JULIA ESQUIVEL (1930-2019): poeta, teóloga, defensora de los derechos humanos
Una breve selección de sus letras-Leopoldo Cervantes-Ortiz
Su bandera sobre mí es amor
Cantar de los Cantares 2.4
Quiero ser tu pañuelo, Señor,
limpio, suave, pulcro, fuerte,
listo siempre
entre tus manos que sanan.
Puedes usarme como quieras,
convertirme en compresa
para detener la hemorragia
en la frente del borrachito
que se cayó en la esquina
y que se cortó la ceja
con un vidrio de botella.
Si tú lo quieres, con tu pañuelo
seca las lágrimas de Meme,
el niño callejero, vendedor de periódicos
a quien le arrebataron
todo su dinerito
ganado durante el día.
Pañuelo tuyo,
podrías estirarme
hasta convertirme en cabestrillo
y sostener el brazo quebrado
de la Tencha, cargadora de canastos
en la Terminal, que se resbaló
en una cáscara de mango.
Si me necesitas,
podría recibir el esputo
del viejo Andrés, tuberculoso,
que a veces, cuando le alcanza,
come papas asadas
en el rescoldo del fuego
de la noche anterior…
Podría quizás,
en la boca de Jacinta,
la parturienta,
soportar su mordida
entre sus dientes apretados,
cuando puja encuclillada
en el monte
luchando por dar la vida
sin ayuda de su marido
ni de la partera
y menos aún de médico…
Yo, pañuelo tuyo,
deseo con toda mi alma
estar lista siempre
entre tus manos
para cualquier emergencia,
en el pecho, o en los ojos,
en la nariz o en los pies
de mis hermanos, tus pequeñitos…
Y si necesitaras
rasgarme un día
para vendar la cabeza
del soldado
o del combatiente herido,
para fajar una hernia
o para atar un ombligo,
aquí estoy Señor,
bandera de amor entre tus manos…
Y si te crucifican otra vez
y necesitaras mortaja,
puedes convertirme en sudario…
o en la bandera blanca de tu resurrección.
Eucaristía
Te vaciaste todo
sin retener nada para Ti.
Ya desnudo, total despojo,
te nos das hecho pan
que sostiene
y vino que reconforta.
Eres Luz y Verdad
Camino y Esperanza
Eres Amor
Crece en nosotros, Señor!
Nos han amenazado de Resurrección
Lo que no nos deja descansar hermano,
no es el ruido de la calle,
no son los gritos de los jóvenes
que salen borrachos del “Saint Pauli”,
no es el barullo de los que pasan agitados
hacia las montañas.
Lo que no nos deja dormir,
lo que no deja descansar,
lo que no deja de golpear aquí dentro,
es el llanto silencioso cálido
de las indias sin sus maridos,
es la mirada triste de los niños
clavada más allá de la memoria,
en la misma niña de nuestros ojos
que durante el sueño
velan cerrados
en cada diástole,
en cada sístole,
en cada despertar.
¡Se nos fueron seis ahora,
y nueve en Rabinal,
y dos, más dos, más dos
y diez y cien y mil
en todo un ejército
testigo de nuestro dolor,
de nuestro miedo,
de nuestro valor,
de nuestra esperanza!
¡Lo que no nos deja dormir
es que nos han amenazado de Resurrección!
¡Porque en cada anochecer,
fatigados ya de los recuentos
sin fin desde 1954,
todavía seguimos amando la vida
y no aceptamos su muerte!
Nos han amenazado de Resurrección
porque hemos palpado sus cuerpos inmóviles
y sus almas penetraron en la nuestra
doblemente fortalecida,
porque en este maratón de la Esperanza,
siempre hay relevos
para portar la fuerza
hasta llegar a la meta
más allá de la muerte.
Nos han amenazado de Resurrección
porque no nos podrán arrebatar
ni sus cuerpos,
ni sus almas,
ni sus fuerzas,
ni su espíritu,
ni su misma muerte,
ni menos aun su vida.
Porque ellos viven
hoy, mañana y siempre
en la calle bautizada con su sangre,
en el aire que recogió su grito,
en la selva que escondió sus sombras,
en el río que recogió su risa,
en el océano que guarda sus secretos,
en los cráteres de los volcanes,
Pirámides del Alba,
que tragaron sus cenizas.
Nos han amenazado de Resurrección
porque ellos están más vivos que nunca,
porque pueblan nuestras agonías,
porque fertilizan nuestra lucha,
porque nos levantan cuando caemos,
porque se yerguen como gigantes
ante el miedo de los gorilas enloquecidos.
Nos han amenazado de Resurrección
porque ellos no conocen la vida (¡los pobres!).
Ése es el torbellino
que no nos deja dormir,
por el que, dormidos, velamos,
y despiertos, soñamos.
No, no son los ruidos de la calle,
ni los gritos de los borrachitos en el “Saint Paul”,
ni la algarabía de los deportistas.
Es el ciclón interior de una lucha de colores
que sanará aquella herida del quetzal
abatido en el Ixcán,
es el terremoto que se acerca
para sacudir el mundo
y poner cada cosa en su lugar.
No, hermano,
no es el ruido de la calle
lo que no nos deja dormir.
¡Acompáñanos en esta vigilia
y sabrás lo que es soñar!
¡Sabrás entonces lo maravilloso que es
vivir amenazado de Resurrección!
¡Soñar despierto,
velar dormido,
vivir muriendo
y saberse ya
resucitado!
Ginebra, 8 marzo 1980