MÉXICO-
Leopoldo Cervantes-Ortiz–
…la gracia de Dios es visible en la resurrección de Cristo; y concluye que su resurrección es el comienzo de la nueva creación del mundo. Se sigue de ahí la imperiosa necesidad de hablar de naturaleza y de gracia, y de la relación entre ambas, con la mirada puesta en la gloria, que consuma la naturaleza y la gracia y que, por consiguiente, configura ya aquí la relación entre naturaleza y gracia. Se sigue además que no se puede considerar como “fundamento intrínseco” de la creación la alianza histórica de Dios, sino el venidero Reino de la gloria, prometido y garantizado mediante la alianza histórica.
J. M.
Mucho puede decirse acerca del pensamiento del teólogo reformado alemán Jürgen Moltmann (1926-2024), quien con su desaparición física deja una estela de reflexión honda, provocadora y pertinente en prácticamente todos los temas que abordó. Desde Teología de la esperanza (1964), que lo catapultó a la fama y lo comenzó a colocar a la vanguardia de la teología protestante (y más allá), su obra fue tomando cauces cada vez más intensos y en diálogo profundo con la realidad social y secular, a la que nunca dejó de dirigirse. Si en ese libro seminal dialogó con el pensamiento de Ernst Bloch, cuyo concepto de esperanza trabajó desde el punto de vista escatológico, fue de los primeros en hablar de la libertad como tema crucial. En opinión de Xabier Pikaza ese trabajo fue una “teología completa” que se planteó ir más allá de otros notables esfuerzos anteriores: “… ha querido superar la ‘subjetividad trascendental’ de Bultmann (centrado en el sujeto humano) y la ‘objetividad trascendental’ de Barth (centrado en el Dios que se revela), para desarrollar un tipo de teología mesiánica centrada en la promesa de Dios (siempre futuro) y en la creatividad de los hombres, llamados a responder de un modo social (comunitario), para crear de esa manera el Reino”.[1]
Surgido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial que vivió muy joven desde adentro, el pensamiento moltmanniano se fue depurando hasta alcanzar niveles indiscutibles de calidad, creatividad y pertinencia. Luego de su obra inicial, no dejó el hilo suelto y su nombre se asoció con todo lo que tuviera que ver con la esperanza y los atisbos de futuro en la fe cristiana. Prácticamente, el título de cada libro suyo da de qué hablar ampliamente para seguir el rumbo de su teología. Esperanza y planificación del futuro (1971), Conversión al futuro (1974), El experimento esperanza (1977) y El futuro de la creación (1979), La justicia crea futuro (1992) continúan las intuiciones del primer libro. En El experimento esperanza escribió: “La esperanza es un experimento con Dios, consigo mismo, con la historia. Partiendo de las experiencias de la vida, se alcanza con cierta madurez la sabiduría. […] Quien empieza a andar con el corazón lleno de esperanza, se aventura a vivir nuevas experiencias. Con los ojos henchidos de curiosidad mira el atractivo horizonte del futuro. La esperanza no le garantiza que las experiencias que haga hayan de ser todas de su entero agrado. Vivir de la esperanza entraña riesgo, induce al peligro y a la prueba, a la decepción y a la sorpresa”.[2]
Experiencias de Dios (1983), Trinidad y Reino de Dios (1986); Dios en la creación (1987); El camino de Jesucristo (1993); Cristo para nosotros hoy (1997); El Espíritu de la vida. Una pneumatología integral (1998); y El Espíritu Santo y la teología de la vida (2000) articulan una sólida teología trinitaria actualizada para los tiempos nuevos. La iglesia, fuerza del Espíritu es de1989. La venida de Dios. Escatología cristiana (2004) es un nuevo acercamiento a los grandes temas finales mediante una soberbia recapitulación en clave liberadora y progresista, consiguiendo con ello que el interés sobre esos temas tomase un nuevo cariz.
El hombre: antropología cristiana en los conflictos del presente (1976) y La dignidad humana (1983) apuntan hacia una sana comprensión de la realidad del ser humano; Un nuevo estilo de vida: sobre la libertad, la alegría y el juego (1980) es una inmersión en un tema en el cual Moltmann se adelantó a las visiones de lo lúdico que más arde aparecerían en Hugo Rahner y en Rubem Alves; sobre la teología política hizo grandes aportaciones que se pueden leer en Teología política. Ética política (1987); Diaconía en el horizonte del Reino de Dios. Hacia el diaconado de todos los creyentes (1987) es un auténtico manual teórico y práctico sobre el tema; ¿Qué es teología hoy? (1992) introduce de manera fascinante a la práctica de la disciplina. Con Leonardo Boff escribió ¿Hay esperanza para la creación amenazada? (2014) para seguir la vertiente de la teología ecológica.
“El cristianismo como religión de libertad” (1967) es uno de los acercamientos pioneros a lo que más tarde desarrollarían con amplitud las teologías latinoamericanas de liberación con las que después dialogaría polémicamente. Desde allí es posible advertir los eventuales alcances de un pensamiento siempre dispuesto a encontrar en los postulados cristianos nuevos caminos de desarrollo para la humanización y la liberación en medio de los conflictos propios de su época. Así lo muestran las siguientes palabras introductorias:
…la libertad política de fe deriva únicamente de la libertad en la que esta misma fe consiste. Pero tal libertad para la religión y para la fe únicamente pueden ser fundamentadas y exigidas si la religión de la libertad y la libertad en la que la fe consiste responden por la libertad del hombre en general y anuncian el “mundo libre” del Espíritu. Las iglesias cristianas y la fe cristiana únicamente tienen derecho a exigir libertades para sí si se presentan como posibilidades reales de obtener libertad para todos y cada uno de los hombres, y, además, para toda criatura oprimida. Haciéndose responsables de la libertad universal, y sólo así, es como los cristianos pueden hacer valer sus derechos a la libertad. El privilegio es la perversión de la libertad porque la libertad es una e indivisible. Nunca se tiene libertad a costa de la falta de libertad de los otros sino siempre, y únicamente, en lucha por un mundo libre y, por tanto, en favor de los demás.[3]
De hecho, su relación con América Latina fue bastante estrecha en algunos momentos y en otros de bastante controversia. Rubem Alves se ocupó de él, de una manera muy crítica en su tesis doctoral de 1968, aunque después hicieron una gran amistad. En la “Carta abierta a José Míguez Bonino” (1975) criticó duramente algunos aspectos de la teología latinoamericana, especialmente el hecho de que ésta no utilizara la enorme riqueza cultural del continente a fin de ser una voz verdaderamente nueva que se alejara de sus raíces europeas:
Junto con Ud., Rubem Alves, Juan L. Segundo, Gustavo Gutiérrez y Hugo Assmann han dicho, claro como el cristal, qué es lo que encuentran insatisfactorio en nosotros y qué es lo que en nuestra teología les resulta irrelevante para su situación y, por lo tanto, para la nuestra propia. Desearía comenzar por clarificar lo que encuentro insatisfactorio en la posición de Uds. y qué es lo que efectivamente esperamos de ustedes. […]
1. La “teología de la liberación” quiere ser una teología autóctona que se despoja de la tradición europea y de la teología noratlántica a fin de dar su total atención a las peculiares experiencias y tareas de América Latina. […]
El lector está expectante; desearía descubrir a América Latina en este libro. En este sentido el lector queda defraudado, no obstante ser el libro tan magnífico. […] Gutiérrez ha escrito una invalorable contribución a la teología europea. Pero ¿dónde está América Latina en todo esto? […][4]
El Dios crucificado (1972; 1975 en español) fue un hito central en esta relación, pues allí se conjuntaron lo mejor de la teología de la cruz de Lutero y los firmes señalamientos de la teología latinoamericana; las citas de Jon Sobrino en Cristología desde América Latina. Esbozo a partir del seguimiento del Jesús histórico (1977) evidencian la ida y vuelta de un diálogo sumamente enriquecedor. Las palabras de Moltman en ese libro son estremecedoras:
La cruz ni se ama ni se puede amar. Y, sin embargo, sólo el Crucificado es el que realiza aquella libertad que cambia al mundo, porque ya no teme la muerte. El Crucificado fue para su tiempo escándalo y necedad. También hoy resulta desfasado ponerlo en el centro de la fe cristiana y de la teología. Con todo, únicamente el recuerdo anticuado de él es el que libera a los hombres del poder de los hechos presentes y de las leyes y coacciones de la historia, abriéndolos para un futuro que no vuelve a oscurecerse. Hoy lo que interesa es que la iglesia y la teología vuelvan a concentrarse en el Cristo crucificado, para demostrar al mundo su libertad, si es que quieren ser lo que dicen de sí mismas, es decir, la iglesia de Cristo y teología cristiana.[5]
Sobrino, Ignacio Ellacuría, Leonardo Boff y otros autores/as como Bárbara Andrade evolucionarían hacia la necesidad de hablar de los demás “crucificados en la historia” y de desclavarlos como parte del proceso de liberación humana en Jesucristo. El lenguaje de la liberación fue publicado en 1974.
Sus viajes a México (Encuentro de Teologías en la Comunidad Teológica), Argentina (de las Conferencias Carnahan surgió el volumen Temas para una teología de la esperanza, 1978), Nicaragua, Brasil (la última vez en la Facultad Unida, de Vitória) y Cuba fueron grandes hitos del diálogo directo con un contexto profundamente interesado en su producción. Es muy conocida la historia de cómo la sangre de uno de los jesuitas asesinados en El Salvador en 1989 empapó completamente un ejemplar de El Dios crucificado. Asimismo, Moltmann fue mentor de algunos teólogos/as protestantes como el puertorriqueño Luis Rivera Pagán, el cubano Reinerio Arce y la argentina-estadounidense Nancy Bedford. Su aparición en el Consejo Mundial de Iglesias para presentar su último libro, Hope in these troubled times (2019) fue todo un acontecimiento.[6] Los artículos recogidos en Concilium y en Selecciones de Teología siguen siendo referencias ineludibles.
Mención aparte merecen los libros que escribió con su esposa Elisabeth Wendel: Humanity in God (1983), Hablar de Dios como mujer y como hombre (1994) y Pasión por Dios: teología a dos voces (2007). Son tres diálogos impresionantes en los que se despliega, como subraya el título del tercero, la pasión por Dios que ambos compartieron y que se expresa en estos volúmenes de manera íntima y pública, al mismo tiempo. En el segundo, su interacción manifiesta el grado de profundización que alcanzaron como interlocutores directos y constantes de los temas que les interesaron, con Elisabeth agregando su percepción desde la teología feminista. El trasfondo biográfico es llamativo: “Jürgen había crecido en una culta familia secular y había llegado a la fe después de haber escapado por uy poco de la muerte cuando era un soldado de diecisiete años en Hamburgo y tras haber sufrido la desesperanza propia de un prisionero de guerra. Elisabeth, que había crecido en una familia cristiana y se había formado mediante los estudios bíblicos ‘clandestinos’ de la Iglesia Confesante, había comenzado sus estudios teológicos en 1945 en Berlín. En Göttingen ambos realizaron la tesis dirigidos por el mismo Doktorvater, Otto Weber, y empezaron toda una vida de intenso diálogo teológico”.[7] Ella falleció en 2016.
Un episodio interesante y ejemplar de la vida y obra de Moltmann fue la ocasión en que acompañó a Kelly Gissendaner, una mujer estadounidense convicta que ordenó la muerte de su esposo y que, luego de estudiar teología en la cárcel escribió un diario que el teólogo alemán recibió, causándole una gran impresión. Al graduarse ella, recibió la invitación y se encontraron en la prisión de Atlanta, lo que produjo una enorme expectación. Su obra teológica alimentó mucho de lo que esta mujer, que finalmente fue ajusticiada, desarrolló como parte de su recuperación espiritual.[8]
Ha sido precisamente Míguez Bonino quien mejor esbozó, al menos desde el ámbito protestante latinoamericano, las implicaciones de la obra teológica de Moltmann con un enfoque bien definido. En un ensayo publicado en Estados Unidos hizo la siguiente valoración del diálogo con la teología latinoamericana a propósito de El Dios crucificado, uno de los ejemplos que considera como parte de ese diálogo:
En esta relación de amor y odio entre la Teología de la Liberación europea y latinoamericana, pocas personas han desempeñado un papel tan importante como Jurgen Moltrnann. Explorar esa relación durante los últimos veinticinco años es escribir un capítulo significativo en la historia de este movimiento y, tal vez, descubrir algo de sus fortalezas y deficiencias. […]
De hecho, Cristología desde América Latina de Sobrino es un largo diálogo con Moltmann. Esto, nuevamente, apunta a la particular “sesgo” de la interpretación latinoamericana. Sin duda, el argumento de Moltmann -tanto en este libro como en el anterior- plantea una serie de cuestiones filosóficas y teológicas complejas, que han sido ampliamente (y a veces acaloradas) debatidas en la teología europea. En América Latina, la cuestión crucial tenía que ver con la propuesta de Moltmann de una “teodicea” que no es una teodicea de la “racionalidad” sino de la “participación”, una invitación al discipulado, un espacio creado para una praxis de amor dentro de los sufrimientos de la humanidad. En una línea algo similar, intenté releer El Dios crucificado como una invitación a una praxis, al mismo tiempo que solicitaba una consideración más específica y analítica de la realidad estructural de los “círculos viciosos de la muerte” lo que profundizaría y criticaría los comentarios iniciales, y en mi opinión insuficientes, del último capítulo del libro.[9]
Queda mucho por señalar sobre la enorme impronta de este teólogo, quien junto con sus colegas Wolfhart Pannenberg y Dorothee Sölle, entre otros/as, abarcaron buena parte de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, y afrontaron muchos de los grandes temas del pensamiento cristiano. Su obra, dinámica, abierta y sumamente estimulante, es parte de un legado que la iglesia de hoy debe retomar y desarrollar en la fe y en la práctica.
[1] X. Pikaza, “Jürgen Moltmann”, en Diccionario de pensadores cristianos. Estella, Verbo Divino, 2012, p 634.
[2] J. Moltmann, El experimento esperanza. Introducciones. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1977 (Verdad e imagen, 44), p. 11. Énfasis original.
[3] J. Moltmann, “El cristianismo como religión de libertad”, en Convivium. Revista de Filosofía, núm. 26, 1968, p. 39, https://raco.cat/index.php/Convivium/article/view/76338/98937.
[4] J. Moltmann, “Carta abierta a José Míguez Bonino”, en Cuadernos de Teología, ISEDET, vol. 4, núm. 3, 1975, pp. 188, 191.
[5] J. Moltmann, El Dios crucificado. La cruz de Cristo como base y crítica de toda teología cristiana. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1975 (Verdad e imagen, 41), p. 11. Cf. Ídem, “El Dios crucificado”, en Selecciones de Teología, núm. 45, 1973, https://seleccionesdeteologia.net/assets/pdf/045_01.pdf.
[6] Véase el video de la presentación en: www.youtube.com/watch?v=ab77PyMNCME. Para descargar: www.oikoumene.org/sites/default/files/2024-06/Hope_in_These_Troubled_Times_Web.pdf.
[7] M. Douglas Meeks, J. Moltmann y E. Moltmann-Wendel, Pasión por Dios. Teología a dos voces. Santander, Sal Terrae, 2007 (Presencia teológica, 153), pp. 9-10.
[8] Cf. Mark Oppenheimer, “Una mujer condenada a muerte encuentra puntos en común con teólogos”, en ALC Noticias, 27 de febrero de 2015, https://alc-noticias.net/es/2015/03/04/una-mujer-condenada-a-muerte-encuentra-puntos-en-comun-con-teologos. Versión de L. Cervantes-O.
[9] J. Míguez Bonino, “Reading Jürgen Moltmann from Latin America”, en The Asbury Theological Journal, vol. 55, núm. 1, 2000, p. 109. Versión de L. Cervantes-O. Énfasis agregado.