ARGENTINA-
Por Claudia Florentin-
Se inicia un viaje con una maleta llena de expectativas y anhelos, de curiosidades, de certezas y preguntas. Se llega a los sitios con una carga personal, social, cultural, religiosa, política; nunca se está exenta de prejuicios, de mitos, de preconceptos.
Sorprende la realidad. Vacía el equipaje de lo portado hasta el momento en que se encuentra nuestra vida con lo desconocido, con lo que será fundante.
Llegué a Colombia para conocer de la situación del post Acuerdo de Paz, después de meses de diálogo y contacto con una comunidad de desmovilizados/as de FARC- ahora partido político legal Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común– que trabajan por la reincorporación en el ETCR (Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación) Simón Trinidad, en Cesar, al noreste del país, cerca de la frontera con Venezuela.
Con generosidad y apertura abrieron su espacio para que pudiera vivir con ellos y ellas durante algunos días. Compartí sus comidas, sus habitaciones, el increíble paisaje de páramos, sus risas, sus desesperanzas, largas charlas, caminatas, limpiezas comunitarias, trabajos y descansos. Lograron que me sintiera parte de la comunidad y que disfrutara de una paz y seguridad como hace tiempo no vivía. Pude mantener conversaciones con personal de organismos del Estado, de Naciones Unidas, de organizaciones de la zona que buscan llevar adelante proyectos productivos con el ETCR. Son unas 150 personas que dejaron sus armas, trabajan, se capacitan e intentan validar sus estudios.
En un terreno donde una puede percibir que no crece mucho y donde el agua es escasa, están logrando propuestas productivas autogestionadas, plantando árboles, haciendo huerta, fabricando pan, confeccionando prendas, criando algunos animales y armando una propuesta de futuro que el lento cumplimiento de los puntos del Acuerdo no logra desarmar.
Había escuchado comentarios en medios y en las calles de que el Gobierno invirtió millones en “soberbias viviendas” para los 26 espacios territoriales que están en todo el país. Llegar y ver la realidad destruye los mal intencionados mensajes mediáticos que solo buscan generar más odio y rencor, lo que es doloroso pero no nuevo en nuestro continente. Los espacios fueron especialmente colocados en zonas donde el Estado habitualmente no llega, estratégicamente pedidos por FARC para asegurar a partir de ahora políticas públicas que no solo los incluyan, sino a las poblaciones cercanas. Ese es uno de los objetivos del proceso de Reincorporación.
No hay muchas alternativas y el porvenir se avizora entre nieblas; hay dudas, hay preguntas. Pocas respuestas, diría, y una incertidumbre que hoy me acompaña al acostarme y levantarme, por ellos, por ellas, por los niños y niñas, por quienes ya tienen rostros, nombres, lugar en mi alma.
Muy cerca del corazón del Espacio, se encuentra lo que fue el campamento de la Fuerza guerrillera, zona donde se entregaron las armas a Naciones Unidas y se completó el proceso de desarme. Caminarlo es intentar ponerse en los zapatos de quienes pasaron años combatiendo un sistema político, económico y social al que ahora pasan a integrarse por decisión propia o por alternativa única de pertenencia.
Transitarlo es sentir la vida y la muerte jugando su pulseada. Lo hicieron antes, mientras duró el conflicto armado. Lo hacen ahora, mientras la esperanza y la apuesta de cambiar las armas por palabras y por futuro, se encuentran con el odio, con las campañas de quienes se benefician con la guerra, con la incertidumbre ante el año político que cierne nubes oscuras sobre la escasa luz de lo cumplido.
Mucha gente me dijo que la muerte estaba en esos lares, en medio de lo que fueron territorios de armas, caminando con quienes las portaron y seguramente fueron generadores de injusticias, sembrando dolores. Una cree saber donde domina la muerte y la injusticia y podía firmar que ahí las encontraría. Podía casi ubicar también espacios de vida; años de teología y fe le suelen dar a una la soberbia de creer que puede leer algunas señales…
Nada me alertó para este tiempo, nadie me preparó para mi propia conversión.
Convertirse, decimos en teología, es volverse del camino equivocado y transitar uno nuevo. Conversión es la decisión de combatientes de dejar armas, abandonar la lucha armada y poner sus vidas, sus futuros, las de sus hijos e hijas, en manos del Estado, de un sistema político, económico y social al que combatieron, en aras de la paz para una nación.
Conversión es creer que cumplirán lo acordado, aunque todo apunte a lo contrario, es imaginar que puede haber reconciliación en medio de una historia de dolores, de injusticias, de muertes. Es ponerse en manos de la justicia para que dicte sentencia, aunque sea siempre incompleta, humana. Faltará reparación, es cierto, porque nadie puede devolver vidas arrebatadas, pero integrarse a la vida social, ansiar aportar trabajo, capacidades, porvenir en calma a un país, es un principio de reparación que ni siquiera empiezan a esbozar las fuerzas del ejército y paramilitares que siguen mostrando su poder en varias regiones.
Conversión fue la mía al entender que la muerte no campeaba en ese espacio, que ahí va triunfando la vida, en el sentido más pleno de resistencia, de esperanza porfiada, de lucha por la libertad, de comunidad en construcción.
Conversión es la mía al asumir-con pena y desánimo-que la muerte anda enseñorándose en espacios disfrazados de justos, de legales, aún en píos sitios de fe…que la muerte no siempre porta armas, que tantas veces logra estar blanqueada y engañarnos, como aquellos sepulcros a los que se refirió el Maestro.
Conversión es la mía cada mañana, cuando pido que se me permita ver más allá de lo evidente; que no me deje enceguecer por los espacios formales, por las decisiones consensuadas, por los poderes legales, por las instituciones y sus infiernos.
Conversión fue vivir con lo básico, convivir comunitariamente y sentirme plena, olvidando debates estériles, captando al fin que la colonización del capitalismo y el patriarcado es más fuerte en mi vida de lo siquiera imaginado.
Conversión es asumir en pleno territorio de conflictos-y no solo en teoría- que el sistema en que vivimos es muerte en estado pleno, es opresión, es soledad, es olvido y que solo resistimos comunitariamente, esperanzadas/os en que somos levadura fermentando desde dentro lo que algún día será pan…que resistimos porque creemos que la vida ya triunfó aunque la luz de la aurora aún tarde.
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La autora es periodista y egresada en teología. Con especialización en Cambio Climático, Periodismo Ambiental y Género. Miembro de la Iglesia Valdense del Río de La Plata. Actualmente cursa la Maestría en Comunicación institucional y empresarial en la Escuela de Negocios Europea de Barcelona. Miembro fundadora de la RED PAR-Periodistas de Argentina en Red para una Comunicación no sexista. Miembro de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana y de AWID Asociación Mundial para los Derechos y Desarrollo de las Mujeres. Parte de GAMAG-Alianza Global en Medios y Género de UNESCO.Se desempeña como Editora de la Agencia Latinoamericana y Caribeña de Comunicación-ALC Noticias y Secretaria de Proyectos de la Iglesia Metodista de Argentina.
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