Identidad de género en Chile, reflexiones más allá del escándalo

Buses en Chile

Debate en Chile a través de buses que llevan mensajes en sus carteleras

CHILE-

Manuel D. Morales-

Observación: He escrito esta columna de opinión en respuesta a la gentil invitación que me hiciera la editora de este medio, Claudia Florentin Mayer. Esta no la daré como experto politólogo, sociólogo, antropólogo, ni mucho menos abogado. Pero sí la daré como cristiano, ciudadano chileno, conocedor de la realidad protestante de mi país, y académico en constante búsqueda de respuestas. Mi formación está en las ciencias físicas, pero por varios años he estado involucrado en el diálogo entre ciencia y fe. Mucho de mi trabajo ha sido publicado en “Razón y Pensamiento Cristiano” www.revista-rypc.org, revista que dirijo y donde uno esfuerzos con académicos cristianos de diferentes campos, la mayoría jóvenes, pero con experiencia y proyección hacia el futuro.

Si tuviéramos que referirnos a una de las discusiones ciudadanas más acaloradas este último tiempo en Chile, es aquella relacionada con la agenda valórica. Hace más de una década que comenzó a hacerse pública, tímidamente, con la distribución gratuita de la píldora del día después. Sin embargo, poco a poco ha ido encendiendo más y más los ánimos con los proyectos de ley para despenalizar el aborto, legalizar las uniones civiles entre personas del mismo sexo, así como otras iniciativas que fomentan la no discriminación en virtud del sexo y la orientación sexual.

En el mundo protestante chileno, los temas valóricos han estado generando un profundo ambiente de división. A tal punto que, consciente o inconscientemente, han propiciado una verdadero filtro con únicamente dos salidas excluyentes: o uno es “conservador”, o uno es “progresista”. Polaridad que se ve exacerbada, tal que “o eres de los nuestros”, los buenos evidentemente, “o eres de los otros”, los malvados.

 

Cabe mencionar que este problema no aplica únicamente a ciertos sectores conservadores y/o fundamentalistas, que muchas veces con justa razón, se les ha criticado por ser incapaces de dialogar con la cultura, tender a la intolerancia, entre otras cosas. Sino también a diversos sectores progresistas, los cuales, reduciendo la fe cristiana a una especie de movimiento contracultural de izquierda, se les hace muy difícil reconocer que en el mundo conservador también hay genuinos cristianos, comprometidos con la misión de la iglesia y la justicia social. Trabajar por el bien común no es monopolio de un determinado sector político.

Hay cristianos protestantes quienes no nos imaginamos el escenario de esta forma tan simplificada, ni mucho menos nos situamos en alguno de los dos extremos. De hecho, creo que las posturas intermedias son las que tienen mayores posibilidades de contribuir de forma creativa a estas discusiones, porque se construyen precisa y sutilmente “sobre el filo de una navaja”. El camino de la culture war –guerra cultural–, y pese a la fuerte influencia que ejerce Estados Unidos en la región, es algo que simplemente no deseo para mi país, ni mis hermanos en Chile.

Tanto el fondo de las discusiones, lo temas valóricos en cuestión, así como la forma en que lo presentamos en la esfera pública, nos plantean desafíos éticos que debemos atender seriamente. Ambas cuestiones están relacionadas, y no podemos prescindir de ninguna de ellas.

Hablemos de la forma

A mi parecer, una de las cuestiones más relevantes, es el papel que juegan los medios de comunicación de masas y el uso, o mas bien abuso de las redes sociales. Y es que estos constantemente contribuyen a que las discusiones alcancen un grado alto de “odiosidad”, incluso llegando a difuminar el sentido común y las normas mínimas para una sana convivencia. Este es un punto en donde quisiera hacer mucho hincapié. Ya que, si hay una regla que pareciera estarse consolidando en el mundo protestante chileno, es el de la rutinización o incluso naturalización –abusando del lenguajedel enfrentamiento visceral, únicamente en función de la eventualidad.

Me preocupa que los temas valóricos, algo tan fundamental para nuestra humanidad, solo se discutan abierta y explícitamente entre los cristianos cuando irrumpen personajes o colectivos mediáticos, supuestos paladines de la libertad y/o la diversidad. A la larga, esto solo sirve de comidilla para el espectáculo de más bajo calibre.

Sí, quizás sea inevitable hoy que los medios masivos y las redes sociales sigan funcionando en respuesta a la contingencia. No obstante, recordemos que Jesús nos dijo que como cristianos somos sal de la tierra (Mateo 5:13). Por ende, deberíamos ser capaces de dar un paso atrás, reflexionar en serio estas cuestiones, e intervenir en la esfera pública teniendo realmente un efecto sazonador. Es necesario trabajar para que la gente reciba nuestro discurso como algo realmente digno de ser escuchado y asimilado.

Un miembro de mi familia, quien es abogado, hace unos días me decía que como físico quizás no logro identificar la diferencia que existe entre ciencia y política. En la historia, muchas de las grandes coyunturas o cambios de pensamiento han sido producto de la irracionalidad, en vez del estudio sistemático y profundo. Quizás esté en lo cierto. No obstante, el hecho de que muchos de esos cambios, precisamente impulsados por la irracionalidad, hayan arrastrado lamentables tragedias, me motiva a optar por un camino menos susceptible a las pasiones.

Seamos sinceros. En tiempos de debate mediático, lo más fácil es exponernos a nosotros mismos como supuestos defensores de la sana doctrina o bien de la diversidad –si no es que muchas veces no pasa de ser un simple acto de pose. Vivir únicamente de la crítica hacia el otro bando, recibiendo los beneficios y espaldarazos del propio, no se corresponde con el llamado a ser cristianos radicales. Debemos reflexionar profundamente estos temas. Articulemos críticas y autocríticas. Pero lo que es más importante, demos respuestas viables a nuestros hermanos en la fe, aun cuando esto signifique volvernos impopulares en nuestros propios círculos religiosos, sociales y/o académicos.

Hablemos un poco del fondo

Me referiré a la problemática de la identidad de género. Aunque, no tomaré el camino de hacer “apologética” para favorecer algún extremo en particular. Nada de eso. Aquí solo me remitiré a compartir algunos comentarios asistidos por trabajos recientes que he podido encontrar. Personalmente, esto me ha ayudado a asimilar la enorme complejidad del tema, y por qué los cristianos protestantes chilenos necesitan sumergirse en éste, muchísimo más.

Como punto de partida, debemos reconocer que las diversas ciencias apuntan a que el sexo y el género son rasgos que se configuran de forma bastante intricada en los seres humanos.

Desde el punto de vista biológico, tanto el fenotipo –la expresión observable del ADN y su interacción con el ambiente– como el cerebro humano, en sus respectivos procesos de desarrollo, experimentan exposición a hormonas. Esto, en la práctica, influye en el sexo y en el género, respectivamente. Dentro de este escenario es que surgen condiciones, como por ejemplo, el síndrome de insensibilidad a los andrógenos –una forma de intersexualidad– o la disforia de género.

Las teorías críticas y los estudios culturales también participan en la discusión, complicando aun más el panorama. Sin necesidad de adoptar un relativismo extremo, pareciera ser de sentido común que la cultura –es decir, la totalidad holística que integra la forma de vida de una comunidad–, informa el género de los individuos que viven en ella. Aquí debemos tener presente que el género, en buenas cuentas está constituido por hábitos expresados en patrones de pensamiento, de comportamiento, de relación y afectividad.

Sin lugar a dudas, la ciencia apunta a que la naturaleza sexual y de género es mucho más compleja que un fenómeno biológicamente determinado y binario. Para el cristiano más conservador, esto representa una afrenta al orden creado.

Así entonces, se reafirma la perspectiva tradicional de concebir la masculinidad y feminidad como características que son fijas y que están plasmadas en el cuerpo físico. El cristiano más progresista, por otro lado, parece tomar esto como una oportunidad para descartar las nociones de sexo y género mantenidas por la tradición, e incluso, desdibujar cualquier estereotipo impuesto por las estructuras de poder, justificándolo teológicamente –como sucede, por ejemplo, con las teologías queer.

Como científico natural, me causa curiosidad el hecho de que en ambos extremos existe un rechazo parcial a la biología. Del lado más conservador, solo se considera el genotipo (ADN) como único determinante del sexo y del género; pero no se acepta, por ejemplo, el posterior proceso que influye en el desarrollo del fenotipo. Del lado más progresista, y quizás debido a que se toma una visión exageradamente colonialista de las ciencias naturales, no se reconoce que sí que existen patrones biológicos y fisiológicos que en la práctica nos permiten distinguir el cerebro del hombre y de la mujer. En virtud de estas y otras dificultades, más de alguna vez me pregunté: ¿Representan estos extremos las únicas alternativas? Gracias a Dios que pude darme cuenta que no.

La reciente contribución de la teóloga evangélica Megan K. DeFranza, es interesante. Ya que invita a reconocer que como las personas intersexuales también fueron creadas a imagen y semejanza de Dios, deben ser incluidas en nuestras comunidades de fe. DeFranza recurre a diversos argumentos, tomando muy en serio lo que nos dicen las ciencias. Aunque, el que pudiera ser de mayor interés para el cristiano protestante, es el de rastrear histórica y bíblicamente los fundamentos de la intersexualidad. Para esto, DeFranza considera como referencia, entre otros, el texto de Mateo 19:12, en que Jesucristo considera a los “eunucos de nacimiento” como modelo de vida cristiana.

Para el médico y teólogo Andrew Sloane. el que hayamos sido formados como hombre y mujer, en realidad no da cuenta de nuestro ser físico, sino mas bien del modo relacional en que habitamos este mundo, como seres creados por Dios.

Y este carácter encarnado y relacional es ratificado, justificado y transformado en nuestra identidad nueva y primaria que es Cristo (Gálatas 3:28). Este punto es importante, ya que guarda consistencia con el hecho de que aun cuando sexo y género influye en la identidad, no hay razón para suponer que éstos la determinan totalmente.

Permítaseme mencionar el trabajo del psicólogo Mark A. Yarhouse, experto en disforia de género y miembro de la American Psychological Association. Para Yarhouse, los cristianos necesitamos complementar tres lentes culturales para relacionarnos con las personas que sufren disforia de género:

– Integridad, lente que no renuncia a la distinción sacra entre hombre y mujer, pero que sería útil para el cuidado pastoral y comprender la naturaleza de la iglesia y el evangelio.- Discapacidad, que ve en la disforia de género una condición que es el resultado de vivir en un mundo caído, mas no de una elección moral. -Diversidad, que ve la realidad de las personas transgénero como algo a celebrar, invitándolas a unirse a la iglesia para formar su identidad.

Llegado a este punto, vale la pena comentar que las ciencias, ya sean naturales o sociales, no pueden proporcionar apoyo para postular una determinada ética sexual cristiana. Establecer qué es “lo bueno” y qué es “lo malo” es algo que sencillamente escapa de las capacidades de cualquier metodología científica.

Muy personalmente, por reflexión, convicción, e incluso tradición, no puedo aceptar el estilo de vida homosexual como algo moralmente correcto. Aunque, por otro lado, difiero de que la orientación sexual –no el comportamiento– sea fruto de una decisión voluntaria y/o que las personas con orientación sexual diferente a la heterosexual necesiten “corregirla”.

Pero no nos confundamos. Apelar a la inclusión y no discriminación de personas en función de su sexo y/o género, no depende del posicionamiento moral que tomemos respecto del comportamiento sexual del ser humano. Enfoques como los antes mencionados, claramente da cuenta de esto.

Y si el mundo protestante chileno insiste en mantener esta dependencia, es que no está entendiendo los diferentes niveles de la discusión, lo cual merece nuestra más enérgica crítica.

Vivimos en una sociedad secularizada, en la cual debemos permitir el libre flujo de ideas, siempre que estas se realicen de una forma civilizada. Pero esto no es todo, ya que a pesar de las restricciones que nos impone la biología y la cultura, somos agentes con libertad de elección. Y las decisiones que tomamos respecto de nuestra vida sexual, cada uno de nosotros, independiente de nuestra orientación sexual, es algo que se realiza a consciencia. Al final del día, esta decisión no debe ser instrumentalizada para fines ideológicos y/o políticos de determinados sectores.

Para leer un poco más:

  • WILDMAN, Wesley y GARDNER, Stephen. Lost in the Middle?: Claiming an Inclusive Faith for Christians Who Are Both Liberal and Evangelical. Rowman & Littlefield (2009).
  • DeFRANZA, Megan K. Sex Difference in Christian Theology: Male, Female and Intersex in the Image of God. Eerdmans (2015).
  • SLOANE, Andrew. ‘Male and Female He Created Them’? Theological Rflections on Gender, Biology and Identity. Ethics in Brief. Vol. 21 No.4 (2016)
  • YARHOUSE, Mark. Understanding the Transgender Phenomenon. Christianity Today, June, 2015.

 

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