Depredadores sagrados: la pederastia clerical en México, libro coordinado por Bernardo Barranco V.

MÉXICO-

Leopoldo Cervantes-Ortiz-

La esencia del Mal es su irredenta ambigüedad […] El Mal pretende convertirse en contemporáneo, en igual y en hermano del Bien…

Emmanuel Lévinas, El humanismo del otro hombre, cit. por José Barba

En todas las culturas existen bestiarios en sus mitologías. En la cultura contemporánea el depredador sagrado es la bestia con sotana. Es el maligno que se arropa y disfraza con los símbolos de santidad. Un ser infausto que seduce y violenta sexualmente a sus víctimas con el rostro y ropaje de un ángel. La psiquiatría moderna y las ciencias de la conducta definen el abuso sexual de un menor como un “asesinato psíquico”.

Bernardo Barranco, “Introducción”

Ciertamente uno quisiera dedicarse a temas mucho más amables que éste, el cual ha ocupado, lamentablemente, miles de páginas por todo el mundo: el abuso clerical (mayormente en la iglesia católica, pero presente también en otras iglesias) contra menores de edad. En el ámbito hispanoamericano es tristemente célebre lo sucedido con Marcial Maciel (México, 1920-2008), fundador de la orden de los Legionarios de Cristo, quien abusó de decenas de niños. Sobre sus excesos y la impunidad con que terminó sus días se ha escrito en abundancia.[1] La notoriedad de la crisis al interior del catolicismo ha sido extensiva en diversos países, por lo que ahora que el sociólogo Bernardo Barranco ha reunido nueve ensayos, estudios y testimonios sobre el fenómeno en Depredadores sagrados: la pederastia clerical en México (Grijalbo, 2021), vuelve con enorme intensidad a la luz pública la relevancia de este problema dentro y fuera de este país. Antes, este autor se ha acercado a temas polémicos relacionados, como en Norberto Rivera: el pastor del poder (2017).

El volumen está conformado por los siguientes textos: “La masculinidad sagrada, aproximación teológica a la perversión pedofílica”, de Ruth Casas G. (licenciada en Derecho y maestra en Teología por la Universidad Iberoamericana); “Opacidad y poder: Marcial Maciel”, de José Barba-Martín (exlegionario, “emblema de integridad de las víctimas de los depredadores sagrados”[2]); “Mi historia: el dolor que permanece”, de Ana Lucía Salazar Garza (cantante y conductora de radio y televisión); “Conquista legionaria de Monterrey. Auge y ¿caída? de un imperio”, de Cristina Sada Salinas (candidata ciudadana al Senado en 2012); “Norberto Rivera, marcado por el encubrimiento. Una cronología”, de Mónica Uribe (especialista en relaciones Iglesia-Estado e historia contemporánea de la Iglesia católica en México); “Una mirada desde el interior”, de Daniel Portillo Trevizo” (sacerdote de la arquidiócesis de Chihuahua, profesor de la Universidad Pontificia de México); “Pederastia en iglesias evangélicas: un primer acercamiento”, de Leopoldo Cervantes-Ortiz (autor de estas líneas); “El rol de los medios de comunicación y la pederastia. Los límites de la denuncia periodística”, de B. Barranco Villafán; “El registro documentado de una historia oculta”, de Erika Barrón Carreño (socióloga por la UNAM, maestra en Ciencias Sociales y en Políticas Públicas, consultora sobre temas de derechos humanos, trabajo infantil, especialmente en espacios rurales con diversas organizaciones y colectivos); y una cronología final.

Aun cuando algunos militantes eclesiales consideran que con este tipo de libros se exhiben las lacras de las iglesias y que con ello se promueven los siempre latentes ánimos cristofóbicos de las sociedades, lo cierto es que análisis así resultan muy necesarios precisamente para distinguir la forma en que son falseados los ideales de las comunidades cristianas. En ese sentido, el rechazo se dirige, más bien, a las iglesias como tales, pues fallan en mantener el control sobre esas tendencias éticamente reprobables. En estos tiempos, a diferencia de épocas anteriores, se ha conseguido superar el silencio cómplice y la impunidad reinantes, lo que ha permitido sentar en el banquillo de los acusados a prelados que jamás hubieran sido evidenciados ni enjuiciados.

En el caso de las iglesias evangélicas, tal como se expone en el texto correspondiente, se mantiene, con honrosas y escasas excepciones, esta actitud de protección al interior de las comunidades locales y denominaciones, a fin de mantener apariencias y el supuesto prestigio de muchas de ellas. La cultura de la denuncia no abunda en medio de muchas de ellas y las víctimas languidecen por la amargura, el profundo desengaño y, en ocasiones, por el abandono total de la fe. Por ello el trabajo de Barranco y sus colaboradores merece difundirse a fin de que se transparenten los avances en las denuncias y juicios de los líderes religiosos a quienes se les ha comprobado este delito, más allá de las tentativas de las jerarquías por oscurecer o condenar al olvido los terribles casos de abuso infantil.

La introducción del coordinador es dura, directa y sin concesiones, comenzando con la definición operativa del título del libro, pues combina elementos sociológicos, religiosos, bíblicos y teológicos:

La pederastia clerical es, ante todo, un acto criminal. Es la profanación y el sometimiento del cuerpo de un menor para satisfacer las patologías sagradas. Es el abuso del clérigo de su investidura simbólica. Es un atropello trágico que deja secuelas imborrables en el cuerpo y en el alma de las víctimas. El depredador sagrado quebranta la confianza que la sociedad deposita en su representación social. La pederastia clerical está penada por las leyes civiles, sancionada por el derecho canónico de la Iglesia y, además, es un grave pecado, pues transgrede el sexto mandamiento. Lamentable también la misma Iglesia, al encubrir a sus pederastas, quebranta otros mandamientos de las bienaventuranzas, como el noveno, relacionado con mentir y ofrecer falsos testimonios (p. 9).

Éste es el tono dominante del texto inicial y de la mayor parte de los demás, que marca la pauta de lo que el contenido presenta como una cadena de sucesos evitables en su inmensa mayoría, pero que la creencia en que la aparente pureza de una institución debe mantenerse a contracorriente de los terribles hechos consumados y del escandaloso sufrimiento de las víctimas silenciosas y silenciadas por la violencia psicológica, moral y espiritual de la que son objeto. Las preguntas que brotan son igualmente acuciantes y exigentes: “¿Por qué la pederastia se ha centrado en la Iglesia católica? ¿No son tan graves en la familia o en otras instituciones como las escuelas, los clubes deportivos e incluso otras Iglesias? ¿Por qué resulta tan llamativa la transgresión de los clérigos depredadores católicos?” (pp. 9-10).

La respuesta del papa Bergoglio (febrero de 2019), ha ido en el sentido de señalar que “los depredadores sagrados contradicen los grandes principios del Evangelio y contravienen los fundamentos morales y éticos que la Iglesia transmite a la sociedad; asimismo, la pederastia clerical desvirtúa la misión y la autoridad de la Iglesia en la historia humana. En suma, el pederasta es la antítesis del corpus y la identidad del mensaje de Jesús. El depredador sagrado representa el lado oscuro y perverso de la Iglesia” (énfasis agregado). Con respecto a que no se trata solamente de “hacer leña del árbol caído”, hay que decir que la fuerza ética con que se ha acusado a los líderes religiosos responsables de abuso se ha acrecentado en los últimos años en muchos países, lo que ha minado de manera notable la legitimidad de las instituciones religiosas.

El trasfondo patriarcal y político es destacado también por Barranco: “Cobijados por el predominio de una cultura patriarcal, políticos y pederastas clericales se sienten por encima de la sociedad. Conductores y dueños de las conciencias de los individuos y, por tanto, también de sus cuerpos. Políticos envilecidos encuentran refugio en el poder de los gobiernos mientras los sacerdotes pederastas en la estructura eclesiástica. Así, la patología de los abusos sexuales es expresión de la corrupción del poder” (p. 11). La pederastia ha puesto definitivamente en crisis a las instituciones religiosas y especialmente a la católica, pues la respuesta de su jerarquía ha sido muy lenta para afrontar el problema desde la raíz. El manejo tan tibio de los casos Maciel y Theodore McCarrick, arzobispo de Washington, fue paradigmático y puso contra las cuerdas al nivel más alto de la jerarquía, léase el papa Bergoglio, aunque desde Ratzinger se había evidenciado el grado de crisis que se había producido.

Las palabras de Ratzinger en la Semana Santa de 2005 son sumamente expresivas al respecto de la degradación institucional al no decidirse a resolver el conflicto: “¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a ella! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! […] Señor, sálvanos” (p. 18). Y Barranco agrega: “Sin embargo, las víctimas ya no quieren actos de contrición ni arrepentimientos, quieren justicia y acciones profundas que pongan fin a ese flagelo”. Bergoglio respondió con el cónclave de febrero de 2019 en Roma sobre el tema, lo que ha sido la más atenta respuesta ante los enérgicos cuestionamientos que surgen por doquier, incluso desde dentro del aparato religioso. Barranco concluye esa sección con una observación demoledora: “…las hermosas palabras y gestos del Papa se ven empañados por los hechos; demandan con firmeza interlocución advirtiendo: “‘El tiempo de las palabras, los perdones y las solicitudes de perdón han pasado, es el momento de actuar con inclemencia” (pp. 19-20).


[1] Cf. Fernando M. González, Marcial Maciel: los Legionarios de Cristo : testimonios y documentos inéditos. México, Tusquets, 2006; L. Cervantes-Ortiz, “Maciel, un homenaje a la esquizofrenia”, en Protestante Digital, 2 de febrero de 2008, www.protestantedigital.com/marcial-maciel/8893/maciel-un-homenaje-a-la-esquizofrenia; Nelly Ramírez Mota Velasco, El reino de Marcial Maciel. La vida oculta de la Legión y el Regnum Christi. México, Temas de Hoy, 2011; y Elena Sada, Ave negra. La historia de una mujer que sobrevivió al reino de Marcial Maciel. Monterrey, Madre Editorial, 2020.

[2] Inés Santaeulalia, “Sigue habiendo abusadores entre los Legionarios de Cristo”, en El País, 25 de enero de 2014, https://elpais.com/sociedad/2014/01/25/actualidad/1390680777_863390.html.

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