La experiencia del huracán María en primera persona

El agua: vital elemento que escasea en PR (Chasterie Berrios Torres)

El agua: vital elemento que escasea en PR (Chasterie Berrios Torres)

ARGENTINA-

Néstor Miguez-

Nos tocó vivir a mi esposa Graciela y a mí, inesperadamente, una experiencia desacostumbrada para los habitantes de las pampas de Sur: el paso de un huracán; para colmo, uno de los más potentes que se hayan registrado. María arrasó la isla-Estado de Puerto Rico desde el anochecer de 19 de septiembre hasta el día 21, con vientos que llegaron a los 450 km/h. Estaba yo allí para un curso y conferencias, y debía regresar justo el día 19, pero el vuelo con el que debíamos salir fue cancelado preventivamente cuando llegábamos al Aeropuerto de San Juan, unas horas antes de que se desataran los vientos. Quienes nos hospedaban (Raquel Echevarría y familia) nos llevaron a su casa en la localidad de Arroyo, donde vivimos el paso del fenómeno. La casa resistió con daños comparativamente menores, y pudimos pasar esos días a salvo. Nuestra gratitud a Dios y a quienes nos acompañaron y hospedaron en ese tiempo.

No voy a hacer una crónica ni una descripción del suceso, imposible en un escrito breve. Me voy a limitar a destacar tres elementos de mi experiencia que eventualmente iré ampliando a medida que vaya elaborando lo vivido con más distancia emotiva.

La magnitud del desastre

Seguramente muchos han visto en las imágenes televisivas la devastación producida. Pero otra cosa es recorrer caminos, barrios, pueblos, y ver en vivo, en cada metro y detalle, lo que ha causado el huracán en todo el país. Las grandes extensiones de bosques arrasados como si hubiera pasado una segadora gigante, llevándose de raíz árboles inmensos, dejando sin hojas ni ramas a los que quedaron en pie. La represa resquebrajada que amenaza romperse y llevarse puesto todos los poblados río abajo. Las famosas playas caribeñas transformadas en basureros de lo que el viento se llevó y trajo el mar. Cientos de miles de casas sin techo, los trozos de zinc colgados de los troncos de árboles o arrollados en torno de algún poste en pie. La destrucción de miles de columnas de alumbrado de hierro y cemento; los cables anudados como si un gigante hubiera estado probando hacer trenzas con cables de acero de una pulgada de diámetro, etc.

Una sola estación de radio pudo seguir transmitiendo en todo el país, y era el único medio para alguna forma de comunicación. Pero de lo inmenso a lo mínimo, que también afecta la vida diaria: miles de colchones, muebles, ropas tirados en las calles, irrecuperables; los expedientes ilegibles en la oficina de un abogado, los hospitales sin poder hacer diálisis o proveer la insulina para los diabéticos, etc. Sin electricidad ni internet no operaban las tarjetas ni los cajeros, y pronto la gente se fue quedando sin efectivo, y todo se dificultaba. No hay aspecto de la vida humana, vegetal o animal que no haya sido afectado.

Quizás una lección: lo que mejor sobrevivió fue lo pequeño que está a flor de tierra…

Solidaridad y perseverancia

Quizás porque Arroyo es una localidad relativamente pequeña, nos fue posible ver y comprobar en 10 días de convivencia forzada ejemplos de solidaridad y buena disposición. Es cierto, también hubo de lo otro, del pillaje y la necesidad del toque de queda cuando la noche sin luces lo invadía todo. Pero, como destacara Graciela, la palabra fluida, el humor, la disposición a ayudar, el ejercicio prudente de la ley y una invalorable cuota de ternura hicieron vivible lo que hubiera sido insoportable, nos permitían a todos sobrellevar lo terrible. Conversaciones improvisadas en la interminable fila para conseguir combustible (4 o 5 horas), donde no faltaba el humor; o el vecino que te invita a una copa de una olvidada botella de vino que de casualidad encontró intacta en el fondo de la ya inútil heladera. Y el grito solidario: “llegó agua a tal supermercado”, que arrancaba a medio barrio a formar fila para conseguir sus 10 botellitas. Y el pequeño trabajo de horas y horas, barriendo cada hojita, liberando los sumideros, apartando escombros. Y hasta los chicos jugando al básquet al atardecer, en una canchita que sobrevivió el remezón. Todo hace que la vida muestre su fuerza cuando ya no se cree.

Como dijo un vecino “No hay que tener paciencia, hay que tener perseverancia”. Y la oración de los creyentes y el “Dios te bendiga” de cada encuentro siguen dando su fuerza.

Las secuelas…

Claro, nada de esto ha terminado. Las secuelas se verán en lo económico, en lo anímico, en lo poblacional. Ni siquiera se puede calcular el costo final de las reparaciones, que seguramente excederá los miles de millones de dólares. Por lo pronto, no se sabe cuando se podrán reanudar las clases en las escuelas sin luz ni agua. Las universidades se apuran a avisar a los alumnos que harán lo posible para que no se pierda el periodo lectivo, pero ni se puede asegurar cómo. Algunos ya han comenzado el éxodo en vista de que pasará un buen tiempo sin que tengan trabajo, en una economía que ya había perdido mucho empleo en los últimos tiempos. “Sólo quedaremos los viejos…”, reflexionaba una abuela cuando su hija, residente en Estados Unidos, mandó a llamar sus sobrinos y otros parientes. Y las disputas políticas que pronto aparecerán, que si bien se han mantenido sosegadas por la emergencia, uno ya puede adivinar en las palabras de algún intendente que reclama que su municipio no está recibiendo la misma ayuda que otros…

Pasarán muchos meses, si no años, para que se vaya normalizando lo que nunca volverá a ser lo de antes. Pero todo depende, que el viento no se haya llevado al Espíritu.

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