ha señalado Paulo Barrera, “poner a Cristo en el poder” –palabras del propio López Aliaga –  de este modo es la versión peruana de un proyecto político que se configura con evidentes tintes neofascistas. 

Los fundamentalismos religiosos constituyen un peligro para la sociedad porque han encontrado fuertes aliados entre los actores y decisores políticos que se afirman desde estas mismas mentalidades etnocéntricas. 

Es interesante observar en esta plataforma la confluencia de sectores políticos y religiosos  que se sostienen en la lógica de lo que  Guillermo Nugent (2010) llama una solidaridad selectiva en determinados temas que se convierte, como sostiene él, en una suerte de «factura moral», por la cual asumiéndose defensores y reguladores de ciertos proyectos políticos concordantes con sus patrones morales, renuncian a la responsabilidad ciudadana —profética— en favor de la instauración de un determinado y único orden regulador —religioso— de la moral pública. 

Reflexiones finales:

En primer lugar, la incidencia del proyecto integrista “anti-derechos” en la arena pública y política actual se convierte en un gran desafío para las organizaciones e iglesias que apuestan por repensar el papel de la religion, sobre la base de vincular la fe con la acción ciudadana y la acción pastoral con un tipo de práctica política basada en la búsqueda del bien común y la defensa de los derechos.

Estos días, al observar la coyuntura electoral y el modo como el discurso y la narrativa neo-fundamentalista ha vuelto a conseguir adeptos en un sector de la comunidad evangélica, retornó a mi memoria la experiencia de las comunidades evangélicas que enfrentaron al fundamentalismo senderista y el autoritarismo cívico-militar durante el conflicto armado interno en mi país, desde el acogimiento, desde la pastoral solidaria, desde el amor y no desde a la cultura del odio.   Al enfrentar a los violentistas, de uno y otro lado, estas comunidades evangélicas construyeron ciudadanía, impulsaron iniciativas verdaderamente ecuménicas, desde la lógica de la lucha por el bien común. Esta experiencia pastoral y ciudadana debería ser capitalizada como un modelo evangélico de incidencia desde la fe en el espacio público.

Siguiendo este legado, encontramos líderes y colectivos evangélicos participando hoy en diversos espacios de la sociedad civil, acompañando a las víctimas de las violencias y enfrentando a los sistemas y estructuras de poder que acentúan la exclusión y la desigualdad. Aquí encontramos el otro rostro político de lo evangélico que deberían ser mucho más visibilizado para reflejar la pluralidad evangélica respecto a las incidencias desde el campo religiosos en el espacio público y político.  Esta es una tarea pendiente que deberían asumir aquellas organizaciones evangélicas que sueñan con la construcción de una sociedad despojada de los odios y miedos que alimentan los fundamentalismos, y que trabajan para construir comunidades de fe que participen en la sociedad, no dominando, sino ayudando y sirviendo (Bonhoeffer, 1983).

En segundo lugar, las comunidades evangélicas que transitan en la vereda contraria al fundamentalismo tienen hoy el desafío de acompañar a aquellos creyentes que vienen participando en esfuerzos ciudadanos, construyendo resistencias frente a los discursos dogmáticos que acentúan la discriminación, la intolerancia y la exclusión. Entre este grupo de creyentes observamos a muchos jóvenes que no necesariamente proviene de las canteras del progresismo, sino más bien de iglesias y familias evangélicas tradicionalmente conservadoras. Muchos de estos jóvenes empiezan a distanciarse cada vez más de los proyectos integristas, repensando su fe desde una acción ciudadana profética. Precisamente, fue interesante observarlos recientemente, participando en las movilizaciones generadas en rechazo al último intento de golpe de estado desde el Congreso de la República. Se trata de una generación juvenil que se resiste a la amnesia, a la desmemoria, al reduccionismo religioso, al proselitismo teocrático exclusivista, y que está en búsqueda de nuevas interlocuciones, de nuevos espacios para repensar su fe desde el ejercicio de una ciudadanía activa.  Aquí hay un desafío para repensar con ellos los nuevos lenguajes, lógicas y formas de participación, desde la fe, en el espacio público.

A propósito de pensar en la construcción de procesos ciudadanos proféticos desde las iglesias, quisiera terminar compartiendo el comentario de Leonardo Boff sobre las motivaciones que llevaron a Martin Lutero a sublevarse frente al poder religioso de su tiempo.

“Él se sublevó, en nombre del evangelio, contra la prepotencia del poder sagrado, contra lo condicionado que usurpó la condición de lo incondicionado, contra lo histórico que se presentaba como divino. El espíritu protestante desenmascara los ídolos religiosos y políticos y rechaza simplemente legitimar el estatus quo. Todo tiene que entrar en un proceso de conversión y cambio, es decir, liberarse de todo tipo de opresiones para ensanchar el espacio de la libertad para Dios y para la acción libre del ser humano. El principio protestante ayudará a los propios protestantes a liberarse de su rigorismo burgués para apoyarse en el radicalismo evangélico, como lo hizo Lutero (Boff, 1984: 7).

Las iglesias y las comunidades de fe necesitan responder –como diría Míguez Bonino– al imperativo profético que se traduce en el interés y la responsabilidad por dar forma a una sociedad sana y humana.

Referencias:

Boff, Leonardo (1984). “Lutero: entre la reforma y la liberación”, Revista Latinoamericana de Teología No. 1.

Míguez Bonino, Jose (1983). Toward a Christian Political Ethics, Filadelfia: Forstress Press

Bonheffer, Dietrich (1983). “Resistencia y sumisión”, Salamanca: Sígueme.

Nugent, Guillermo (2010). “El orden tutelar”, Lima: Flacso-Desco.

Perez Guadalupe, José Luis (2020).  “El hermano no vota por el hermano: La inexistencia del voto confesional y la subrepresentación de los evangélicos e América latina. Ciencias Sociales y Religión/Ciências Sociais e Religião, Campinas, v.22, e020016, 2020.

El autor es Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

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