Bienes comunes, pandemia, hechos y Fratelli Tutti

ARGENTINA-

Marcelo Figueroa

En el apartado “Las pandemias y otros flagelos de la historia” de la Encíclia Fratelli Tutti, leemos en su numeral 36: “Si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y el vacío. Además, no se debería ignorar ingenuamente que «la obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca»[35]. El “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y eso será peor que una pandemia”.

Luego del suceso de Pentecostés, que marcó el inicio de la Iglesia como comunidad bautizada por el Espíritu Santo, proclamadora del Evangelio de Cristo y conviviendo con los principios del Padre amoroso, sus progresos fueron asimétricos. Por un lado, el número de creyentes aumentó exponencialmente en los primeros años, mientras por el otro, el ordenamiento social económico sufrió marchas y contra marchas. Se debió ejercitar la paciencia para atender la necesidad de tantos necesitados dentro de los muchos convertidos, especialmente entre las viudas y los marginados. Desde un punto de vista meramente correlativo, debemos aguardar hasta el capítulo sexto de libro de los Hechos para encontrar un orden diaconal que subsanara esta asimetría que rozaba la discriminación y los prejuicios.

En estos tiempos, luego del impacto mundial enorme del Covid-19, que se propagó exponencialmente en todo el planeta, también las desigualdades sociales y las asimetrías económicas,  y especialmente hacia los vulnerables se pusieron en evidencia.  A raíz de la pandemia, no debemos esperar crear economías y sociedades justas y sostenibles en poco tiempo. Sin embargo, el Espíritu nos puede ayudar con el fruto de la paciencia para poner en marcha desarrollos positivos y esperar a que se desarrollen. Mientras esto suceda, nos vemos impelidos a reconstruir una sociedad económicamente más equilibrada, renovar los valores de la solidaridad y rehacer lazos de interconectividad con relación a los bienes del planeta. Necesitamos adherimos al principio del destino común de los bienes y de esa manera construir bajo los frutos del Espíritu Santo, el señorío de Cristo, la bendición del Padre y la enseñanza apostólica de la primera Iglesia una nueva generosidad en un mundo que para todos.

Referenciando nuevamente Fratelli Tutti, en el numeral 120 el Papa Francisco expresa lo siguiente:  “Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». En esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada». El principio del uso común de los bienes creados para todos es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social», es un derecho natural, originario y prioritario. Todos los demás derechos sobre los bienes necesarios para la realización integral de las personas, incluidos el de la propiedad privada y cualquier otro, «no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización», como afirmaba san Pablo VI.  El derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados, y esto tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica”.

Nuevamente, para todo lo antedicho, el libro de los Hechos de los Apóstoles viene a nuestro auxilio. Precisamente desde el segundo y el quinto capítulo del segundo tomo de San Lucas, encontramos algunos párrafos fundamentales. Se trata de tres resúmenes narrativos, que, a modo de separadores temáticos, nos acercan pistas certeras de la vida dentro de la comunidad cristiana que vivía en paciencia la comunión eucarística y el destino común de sus bienes. El texto bíblico nos informa que: “Todos los creyentes estaban muy unidos y compartían sus bienes entre sí; vendían sus propiedades y todo lo que tenían, y repartían el dinero según las necesidades de cada uno. Todos los días se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos con alegría y sencillez de corazón. ” (Hechos 2, 44-46). En el mismo sentido, el segundo separador temático del libro deja constancia de que “Todos los creyentes, que eran muchos, pensaban y sentían de la misma manera. Ninguno decía que sus cosas fueran solamente suyas, sino que eran de todos. Los apóstoles seguían dando un poderoso testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y Dios los bendecía mucho a todos. No había entre ellos ningún necesitado, porque quienes tenían terrenos o casas, los vendían, y el dinero lo ponían a disposición de los apóstoles, para repartirlo entre todos según las necesidades de cada uno” (Hechos 4, 32-35).

En lo relacionado al acompañamiento testimonial del Espíritu Santo ante estas vivencias comunitarias, el relato lucano en el tercer resumen nos informa que: “Por medio de los apóstoles se hacían muchas señales y milagros entre la gente; y todos se reunían en el Pórtico de Salomón. Ninguno de los otros se atrevía a juntarse con ellos, pero la gente los tenía en alta estima. Y aumentó el número de personas, tanto hombres como mujeres, que creyeron en el Señor. Y sacaban los enfermos a las calles, poniéndolos en camas y camillas para que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra cayera sobre alguno de ellos. También de los pueblos vecinos a Jerusalén acudía mucha gente trayendo enfermos y personas atormentadas por espíritus impuros; y todos eran sanados”. (Hechos 5, 12-16).

Lo esenios que vivían en la comunidad del Qumrán renunciaban al derecho de propiedad privada, y establecían un fondo común, y de esa manera, todos los miembros recibían una suma igual para atender sus necesidades. En el caso de la comunidad eclesial cristiana, la ecuación de destino común de los bienes seguía una lógica diferente. Los apóstoles recomiendan el compartir de manera voluntaria las posesiones, no abolir del derecho de propiedad. De esa manera, se buscaba bajo el fruto de la paciencia, la caridad y la justicia, fortalecer la unidad y la armonía en la comunidad de fe. Los cristianos practicaban el uso común de sus posesiones, no la copropiedad. De esa manera, aún la sombra de los apóstoles que la luz del Evangelio provocaba en su peregrinar iba sanando a su paso las desigualdades, desequilibrios e injusticias de una sociedad perteneciente a otro reino.

¡Cuánto debemos aprender y aprehender nosotros hoy de ellos, especialmente en estos tiempos de pandemia y post pandemia mundial!

El autor es Presbítero Evangélico y Director de la edición Argentina de  L’ Osservatore Romano

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *