
CUBA-
A días de la partida de nuestro colega y amigo, queremos recordar una entrevista maravillosa que realizó en junio de 2013 con el obispo emérito metodista argentino Federico Pagura. Pagura falleció en 2016.
- El obispo emérito de la Iglesia Metodista Argentina devela el gran secreto de su experimentada juventud y paga a este periodista una deuda de hace diez años
Texto: JOSÉ AURELIO PAZ–
Conversar con él siempre es una fiesta. Un jolgorio del espíritu y de la inteligencia, de la sagacidad y de la humildad como humus del servicio a la gente. Diez años atrás había publicado yo, en Signos de Vida, “Ochenta niños le bailan en los ojos a Pagura”, entrevista que, según él, le sirvió en aquel entonces para que su seguro de salud accediera a aprobarle una operación oftalmológica en su natal Argentina. De manera que esta vez le dije que la única manera de retribuirme ese servicio era permitiendo que conversara con los diez muchachos que, ahora, se han sumado a aquellos, cuando acaba de cumplir 90 años el pasado 9 de febrero. De manera que, en medio del bullicio de pasillo, durante la recién terminada VI Asamblea General del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), en La Habana, sus ideas y su sentido de la vida comenzaron a retozar sobre mí con la misma lucidez de siempre.
Estaba feliz. La noche anterior el Consejo de Estado de la República de Cuba había colocado en su pecho la Orden de la Solidaridad, en gesto de premiar su apego espiritual al pueblo cubano, de manera que ante mi primera pregunta sus niños le prendieron fuego en los ojos:
“El primer sorprendido y agradecido, a la vez, fui yo. Es un regalo inmerecido del cielo y del gobierno cubano también, quien ha querido reconocer el apoyo que he podido dar, durante todos estos años, a la causa cubana. Pero yo no hice otra cosa que agradecer lo que Cuba nos daba desde que comenzó a despertar una conciencia patriótica en América Latina frente al imperio. Así que para mí esta distinción es el reconocimiento al simple mandato a que nos llama el Evangelio, desde Jesucristo como paradigma, que tenemos los cristianos, trátese de pastores, sacerdotes, obispos o laicos, en acompañar los procesos liberadores de justicia en el continente.”
La noche de la apertura de la Asamblea, durante el anuncio de la entrega de la distinción en el culto de apertura, que tuviera lugar en el teatro Lázaro Peña de esa capital, Federico tuvo un gesto esencial: reconocer a los que ya no estaban, a aquellos que le habían acompañado en la caminada del compromiso con los pobres y eran ahora polvo de estrellas en la memoria:
“Cuando me senté a reflexionar el mensaje que debía dar esa noche, como parte de la celebración, pasaron por mi mente, como una película, todos aquellos amigos que tuvieron una gran influencia en mi formación ecuménica y en mi vida. Uno no está hecho de una sola pieza, sino de muchas y hay personas que fueron claves en mi armadura como ser humano, tanto en lo personal como en mi familia, mi iglesia, mi país… De manera que era lo mínimo que podía hacer. Gentes como, por ejemplo, un Emilio Castro que, en tiempos muy complejos, me enseñó a abrir sendas, porque yo sé lo difícil que fue su labor en la búsqueda de acercar a las iglesias para estuvieran dispuestas a conocerse y a dialogar, a trabajar juntas y en medio de una jungla ideológica tan fuerte como la de entonces.” Tampoco pudo sustraerse, en momento tan crucial, de mencionar un nombre clave en su vida: Rita Alegría, mujer de apellido tan bien puesto que, más que una esposa, fue su compañera de todas las batallas. “La he extrañado enormemente. Todavía le escribo cartas y poemas.”
Al día siguiente de su discurso inaugural, los titulares de muchas agencias de noticias hablaban de un obispo que había pedido que se revisara el caso de la ilegal base norteamericana de Guantánamo:
“Quedé sorprendido cuando luego de mis palabras, Obama estaba diciendo que Guantánamo era un escándalo y una contradicción de su gobierno en la lucha por los derechos humanos. No sé si le habrá llegado la noticia de que yo estoy largándole a las iglesias y a los cristianos comprometidos que hagamos algo concreto porque esa situación termine. No solo porque haya que devolverle esa tierra a los cubanos, sino, también, porque hay que terminar con esa vergüenza de opresión y maltrato que sostiene el gobierno de los Estados Unidos en ese territorio; que pienso que no es lo único a denunciar. Habrá que destapar otras ollas en el mundo que son consecuencia de esa política imperial. Quienes hemos estudiado, en algún momento, en ese país, a veces nos sentimos sacudidos cuando vemos las cosas tremendas que han hecho y siguen haciendo como gendarmes de la humanidad que se creen. Así que lo de Guantánamo es un capítulo entre muchos, cuando no se atreven a juzgar a esas personas dentro de sus fronteras y las traen aquí para lavar fuera de casa los trapos sucios.
“Si la noticia de que yo estaba exigiendo eso, precisamente, le llegó, pues me alegro porque yo le he escrito a muchos presidentes de Estados Unidos denunciando hechos y el único del que tuve respuesta fue de Carter. A uno de ellos le dije, mientras promovían las dictaduras: ‘Quédense con el continente latinoamericano si eso es lo que pretenden hacer, pero se van a encontrar con un cementerio inmenso’. Ahora ya no lo pueden disimular. Ahora sabemos de un Plan Cóndor que explica todo lo que se hizo para establecer esos regímenes favorables a la política norteamericana. Toda esa hipocresía tiene que ser denunciada por las iglesias, de lo contrario se vuelven cómplices de ese pecado que va contra la vida, y eso es responsabilidad de estas generaciones.”
Aunque pudiera parecer un obispo loco, porque canta y compone tangos, iconoclasta porque se opone a cuanta injusticia exista, soñador empedernido cuando sus 90 niños custodian la esperanza, ha recibido importantes reconocimientos en defensa de los Derechos humanos, por su labor a favor de la fraternidad de países colindantes, por su trabajo con los refugiados. Dice él que Wesley le enseñó a decir: “todo el mundo es mi parroquia… siempre para cumplir una misión de testimonio y de servicio, porque todavía soy una voz que sigue hablando.”
Años atrás Federico formó parte de una comisión del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) que visitó las Coreas, en la búsqueda de ver cómo las iglesias podían contribuir a mejorar las relaciones entre ambas partes del conflicto. Próximamente, la Asamblea general de ese organismo se celebrará en Busan. Le pregunto qué lectura hace sobre ese complejo escenario.
“El conflicto actual, desde mi perspectiva, es un desafío a las grandes potencias, en tanto pudiéramos decir que allí también se está jugando el futuro de la humanidad. Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Rusia, China… tienen que ser sensibles a esa inmensa carga de peligrosidad que para el mundo existe si llega a desatarse una guerra allí. De manera que esas grandes naciones, que tanto hablan de buscar la paz y la justicia, serán responsables, en gran medida, de lo que ocurra, cuando ambas Coreas deberían estar unidas y trabajando por el bien común desde hace tiempo. Esas divisiones no vienen de por sí no más. Como nosotros que en el pasado ingenuo de América Latina pensábamos que éramos los culpables de nuestras divisiones y, luego, uno se dio cuenta de que muchas fueron creadas intencionalmente, desde afuera, para que nos destruyéramos entre nosotros mismos. Se acabó el tiempo de la ingenuidad. Los cristianos y las cristianas tenemos que ser los primeros en decir ‘¡No más!’, los que formamos parte de la familia “abrahamaica”. Es decir, los que llamamos a Abraham el padre de la fe; judíos, cristianos, islámicos, debemos trabajar juntos por un mundo nuevo de justicia y paz. De lo contrario, la unidad que queremos estará quebrantada desde las mismas raíces de nuestras respectivas culturas religiosas.”
Lo vi visiblemente emocionado cuando, durante una de las noches de la Asamblea, René González, uno de los cinco cubanos presos en los Estados Unidos bajo la falsa acusación de espionaje, ya liberado, contaba la tragedia del resto de sus cuatro compañeros que, todavía, sufren altas e injustas condenas en cárceles norteamericanas.
“Lamentablemente, en Argentina se ha difundido muy poco de esta realidad. Para mí fue un privilegio compartir con el primero de esos hombres que ha salido de la cárcel. Lo cual quiere decir que no podemos detener la lucha mientras uno solo de ellos no regrese al seno de su familia y de su país. Es decir, el mejor servicio que podemos hacerle al pueblo de los Estados Unidos es denunciar las crueldades y las violaciones de los derechos humanos que su propio gobierno hace lamentablemente. Para mí ellos son cautivos de la ideología de la seguridad nacional que padece esa gran potencia. Hoy nosotros, como cristianos y cristianas, tenemos el deber de evangelizar a los Estados Unidos para que la caída del imperio se haga efectiva, porque las iglesias pueden moverse y sacudir esas cadenas. De lo contrario se sigue corriendo el riesgo de que todo lleve a una lucha sangrienta, muy penosa, y con un alto costo de vidas como ocurre con las guerras que ellos llevan a cabo.
“En algún momento las grandes potencias tendrán que rendir cuentas de lo que han hecho con el resto de la humanidad, como, históricamente, nos obligaban a hacerlo con ellos sobre qué pasaba en nuestros países. En cierta ocasión formé parte, también, de una comisión del CMI que fue a ver qué pasaba con las minorías étnicas en los Estados Unidos. A mí me tocó la parte sur y sacamos un documento de denuncia de los abusos y las violaciones a los derechos que allí se cometen en su propio territorio; sin embargo, a mi manera de ver, el documento no tuvo, luego, la repercusión que esperaba.”
–Lo invito a hacer una exégesis de lo que sucedió un poco con los jóvenes durante de la Asamblea y que puede ser un síntoma en el cual hay que trabajar, todavía, con la Iglesia del presente. Ellos no se sintieron parte de las discusiones sobre el futuro del CLAI. ¿Considera usted que el fenómeno generacional está comprometiendo, en alguna medida, esa continuidad histórica del ecumenismo latinoamericano bajo el pretexto de que puedan ellos equivocarse?
“En el tiempo en que yo presidía el CLAI existían algunas organizaciones juveniles que tenían la gran tarea de movilizar, capacitar y dirigir el trabajo y el pensamiento de la juventud en América Latina. Yo luché mucho para no crear un organismo de competencia, sino para apoyar lo que estaba sucediendo y respetar a esas organizaciones que, de algún modo, estaban tocando, apelando, capacitando, moviendo a los jóvenes; con los errores que pudieran tener, pero sin dudas eran un agente movilizador. Ahora las cosas han cambiado. En estos momentos yo no tengo un conocimiento tan profundo de lo que está pasando entre los jóvenes del CLAI y los distintos movimientos que trabajan en América Latina. Diría que hay que respetar espacios; es decir, no entrar en competencia sobre un mismo tema, que ya en el pasado se ha perdido mucho tiempo y dinero en esos asuntos, de manera que lo primero es reconocer quién o quiénes están haciendo bien su trabajo y apoyarlos y acompañarlos. Que el CLAI sea solo un termómetro en este sentido, un barómetro que mida impactos.
“También creo que, a nivel general, desde las iglesias de base hasta los organismos continentales, tenemos que responder a las expectativas de los jóvenes en la búsqueda de un mundo nuevo, ese que desde el Foro Social Mundial, de Brasil, se proyecta. Un mundo donde desde los niños hasta los ancianos serán respetados y atendidos como debe ser. En otras palabras, estimular, reforzar, atender lo que ya se viene haciendo. Creo que también tenemos que ir a las iglesias y preguntarles a ellos qué esperan de nosotros, incluso lo que hice en otro tiempo; ir fuera de los templos y escuchar las razones de aquellos jóvenes que ya no asisten a las iglesias.
“En cuanto a comenzar a cederle espacios a la juventud para que emprenda su liderazgo, debo decirte que la ancianidad se presta para una actitud de defensa de su territorio, digamos, de sus dones, de su historia, incluso hasta de status ganados en medio de tantas luchas y dificultades. Pero también el CLAI puede ser un instrumento para hacer que la generación mayor –por llamarle de alguna manera a la nuestra– sea un instrumento que aporte su experiencia y el resultado de sus reflexiones para que las nuevas no cometan los mismos errores ni repitamos actitudes que no ayudan a un verdadero ecumenismo en camino hacia el futuro, y a ese otro mundo posible con el cual soñamos.”
–¿Qué es Cuba para usted?
“Cuba nos desafió y todavía nos desafía a tomar una posición común frente a los grandes problemas de la humanidad. Es esa eterna lección de liberarnos para liberar. Liberarnos para servir al llamado primer mundo, que está tan confundido, tan dividido, tan deteriorado. Ahora tiene ese primer mundo que mirarnos a nosotros y decir para sí: ‘nos sentíamos invulnerables, nos creíamos modelo y no lo somos’. Ese primer mundo tiene que empezar a aprender de los errores cometidos en el pasado y escuchar a este tercer mundo la lección que, desde nuestra pobreza, les estamos dando.”
Siento que el tiempo que me ha dedicado, como simple cronista que soy, paga la inversión de la operación de sus ojos. Mirada de cóndor dulce que desata una lucidez increíble frente a mi desbocada desmemoria. Miro hacia los lados y le pregunto, en secreto, si existe alguna pastillita milagrosa que permita mantener tal sagacidad de pensamiento y compromiso. Si hace yoga o mantiene una dieta especial. Luego de afirmar que ha sido muy austero en sus costumbres “porque no he tenido dinero para despilfarrar en tanta tontería”, que defender los valores comunes de los pueblos es como un analgésico para el reuma y conservar intacta la vocación de servicio le mantiene el pulso exacto de espíritu, me devela el uso de su gran vitamina:
“Lo que me mantiene así es… (duda un momento si darme el secreto y luego accede)
¡Es levantarme siempre con la misma utopía!”