Claudia Calderon / OjoPúblico
Claudio de Castro, Aleteia-
Cierta noche, hace ya bastantes años, decidimos dar una vuelta en el auto, con toda la familia. Estaba abajo, esperando, con mi hijo pequeño Claudio Guillermo.
De pronto, enfrente de la calle, vi salir de las sombras de un árbol muy coposo a un hombre encorvado, barbudo y muy sucio, vestido con harapos. Cargaba una pesada bolsa sobre su espalda. Desde aquel lugar me miró y empezó a caminar hacia donde yo me encontraba con mi hijo. Lo primero que pensé fueron las palabras que le diría para que no me molestara y siguiera su camino. Un minuto después, en aquella noche especial en que la luna iluminaba la calle, el hombre se detuvo unos segundos frente a mí, pero no me pidió nada.
Una sonrisa, una mirada y una bendición. Solo me miró a los ojos y sonrió con una dulce sonrisa, como aquellas que das ilusionado cuando te encuentras con una persona muy amada.
Aquello me desconcertó y no tuve oportunidad de descargar sobre él las palabras hirientes que había preparado. Su mirada era pura, resplandeciente, me traspasaba el alma.
“Tienes una hermosa familia”, me dijo dulcemente. “Que Dios te la bendiga, los cuide y les proteja”, concluyó. Y siguió su camino con la mirada en el suelo.
¿Quién era? ¿Quién era este pobre vestido en esos harapos? ¿Cómo podía tener tanta fuerza en sus palabras? ¿Por qué me estremecieron? Mi hijo pequeño me haló la camisa, me hizo volver en mí, me miró y exclamó: “Papá, ¡debes darle algo!”, me dijo. “Tienes razón”, le respondí avergonzado. Levanté la mirada y el hombre en ese segundo había desaparecido. Ya no estaba. Subimos al auto y salimos a buscarlo. Estuvimos dando vueltas por las cuadras cercanas y no lo hallamos. Recordé en ese momento las palabras de san Alberto Hurtado, aquel santo chileno, sacerdote jesuita, que escribió: “Hoy, Cristo vaga por nuestras calles en la persona de tantos pobres dolientes, enfermos, desalojados de su mísero conventillo. Cristo, acurrucado bajo los puentes, Cristo en la persona de tantos niños.¡Cristo no tiene hogar! ¿No queremos dárselo nosotros?».
“Lo que hagan al menor de los pequeños, a Mí lo hacen”, ha dicho Jesús.El prójimo -el pobre, en especial- es Cristo en persona. Lo que hacemos a los pobres… Lo que hagan al menor de mis pequeños a Mí lo hacen.
El buzo de la basura, el limpiabotas, la mujercita de tuberculosis, piojosa es Cristo. El borracho -no nos escadalicemos- es Cristo. Insultarlo. Burlarse de él. Despreciarlo es despreciar a Cristo.
Esa noche reflexioné sobre sus palabras “El pobre es Cristo” y me prometí nunca negar nada a quien me lo pidiera.
Tiempo después ocurrió de nuevo. Un hombre muy pobre me abordó y me suplicó: “No he comido en tres días.¿Tendrá algo que darme?”.
Recordé mi promesa. Levanté la mirada y ya no veía frente a mí, a un pobre, mal vestido, que despedía malos olores.Tenía a Cristo que sufría.Le pedí que me esperara un momento, que no demoraría, subí a la casa y le preparé el mejor emparedado que pude, grande, sustancioso, con lechuga, tomate, queso y hasta un pedazo de jamón. Y lo acompañé con un vaso grande, rebosante de leche.
Cuando bajé, me esperaba silencioso. Tomó el enorme emparedado y lo mordió, empezó a comerlo y de pronto se detuvo. Rompió a llorar mirándome desesperado, con grandes gemidos.“¡Tenía hambre!”, exclamaba en medio de un llanto desgarrador. “¡Tenía hambre!”. Y yo pensaba: ¿Qué le hacemos a Cristo? ¿Qué te hacemos, Señor?
Hermano, hermana, hoy Dios te pide misericordia, empatía, amor y que nunca lo olvides: el pobre, el necesitado, el enfermo, el abandonado, el solitario, es Cristo que espera por ti.