Carlos Lazo: “Los odiadores quieren asfixiar a la familia cubana. Nosotros pedimos el fin de las sanciones”

ESTADOS UNIDOS-CUBA-

Carlos Lazo-

“¡Comunista!”. “Si te gusta el comunismo, ¡lárgate para Cuba!”. “Depórtenlo”. Eso me dicen por estos días. Pero los ataques no son solo contra mí. Los extremistas arremeten contra cualquier cubano emigrado que pida el fin de las sanciones a la familia cubana. No importa si se es de derecha o de izquierda, demócrata o republicano, católico o santero, judío o musulmán. Ni siquiera importa si usted es capitalista acaudalado, o dueño de una cafetería en Miami, o chofer de Uber. “¿Estás contra el bloqueo?: ¡Eres comunista! ¡Depórtenlo!”.

Y yo me pregunto, ¿a quién hay que deportar aquí? Veamos.

Vivo en los Estados Unidos hace treinta años. He residido aquí la mitad de mi vida. Fundé una familia. He trabajado incansablemente por más de tres décadas. Como muchos emigrantes, mis comienzos fueron difíciles. Fui mesero en un restaurante de Hialeah. Fui repartidor de pizzas. Fui camionero. Trabajé de asistente en un hogar de ancianos, cambiándole los “pampers” a viejitos incontinentes. ¡La misma historia de tantos! ¡Hasta soldado fui! En 2003, fui enviado a Iraq como enfermero. Allí, recibí una Estrella de Bronce, otorgada por el “US Army” “por salvar vidas en el campo de batalla”. En el pecho llevo otra “condecoración”; las cicatrices invisibles de aquella guerra. En aquel país, auxilié a soldados estadounidenses y a prisioneros iraquíes heridos. Allí vi con mis propios ojos los profundos dolores que producen las guerras. Al regresar de Iraq, en 2005, me hice una promesa: lucharía siempre para que, entre Cuba y USA, nunca ocurriera aquel pandemónium. Ese mismo año volví a la escuela. De noche trabajaba en un hospital. De día tomaba e impartía clases en la Universidad de Washington. Fueron tiempos duros de estudio y trabajo. Con casi cincuenta años, me gradué.

He seguido el mismo camino de muchos emigrantes. Trabajar, estudiar, servir. Creo que la mejor manera de retribuir al país que nos acogió o al lugar donde vivimos, es ser útil. Hace más de diez años que soy maestro, en Seattle. Amo la tierra a donde emigré y la tierra donde nací. No las puedo separar. Todo lo que soy, se lo debo a ellas. En Cuba di mis primeros pasos. Agradezco a los niños que mataperrearon conmigo en aquellas calles. A la vecina que me sirvió un plato de sopa. A mis maestros. Los de allá, me dieron tanto como los de aquí. Los de la Isla son parte de mí. También son parte de mí, los cientos de estudiantes estadounidenses que han pasado por mi aula. Ellos son Cuba y USA. Yo me debo a ellos. ¿Deportarme a mí? Llevo más de dos décadas batallando para unir Cuba y los Estados Unidos. Llevo a cuestas a Lincoln y a Martí. Para mí, y para los emigrados como yo, no hay contradicción. Soy un hombre con el corazón compartido entre dos patrias. Creo firmemente que luchar contra el bloqueo es amar a Cuba y a los Estados Unidos. ¿Deportarnos? Veamos. Nosotros llevamos ayuda a los hospitales de Cuba.

Pero los odiadores quieren asfixiar a la familia cubana. Nosotros pedimos el fin de las sanciones. Pero ellos insisten en más bloqueo. Nosotros abogamos por la paz. Ellos promueven el parón y la guerra. ¿Deportarnos? Nosotros somos herederos de Lucius Walker y de los Pastores por la Paz. ¿Los odiadores? ¡Reductos de intolerancia y fanatismo! Además, son mala gente. Porque, el que le desea penurias a su propio pueblo, ¡es mala gente con cojo…!

¡Nosotros somos orgullo de nuestros dos pueblos! ¡Ellos son vergüenza de Cuba y de Estados Unidos! ¿Deportarnos? ¿En serio? ¡No me joda chico! ¿A quiénes hay que deportar aquí?

El autor es Organizador de Puentes de Amor

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