Israel-Palestina, Colombia y Perú. Reflexiones pastorales

Foto: Palestina (Kairos)

COLOMBIA-

Por Cesar Carhuachin-

En estas semanas, a mediados de mayo, se vive en Israel, Colombia y Perú situaciones preocupantes, sumado al tema mundial de la pandemia del Covid-19. Lo que ocurre en estos países actualmente exige una reflexión pastoral que comparto en esta oportunidad.

En el territorio de Israel-Palestina hay un enfrentamiento bélico de ataque mutuo entre Israel y el grupo Hamas, éste último ubicado en Gaza. Hoy el factor desencadenante fue el desalojo de familias palestinas en barrios tradicionalmente palestinos en el este de Jerusalén para establecimientos israelíes. El atropello a los derechos humanos de los israelíes hacia los palestinos debe parar, así como también la política israelí de ocupación de zonas palestinas. Estas prácticas han llevado a que el conflicto entre israelíes y palestinos tenga varias décadas. Los temas políticos en discusión incluyen el derecho pueblos a la tierra, los derechos humanos, el derecho a tener una religión o no tenerla y el derecho a vivir en paz. Pero, el rechazo mutuo entre estos dos grupos que conviven en la misma región no contribuye a una solución pacífica. Los abusos sistemáticos de un grupo y las respuestas en defensa del otro grupo los han llevado hace años a una situación conflictiva indeseable. La paz va de la mano con la justicia.

Foto de Archivo

En este sentido, es necesario el reconocimiento a la existencia de ambos pueblos con sus propios territorios, sin la ocupación israelí de los territorios palestinos. Las injusticias no contribuyen para la paz. Es necesario también políticas religiosas para la paz, tanto en los judíos como en los musulmanes. Urgen líderes regionales y mundiales en ambos grupos que trabajen con este objetivo. La historia del mundo está llena de guerras donde la religión fue usada para justificar políticas de dominación y expansión territorial. Los cristianos hemos sido parte de esa práctica despreciable. Como pueblo creyente y clérigos debemos reflexionar sobre si nuestras predicaciones, nuestros discursos teológicos y nuestras prácticas religiosas promueven el trato justo y la paz en esa región o si contribuyen al odio y rechazo de los dos grupos allí. La mayor contribución de las religiones es el trabajo por la paz entre los pueblos en conflicto; esa es la esencia de la verdadera espiritualidad religiosa; y es lo que el mundo necesita urgentemente.

En Colombia desde el 28 de abril hay protestas masivas en muchas ciudades en rechazo a la política del Presidente Duque de imponer nuevos impuestos. La desaprobación del pueblo al gobierno se ha incrementado debido a que las fuerzas del orden (policías y Escuadrón Móvil Anti-Disturbios) para controlar las protestas han actuado en forma desmedida y fuera de la ley, con armas, golpes y otros abusos en contra de los manifestantes. Al 14 de mayo, expertos de la ONU y la OEA recibieron denuncias de al menos 26 muertes, 1,876 actos de violencia policial, 216 casos de lesiones, 168 desapariciones, 963 detenciones arbitrarias, 12 casos de violencia sexual y 69 agresiones a defensores de derechos humanos. Las protestan en rutas han llevado a que el transporte de alimentos no llegue a algunas ciudades y pueblos, haciendo que estos se encarezcan. Como ciudadanos y creyentes apoyamos el derecho de la población a manifestarse pacíficamente y respetando los bienes, sean públicos o privados, al mismo tiempo que desestimamos los actos de violencia.

Y, aunque, el Presidente Duque ha retirado la propuesta de los nuevos impuestos para corregirla, realmente esa política de los nuevos impuestos en plena pandemia fue la gota que “rebalso el vaso”. Los otros problemas han sido las trabas puestas por el Presidente Duque para La implementación de Acuerdo de Paz firmado por el Presidente Santos y la FARC en 2016, la falta de una política contundente para detener el incremento de los asesinatos de líderes sociales y defensores de derechos humanos desde 2017, la falta de una reforma de la salud tan necesaria y evidente en la pandemia del Covid-19, entre otras. Hoy en día, el 42.5% de la población colombiana es pobre, según el DANE. La mayoría de los grupos cristianos han desaprobado la política de los nuevos impuestos del gobierno; y algunos de ellos, después de la reunión que tuvieron con el Presidente Duque, han denunciado que el gobierno los usó políticamente, para anunciar que están escuchando a todos los sectores.

Colombia (Foto Archivo ALC/Justapaz)

En esta situación, la Iglesia debe hablar por, defender a, y trabajar con los sectores pobres por su derecho a una vida digna. Las iglesias deberían de apoyar moralmente a los gobiernos que trabajan por una economía solidaria y justa, y que respetan y protegen los derechos humanos de toda la población, especialmente, de los “dejados atrás”, que son las mujeres, los indígenas, afro-descendientes, los desplazados, inmigrantes y otros colectivos. Cuando no es así, los líderes religiosos deben de levantar su voz profética y denunciar las injusticias y atropellos, como lo hicieron Moisés, Amos, Miqueas, Jesús de Nazareth y otros.

En el Perú, la segunda vuelta de las elecciones presidenciales el próximo 06 junio entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo ha dividido a los grupos cristianos y ha polarizado a la población. La hija del expresidente Fujimori ha sido acusada de múltiples delitos y aún tiene temas pendientes, mientras que Castillo, un maestro escolar, propone una política donde las necesidades sociales de la población determinen las políticas de gobierno, con una tendencia hacia una social-democracia. La primera es rechazada por sus acusaciones y por sus vínculos con sectores acusados de corrupción. El segundo es acusado de querer “convertir a Perú en una Venezuela”, y aunque Castillo no tiene experiencia política y no tiene acusaciones de corrupción, sí es el caso de algunos de sus colaboradores. A pesar de este cuadro preocupante para muchos, entre estos dos candidatos se elegirá el próximo presidente del Perú.

Abordar la pobreza en todo el mundo es cada vez más urgente. Foto: Cortesía de Peru Reports.

La Iglesia ha seguido existiendo en los distintos tipos de gobiernos. El pueblo creyente no debería de votar buscando una comodidad para la Iglesia o por la fe que un candidato diga confesar. El pueblo creyente de votar razones políticas, sociales, económicas, culturales y ecológicas de bien común. Debemos apoyar a quienes defiendan y protejan las libertades individuales, la independencia de los poderes del Estado democrático, la economía solidaria, el gobierno transparente y anti-corrupción, las políticas de calidad en la educación y la salud (públicas y privadas) especialmente para los más pobres y las regiones “dejadas atrás” por otros gobiernos, la explotación controlada y protegida de los recursos naturales, y la defensa y protección de los derechos humanos de todos los sectores de la población, especialmente de los sectores vulnerados históricamente (mujeres, indígenas, afro-descendientes, comunidad LGTBQ e inmigrantes). Hay que desestimar a los políticos corruptos que son el lastre para el desarrollo de los pueblos y a quienes gobiernan de espalda a todo el pueblo que son continuadores de la marginalización en nuestros países. Hay que defender y proteger las instituciones del Estado democrático quienquiera que sea elegido presidente y oponernos a toda forma de dictadura. Hay que pedirle al gobierno que haga lo que nosotros mismos estamos dispuestos a hacer por el Perú.

Cualquiera sea nuestro voto en las próximas elecciones, debemos hacerlo reflexionando, dejando el temor, siguiendo la voz de nuestra conciencia y con respeto por las opciones políticas de otros. Nos ha costado mucho tener gobiernos democráticos. El Estado y nosotros, con nuestras palabras, actitudes y prácticas podemos aumentar la cultura democrática en la familia, con los amigos, en las congregaciones y en toda la sociedad. Como cristianos evangélicos estamos llamados a cultivar el espíritu y los valores democráticos.

El autor es Trabajador en misión de la PCUSA en Colombia. Profesor de Biblia y Teología en la Universidad Reformada de Colombia.

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