El Pentecostés apocalíptico del 2021: Acción de las comunidades de fe frente a la necro-política en Colombia

COLOMBIA-

Por Jeferson Rodríguez

“Yo, Juan, soy hermano de ustedes, y su compañero en el sufrimiento, en el reino de Dios y en la paciente  perseverancia a la que Jesús nos llama. Me exiliaron a la isla de Patmos por predicar la palabra de Dios y por mi testimonio acerca de Jesús. Era el día del Señor, y yo estaba adorando en el Espíritu. De repente oí detrás de mí una fuerte voz, como un toque de trompeta, que decía: Escribe en un libro todo lo que veas y envíalo a las siete iglesias que están en las ciudades de Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.”

Apocalipsis 1:9-11

Las comunidades de fe de tradición cristiana el pasado domingo 23 de Mayo 2021 celebrábamos el evento del pentecostés. Este momento especial donde el Espíritu de Dios descendió a esta comunidad de gente sencilla y anónima para ser testigos de un nuevo reino de Dios en la realidad.

Para mí, personalmente que nací en un hogar pastoral-pentecostal este relato se vuelve fundante de la iglesia y paradigmático para las comunidades de fe.

Sin embargo la fiesta se recordó en Colombia en medio de una gran crisis social. Tal vez hasta en eso se parece la realidad de Jerusalén del primer siglo y la Colombia del 2021.

 Así que vienen las preguntas: ¿cómo vivir el pentecostés en medio de más de un mes de violencia en las calles? ¿Cómo celebrar el descenso del Poder del Espíritu de Dios en medio del aumento sustancial de los contagios del COVID-19? Yo mismo estoy contagiado y tratando de salir.  ¿Cómo vivir la esperanza del Espíritu de Vida en medio de 290 personas reportadas como desaparecidas según la fiscalía y 500 por otras organizaciones de derechos humanos, en las protestas del último mes? ¿Cómo vivimos el recuerdo presente de la presencia del Dios de la vida cuando desde el pasado 28 de abril se han reportado 43 personas fallecidas por parte de la violencia que se ha desatado para reprimir a las personas que están en la calle, sin contar lo que ocurrió ayer 28 de Mayo principalmente en Cali?

Las preguntas deberían estar acompañadas no de números ni cifras sino de  los nombres de los jóvenes que han muerto, de sus familias, de sus historias de vida. Pero esto daría más de 7 páginas.

Lo que estamos viviendo es una  necro-política en términos así de claros. Es decir, una institucionalidad, una sociedad, unos organismos del estado que cada vez se estructuran más para matar que para vivir. Esta necro-política está orientada a cercenar todo lo bello de la creación,  con especial  agresividad  a las generaciones más jóvenes, apuntando su ataque a niñas, adolescentes y jóvenes principalmente.

Así que acá nos está matando el COVID 19 de manera escalofriante, pero también nos está matando la política. Es que son muy evidentes las acciones perversas de los necro-estados. Por ejemplo, es por estos días  de crisis social que se pretenda subir impuestos, beneficiar a bancos,  privilegiando, al menos en el caso de Colombia, los intereses de unos pocos.

El foco es la muerte y para la muerte. Y ahí está todo junto, el COVID, el aislamiento en las casas, la indignación de la sociedad desde el 2019, el paro, la violencia institucional, la violación a los derechos humanos, el hambre. Mucha hambre. Todo eso hace que no podamos vivir las oportunidades de  disfrutar la  diversidad y la riqueza de la existencia.

En últimas la vida no importa. Las políticas de respuesta ante la crisis de estos días generan más muertes, aumenta la corrupción ahora en nombre de la ayuda humanitaria y la  desconfianza de la sociedad civil ante la fuerza pública crece en todo el territorio.

Por supuesto es esta necro-sociedad fuente de inspiración de una manera de hacer teología también y de practicar la fe desde las comunidades de fe,  que legitima la exclusión, el poder, la segregación el dolor, la estigmatización, en vez del amor, la reconciliación, la justicia y la ternura. Permítanme en este contexto predominantemente necropolítico y por ende necroteológico y necroeclesial proponer unas reflexiones desde el libro del  apocalipsis rogando reencontrar la esperanza en medio de  estos momentos donde está primando la muerte por encima de casi todo.

Soy pentecostal.

Sí, pertenezco a un movimiento que en la actualidad mayoritariamente ha  respaldado las políticas de muerte en nuestro país; que ha levantado grandes templos y se ha desconectado muchas veces  del sufrimiento de los más pequeños en nuestra América latina.  Entonces tengo que decir que soy un pentecostal exiliado, no en las mismas proporciones que Juan de Patmos. Algunos de los que están escuchando han presenciado mis constantes exilios, y mis días de lágrimas, de las echadas a sombrerazos de espacios donde cada vez me fueron considerando persona no grata.   

Soy pentecostal. Y quiero encontrar la manera de vivir el pentecostés, así ni en las mismas iglesias pentecostales se recuerde.

Soy pentecostal.

Y por ende vengo de una tradición apocalíptica de un estilo escapista, apolítica, “raptista” y futurista. Lo sorprendente es que ninguno de mis ancestros pentecostales tuvo tanta imaginación para lograr describir que tendríamos que estar en nuestras casas sin poder salir, casi en el mundo entero. La marca de la bestia, el código de barras, el rapto, los escorpiones voladores no tuvieron tanto alcance como la realidad actual que estamos viviendo en las calles. Me he tomado la libertad de usar la frase pentecostés apocalíptico, en vez de la más tradicional que sería “profético”, esperando lograr hacerme entender, por qué para mí es más pertinente usar el lenguaje apocalíptico en estos momentos que otro tipo de lenguaje y énfasis. Porque es básicamente en la combinación de esta frase: El Espíritu Santo Apocalíptico, que yo veo la realización plena de los hijos e hijas de Dios en la actualidad.

Así que pentecostés, apocalipsis, muerte, vida, deseos, paro, oración extática, revolución, silencio, gritos, serán ingredientes de una sola sopa o sancocho que me atraviesa completamente y quisiera compartir en esta reflexión.

Pentecostés y apocalipsis a la vez.

Estas dos cosas deben ir juntas. Es la irrupción del Espíritu en Hechos de los apóstoles un signo que Pedro lee con el filtro apocalíptico a través del profeta Joel. Es el derramamiento del Espíritu sobre niños y niñas, sobre esclavos y esclavas lo que muestra que ha llegado el fin de una era donde la jerarquía era lo dominante y la violencia era la única manera de vivir el poder. Pero llegó el Espíritu con su poder que parece más un “no-poder” porque nos hace amar cada vez más profundo para inaugurar  un nuevo mundo. Es este mismo Espíritu Santo que hace que un exiliado tenga visiones extáticas de la realidad y del futuro. Este exiliado ha sufrido por dar testimonio de Jesús  y ahora comienza a describir, al estilo de los “comics modernos”, los grandes abusos del poder imperial que tendrán que caer ante la tierna fragilidad del cordero acuchillado.

No hay libro más cargado de crítica política en la biblia que el apocalipsis  y no hay un libro, igualmente, más extático y “sollado” que este. No existe tal disyuntiva,  entre oración profunda y acción social contundente. Es más bien lo contrario entre más oración elevada más discernimiento de la realidad actual y la denuncia de la violencia de los protagonistas de la muerte por estos días. Juan es llevado en el Espíritu. El texto indica que es un momento de éxtasis es decir es un momento de pérdida de control de la consciencia donde se le muestra con lujo de detalles lo que va a pasar y lo que debe decir a las iglesias. Hoy se ha caricaturizado este tipo de cosas, pero, tengo que ser leal conmigo mismo y decirles, no veo otro camino para vivir otro mundo más justo, más tierno, sino  en este mismo estado extático también.

 La oración que vive este exiliado es en el Espíritu.

El éxtasis es la “agarrada” de las mechas (del cabello)  que  el Espíritu hace con uno,  para hacernos salir de nuestro egoísmo, codicia y auto-referenciamiento;  para ir a un espacio  intersubjetivo de amor   y deseo permanente, que desea también que el “otro-a”  también salga a disfrutar de una nueva realidad. Es salir de la codicia, es salir de la violencia, es salir de la corrupción. Es valorar la vida de los más pequeños.

 En ese sentido es un éxodo.

Es la salida que tiene Ezequiel en “visión” y lo lleva a un valle de huesos secos. Es la oración que vive Jesús donde caen grandes gotas de sangre y vienen ángeles a respaldarlo para poder decir al final  “no se haga mi voluntad sino la tuya”; es la oración en el espíritu que experimenta Saulo en dialogo con Jesús resucitado en el camino de Damasco que lo hace ir hasta el tercer cielo y oír cosas que no se pueden volver a repetir.

El éxtasis es necesario para no resignarnos a que este mundo es todo lo que podemos vivir, que hay otro mundo. Generalmente los éxtasis modernos y protagonizados por algunas comunidades de fe en las plazas, son auto-inducidos,  te ensimisman más, te abstraen de la realidad, por  eso son inauténticos.

Sin esta manera de vivir en oración, la acción social y de transformación se hace superficial. Es muy fácil, desde una posición privilegiada, sin estar en el exilio y  para ser moralmente justo a la causa de los oprimidos ayudar con acciones demasiado planeadas mientras que en realidad sigues ahogando las voces de la tierra y de las víctimas con el estruendo de los propios planes altisonantes para la “reforma”. Del mismo modo,  hoy en día se habla mucho del asunto de la “alteridad”, de la “otredad” por parte de  teóricos poscoloniales para hablar de las pueblos oprimidos. Pero hay muy poco acerca de las prácticas que vinculan lo consciente como una entrada a lo inconsciente donde realmente se permitan una atención cuidadosa a la diversidad y la vida plena de los más vulnerados.

¿Recuerdan que en el relato de Mateo 25 los justos fueron inconscientes de la bondad que habían hecho y por esa inconsciencia fue que realmente pudieron vivir la intención de Dios? 

Es solo en un tipo de oración real, en el Espíritu de Vida donde sucede un vaciamiento de las codicias por tener la mejor iglesia, el mejor templo, más diezmos y se   inculca una atención que va más allá de  las simples buenas intenciones políticas. Su práctica es más incómoda, más desestabilizadores de estructuras jerárquicas y de género.

¡La oración apocalíptica es una ruptura progresiva de todo el ser que nos permite ser cada vez más tiernos y solidarios!

Lo que ve Juan de Patmos no es solo producto de la imaginación o de la intuición. !Estas dos son geniales! Si solo tuviéramos más imaginación e intuición nuestras acciones sociales serían más contundentes, nuestros proyectos políticos serían más incluyentes. Pero lo que estoy  tratando de decir hoy, es más que eso, es que solo el Espíritu es el que puede romper todo lo que pensábamos que era la verdad y ahora vivir otro mundo distinto. Donde el patrón no es lo “masculino” y lo “violento” que ha predominado por tantos siglos. Es en este sentido que la presencia del Espíritu es apocalíptica porque va revelando otra realidad posible que no es fruto de la genialidad de algún súper dotado sino que es voluntad de Dios para la creación aquí y ahora.

Pero no es solo la oración pentecostal o en el Espíritu algo que se ha caricaturizado, banalizado  y minimizado por estos días en Colombia. Es también lo apocalíptico lo que ahora es simple escape absurdo y torpe de la realidad. Ni la oración es lo que hemos visto por redes sociales estos días, ni lo apocalíptico tampoco es eso.

No existe tal disyuntiva entre profético y apocalíptico de la manera que nos la quiere mostrar en estos días. Los teólogos que nos quieren separar quieren hacer ver que los profetas son los activos y transforman la realidad y los apocalípticos-as son los pasivos que se la pasan en las nubes orando sin hacer nada y “alucinando” con cosas que nunca van a pasar. Yo tengo otra lectura de estas cosas. Los apocalípticos del pasado como los “hasidim” lucharon incansablemente contra Antíoco IV Epifanes, los esenios lucharon hasta ser sepultados por el imperio romano en los años 60 y 70 después de Cristo. Ellos tenían una gran convicción que el cambio radical debía llegar. Luego los seguidores de Jesús también fueron  apocalípticos (Jesús mismo, Pablo, Juan de Patmos) tienen tanta claridad de la “vida tan horrible” del presente que no se contentaban con que viniera un rey un poquito  más justo sino que tendría que venir el completo estado de Dios y así cambiará  la realidad de manera completa también.

Solo un apocalíptico  como Jesús  pudo decir que su reino no era de este mundo.  No es reforma lo que se pide, es cambio total.

!Que venga el “estado de Dios” sobre nuestros estados de muerte!

Son tan realistas  los apocalípticos que se dan cuenta que la codicia humana nunca hará un cambio profundo y por eso se necesita de la intervención de Dios, que si Dios no se mete en el corazón y en la estructuras  humanas no habrá esperanza. Entonces para mí lo apocalíptico es un paso más agudo de lo profético y un estado de mayor radicalidad y crítica política que ahuyenta el miedo en todas sus manifestaciones. Son ellos y ellas, son ustedes queridos amigos y amigas que tienen una consciencia más clara del gran poder del mal y de lo aplastante que puede llegar a ser. Pero no pierden de vista que es solo un cordero tierno el que les inspiran a seguir amando así sigan en el exilio. El apocalíptico-a, cree en Dios, lo hace sin plata. Camina solo, entrega mercados, se para a hablar con la gente en la calle,  no le da miedo que lo cataloguen como vándalo, su agenda en la calle a veces es solo escuchar atentamente y amar. No busca reconocimiento, es terco, muy terco. Desea un mundo nuevo así no lo vea, entiende que el deseo está ahí para empujar la vida, sacar la vida del egoísmo. Y es consciente que el deseo no se cumple en su totalidad porque es Dios mismo, y si  se cumpliera dejaría de ser deseo. Por eso desea y sigue deseando. Es fuego, es llama de amor viva, es ternura. Es querer ver a Dios y nunca saber quién es de manera completa. Es humildad total, es ansia insaciable. Es mucho más lo que no sabe que lo que sabe. Es estar en silencio mucho tiempo y luego actuar con contundencia porque está seguro que hay una fuerza imparable en él y ella, que es Dios mismo.

Revelar (lo que significa apocalipsis) no es otra cosa que rebelar. Y esta rebeldía entre más inconsciente mejor. No es una agenda política impuesta por alguna moda de turno, es la interiorización inconsciente de la bondad, de la justicia y ternura de Dios mismo,  la que puede realmente traer un mundo nuevo. El apocalipsis no es el final, final; ha habido muchos apocalipsis, no es la aniquilación de la existencia, es la resistencia amorosa o en palabra de Juan de Patmos,  “es la paciente resistencia a la que nos llama Jesús”.

Entonces es pentecostés y apocalipsis a la vez, es conciencia e inconsciencia a la vez, es cuerpo y espíritu a la vez, es varón y mujer a la vez,  es ternura y resistencia a la vez.

De manera más puntual quiero decir.

Hay que orar, en el Espíritu. Pero hay que saber orar. Orar no es solamente hablar, no es repetir algo, no es ni siquiera desnudar el corazón. Orar es dejar que Dios ore en nosotros. La oración autentica es una imposibilidad humana, solo puede ser un acto divino. Orar es distinto que pedir perdón por las calles manchadas en vez de pedir por justicia por los muertos que cada día son más. Es el mismo espíritu que ora en nosotros con gemidos indecibles. No es tener tiempos de oración, es vivir en la oración. Es llama de amor puro, es oscuridad de deseo, es terquedad en Dios. Es vivir en la agitación constante de ese soplo que se recrea en el caos de la muerte de los necro-estados que ya están cayendo.  Es el Espíritu el único que puede explorar los rincones más  oscuros y abandonados de nuestra memoria y emociones y nos pone en riesgo constante de  desestabilización y redirección al encuentro de los más excluidos-as.

Hay que rebelarnos (revelarnos). Hasta la rebelión de los hijos e Hijas de Dios. Una rebelión con lágrimas, con reconciliación. No es suficiente lo que hay en la actualidad, lo que Dios quiere es otra cosa. Los animales gimen, la gente gime, los jóvenes gritan por oportunidades, a los jóvenes les están matando.

Pues mis hermanos, hay que entregarnos a los otros y otras, hay que pararse sin violencia como el cordero que desato los rollos de la historia. Hay que ser tiernos, no como el ternurismo y la condescendencia  que tienden a meterse en nuestras comunidades de fe. Sigamos la ternura de Jesús sacando a los mercaderes del templo y teniendo el silencio ante la cruz que en ese momento fue inevitable. Ternura como cuidado compartido por los más vulnerados. Rebelarnos es no  leer la biblia para saber más y para juzgar la moralidad sexual de los demás, sino leerla para amar y para amar a aquellos que nadie ama. No hay mayor rebelión  que salir de nosotros y ser tiernos. Los apocalípticos-as estamos llamados a la impaciencia y a la confianza en Dios a la vez.  

Solo la ternura es digna de Fe.  

¡De esa manera, ha sido la única manera de recordar y vivir el  pentecostés-apocalíptico por estos días en Colombia!

Que viva la justicia, la misericordia, el respeto y el amor por encima de la muerte.

Fuente: https://sintagmas.wordpress.com/

Foto de redes sociales

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