A cinco años de un desarme en Colombia: una comunidad que insiste en buscar la paz

Fredy Julicué en conversación con miembros de la comisión de DiPaz. Noviembre 24, 2021. ©ALCNoticias

COLOMBIA-

Alvin Góngora, especial para ALC Noticias-

El 24 de noviembre de 2016 el gobierno colombiano y las FARC firmaron un acuerdo para el desarme de la guerrilla y el inicio de un proceso de paz, sobre la base de seis compromisos fundamentales. Al cabo de cinco años, el balance es desalentador. Si bien hay rasgos esperanzadores (dejación de armas, incorporación de la gran mayoría de combatientes a la vida civil, participación política de las antiguas guerrillas, implementación de una jurisdicción especial para conocer crímenes cometidos en el marco del conflicto armado) la implementación del Acuerdo de Paz en general aún dista de manera considerable de lo propuesto y firmado en el documento final.

Quizás debido a que la paz en Colombia recorre un sendero plagado de minas antipersonales y a que los traspiés superan en número a los avances, la celebración de cinco años de los Acuerdos de La Habana resuena de manera más profunda en lo hondo de las dinámicas sociales de las comunidades directamente afectadas.

Uno de esos sectores es el conformado por el grueso de los pueblos originarios en su diversidad. De ese universo se destaca el pueblo Nasa, asentado en el suroccidente de Colombia, mayormente en el departamento del Cauca, con una larga historia de resistencia a las amenazas de extinción y a las realidades de la persecución, la violencia y la asimilación. Sin embargo, al mismo tiempo los Nasa han conseguido recuperar niveles considerables de organización, lo que les ha permitido conservar sus memorias ancestrales, apropiarse de sus historias y saberes y conquistar derechos ante el Estado colombiano (idioma, educación propia, salud propia, gobierno local).

En el contexto de las celebraciones de los Acuerdos de La Habana y durante una visita pastoral internacional de acompañamiento y respaldo auspiciada por DiPaz. Diálogo Interclesial por la Paz, se tuvo la oportunidad de visitar la población de Caldono, 77 km al sur de Cali. Este es un municipio habitado mayormente por la nación Nasa que ha sido escenario de hostigamientos, violencias, resistencias y conquistas sociales. El territorio del municipio de Caldono, en el departamento del Cauca, alberga seis resguardos indígenas. A lo largo de toda la historia del conflicto armado en Colombia, Caldono estuvo siempre entre el fuego cruzado de fuerzas insurgentes de diverso cuño (debe recordarse que las FARC no fueron las únicas guerrillas que se alzaron en armas) y el ejército nacional. Algunos de sus pobladores se incorporaron, con el tiempo, a las guerrillas de las FARC. Nilson Vargas, ex combatiente y hoy presidente de una cooperativa agrícola que aglutina a 485 familias de ex guerrilleros de las FARC, recuerda que de los 510 combatientes que se concentraron en la zona para iniciar el proceso de dejación de armas, el 87% eran indígenas.

El autor con Nilson Vargas (derecha) y José Francisco (“Juanito”) (izquierda), ex combatientes de las FARC, en Caldono, Cauca, Colombia. Noviembre 24, 2021. © ALCNoticias

El entorno natural del territorio de Caldono da cuenta de los frutos de la paz. Una vez se abandona la autopista central que desde Cali busca el sur del país y se trepa por los Andes para ir tras las hondonadas de la cordillera que albergan a ese municipio, la persona que visita se sumerge en un paisaje salpicado de pequeñas parcelas verdes. Los cultivos de café, plátano, árboles frutales parecen contar relatos de trabajos intensos de comunidades enteras como si al fin pudieran respirar de nuevo. Fieles a sus arduamente trabajadas identidades que ligan las comunidades humanas al territorio, las de Caldono subrayan la centralidad de lo comunitario en una distribución de la tierra que aborrece el latifundio. Pequeñas unidades productivas familiares se suceden unas tras otras a lo largo de la carretera para desembocar, casi que abruptamente, en el casco urbano dominado por la catedral.

La visita de solidaridad organizada por DiPaz coincidió con el día en el que la Asociación Juntos por Caldono había coordinado un festival artístico intercultural que también se aprovechó para hacer un balance de estos cinco años de búsquedas de reconciliación y paz. Si bien desde las altas esferas de la dirigencia del país, controladas por los sectores más conservaduristas del espectro político colombiano, el proceso de búsqueda de una paz estable ha sufrido toda suerte de ataques, no se puede negar que a nivel de las bases el ánimo de celebración es inocultable.

Las conversaciones con ex combatientes, autoridades locales, voceros indígenas, agentes pastorales, clérigos, artistas locales y facilitadores externos dan fe de un compromiso robusto desde las bases con la paz tal como se refrendó hace cinco años. Así, por ejemplo, el párroco de Caldono, el Padre Javier, insiste en que los desafíos a los que se enfrentan ahora tienen que ver con la construcción de una sociedad del post- conflicto.  Poniendo en riesgo su propia vida, este clérigo insiste en la movilización general en contra de las nuevas amenazas del narcotráfico, de la limpieza social en la que se empecina el crimen organizado y la adicción a las drogas. Son problemas de vieja data, y también son problemas que actualmente llenan el vacío que dejaron los grupos insurgentes armados.

Padre Javier, párroco de Caldono. Noviembre 24, 2001. ©ALCNoticias

El Padre Javier resalta la importancia de la oración como rasgo central de la movilización ecuménica de las iglesias a favor de la paz en el territorio. Cuando se escucha a voceros de la población, se constata que, en efecto, el dato de la fe forma parte constitutiva del imaginario social. Así, por ejemplo, Fredy Julicué, un vocero del cabildo, sin mayores preámbulos dio inicio a su alocución en el festival intercultural del día con las siguientes palabras: “Quiero agradecer a los primeros que llegaron a apoyarnos en la paz: a DiPaz, a Mencoldes, a la Iglesia Alianza Cristiana…” Posteriormente continuó relatando lo que han sido 20 años de resistencia, que es un período que coincide con la toma del poder público por parte de la extrema derecha. En conversación personal, Julicué precisó: “Fue DiPaz la que nos enseñó cómo hacer la paz.”

Para un ex combatiente como Devia, es la confianza, un componente profundamente humano que yace en la médula de la fe tal cual se expresa en las tradiciones religiosas en general, el aporte a resaltar de los que el movimiento ecuménico contribuyó a las comunidades en Caldono. Con él coincide “Juanito” quien, tras 27 años en la insurgencia, descubre que es la confianza el antídoto al temor bajo el cual aún vive. Esos recursos que vienen atesorando en el breve trecho de la paz hasta ahora recorrido, les permiten a ex guerrilleros como Nilson, “Juanito”, Devia, a miembros de la comunidad que los respaldan como Julicué, a clérigos como el Padre Javier empujar la agenda del perdón y la reconciliación hacia el horizonte de una reintegración que trasciende las experiencias individuales. Se trata de una reintegración territorial y social.

“Abandoné las armas y me reencontré con mi lengua,” concluye Nilson. Siendo muy joven se integró a las filas de las FARC. Fue despojado de su idioma materno. Ahora que su capacidad de lucha se orienta hacia el fortalecimiento de la cooperativa agropecuaria que congrega a 485 asociados, todos ellos reinsertados, la búsqueda de la paz se expresa como búsqueda de ũuste wẽt ũswa’ja’, la paz en Nasa Yuwe, el idioma en el cual empezó a capturar el mundo, el que hoy le sirve para contribuir a las nuevas realidades del post-conflicto. Son realidades que incluyen complejidades como las que les plantean a él y a sus compañeros los obstáculos para comercializar sus productos agrícolas, los esfuerzos para buscar a ex compañeros de quienes no se tienen noticias y las iniciativas para robustecer la implementación de lo pactado en los Acuerdos de Paz.

Sin embargo, las comunidades no se llaman a engaños. La construcción de confianza sigue siendo un desafío, no obstante el terreno que se ha ganado hasta el presente. El pasado sigue pesando en la cotidianidad de los ex combatientes, y sigue afectando sus relaciones con las comunidades. Dificultades inmediatas como el ingreso de los reintegrados y el sostenimiento de sus familias son cada vez más determinantes a la hora de decidir si le siguen apostando a la paz o si, por el contrario, optan por rutas alternativas de niveles altos de complejidad. El auge del narcotráfico parece tender un cerco en torno a Caldono. El crimen organizado actúa como si gozara de plena legitimidad.

A lo anterior se suma la postura negativa del alto gobierno que nunca ha visto con buenos ojos el Acuerdo de desarme con las FARC. Si bien el Presidente Iván Duque le comunica a la comunidad internacional un compromiso con la paz, sus actuaciones y decisiones contradicen su discurso. Compromisos contemplados en los Acuerdos de Paz como los relacionados con la reinserción de ex combatientes y con una política rural integral están siendo aniquilados por desgaste. Las campañas de desprestigio desde los medios afectos al régimen en el poder y desde las declaraciones públicas de altos funcionarios del gobierno, socavan la legitimidad de la Corte encargada de la Jurisdicción Especial para la Paz. El enrarecimiento de la atmósfera se acrecentó aún más durante el reciente Paro Nacional. La fuerza pública, desconociendo la legitimidad de la protesta pacífica, trasladó a los centros urbanos las estrategias militares y las acciones bélicas con las que en el pasado reciente arrasó en los sectores rurales a campesinos, pueblos originarios y comunidades afrodescendientes.

Con todo, Caldono se puso su traje de fiesta. Su apuesta por la paz es indeclinable.

Grupo de danza, Caldono, Cauca. Noviembre 24, 2021. ©ALCNoticias
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