La sorpresa de la Navidad

ESTADOS UNIDOS-

Por Justo L. González-

La Navidad es un tiempo de sorpresas. Quienes son más pequeños se preguntan: “¿Qué habrá en ese bonito paquete bajo el árbol, con mi nombre en él?” Los mayores nos preguntamos: “¿Qué pensará la Tía Lola sobre el regalo que le compramos? 

Por fin llega el día esperado, abrimos los regalos, … y el día siguiente es tiempo de recoger y de limpiar la casa, para ocuparnos de otros asuntos. ¿Cómo puede extrañarnos entonces el que estos tiempos navideños sean también para muchos tiempos de depresión, angustia, y hasta suicidio?

La verdad es que el bullicio del comercio, con sus campanitas, luces y anuncios de nuevos juguetes, nos oculta la verdadera sorpresa de la Navidad – y hasta nos hace confundir los tiempos. La Navidad no termina el 25 de diciembre, sino que empieza.

La sorpresa de la Navidad no está en ese paquete bajo el árbol, que despierta mi curiosidad. La sorpresa está más bien en que en este mundo en el que hay muchas invenciones, pero todo parece ser siempre lo mismo, Dios viene y vuelve a venir de manera inesperada. La sorpresa está en poder ver a Dios en un niño indefenso. Y la sorpresa no termina hoy, ni tampoco con el fin de los tiempos navideños el 6 de enero. La sorpresa está en un Dios que es capaz de unirse a nuestra condición de tal modo que puede caminar, llorar, morir, resucitar, ascender… ¡Y que lo hace, no para su propio provecho, sino para el nuestro! ¡Un Dios que anda por nuestros polvorientos caminos, limpiando al leproso excluido, alabando a la viuda despreciada, criticando a los políticos corrompidos! ¡Un Dios que llora nuestro llanto, que sufre nuestros dolores, que llora por Jerusalén, y por Washington, y por Moscú, y por Buenos Aires…! ¡Un Dios que muere y resucita para matar la muerte – para matar, no la suya, sino la nuestra! ¡Un Dios humano cuya victoria es tal que lleva a la humanidad misma a sentarse a la diestra del trono de Dios! ¡Un Dios cuyas sorpresas no terminan en la Navidad, sino que se dan repetidamente en nuestros caminos, en nuestras grandes decisiones y en nuestro diario andar!

¿Veremos esas sorpresas? ¿O seremos como el niño rico y mimado, a quien ya ningún regalo puede sorprender?

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